Por Pablo E. Arahuete
Entre el deber ser y el ser hay una enorme distancia, como aquella que se produce cuando se toma un fenómeno social desde un enfoque expositivo más que analítico, y se evita caer en miradas idealizadas o simplemente reduccionistas. Anunciar a los cuatro vientos que Tropa de élite, ganadora del León de Oro en el festival de Berlín y convertida en uno de los filmes más vistos y polémicos en Brasil, es una película que adhiere a una doctrina fachista es un tanto apresurado, por no decir injusto. Hoy por hoy la victimización de la pobreza resulta un argumento poco convincente para las realidades que nos atraviesan, y cuando es evidente el alejamiento de los maniqueísmos (porque cabe aclarar que en este film no hay buenos ni malos), la mirada debe desviarse hacia los matices y no sólo hacia los blancos y los negros. Pero cuando se abandona la ingenuidad, o se corta de cuajo cualquier tipo de mirada romántica o idealista es inevitable que brote el cinismo, el escepticismo y en definitiva la desesperanza. Por ese carril de desesperanza, deshumanización, violencia, abuso de poder y corrupción, transita este relato contado en primera persona por su protagonista.
Quizá como coartada o un recurso razonable la voz en off desembarace al realizador José Padilha de tomar una posición respecto a la historia ambientada en el año 1997, con la franca intencionalidad de separarla de la coyuntura política actual del país carioca. No obstante, se podrá argumentar con cierta razón que los directores hablan a través de sus personajes; entonces el asunto se complica porque es evidente que en Tropa de élite prevalecen más argumentos a favor de la brutalidad policíaca como justificativo correctivo o simplemente como parte de un espectáculo visual, que argumentos condenatorios a tales prácticas. Sin embargo, si uno logra apartarse del bullicio y de la balacera con el ojo puesto más en lo que se dice que en lo que se ve, encontrará el contrapeso en la desigual balanza de pros y contras.
Podría decirse que esta coproducción es una cosa desde el punto de vista visual, donde la búsqueda se concentra en la espectacularidad de las imágenes con un registro semi-realista, semi-reality show televisivo, revestido de vértigo, ritmo y movimiento; y como contrapunto hay otra película desde lo discursivo. No es un dato menor tener en cuenta los antecedentes de este realizador cuando en el 2002 movió la estantería de varios festivales (incluido BAFICI) con un documental llamado Ómnibus 174. El epicentro de este documental estaba constituido por una toma de rehenes en un ómnibus público. El secuestrador era un joven de la favela, quién encañonaba a sus víctimas dentro del vehículo mientras las fuerzas policiales intentaban disuadirlo. Como suele ocurrir, la llegada de las cámaras, curiosos y más policías mantuvieron en vilo al país durante varias horas pero el desenlace de la historia fue trágico. Entre los testimonios y las imágenes, lo que José Padilha plasma entre otras cosas es la inoperancia de la policía para contener situaciones límites como aquella; las brechas sociales de quienes victimizaban al secuestrador por haber salido de una favela sin posibilidades de reinserción social y aquellos que privilegiaban la seguridad de los pasajeros y celebraban la represión. Sin tomar partido por ningún bando, el director desnudaba los mecanismos de poder que se escudan en las leyes y en un concepto de justicia social cuestionable y polémico.
En esta ocasión ocurre lo mismo: la cámara se inserta en una guerra librada entre el narcotráfico y el resto de la sociedad. Narcotráfico que tiene su base de operaciones y su red de distribución en una favela de Río de Janeiro, la impenetrable Babilonia, en la que un grupo armado hasta los dientes domina a todos. En connivencia con la policía corrupta y con complicidad del poder político, el jefe de los narcos, Bahiano, controla su negocio sin nadie que le haga frente. Para éste, el silencio de la policía es barato pero sabe que dentro de la fuerza hay algunos que no se venden tan fácilmente. Ahí es donde entra en acción la BOPE (Batallón de operaciones especiales de la policía), un grupo escindido de la fuerza que actúa por cuenta propia en una especie de guerra declarada no sólo al narcotráfico sino a todo aquello que lo apañe o lo sustente: es decir, policías corruptos incluidos. Este escuadrón de la muerte se encarga de limpiar los trapos sucios fuera de la ley y en el más absoluto anonimato.
Así es como el realizador narra a través de la voz en off de su líder, el capitán Nascimento (excelente Wagner Moura), este relato que se bifurca en una serie de sub-tramas (tejes y manejes de la policía; reclutamiento de nuevos gendarmes para la BOPE y relación entre los narcos y los universitarios de clase media; conflictos familiares y personales, etc.), donde más allá de los estereotipos se vislumbran las verdaderas magnitudes de una realidad que no tiene solución. Tropa de élite no bucea en las causas sino que penetra de lleno en los hechos; en el cáncer que hizo metástasis en la sociedad y ya nadie puede extirpar, pero lo hace con un cinismo propio de los tiempos que corren y con un desparpajo que para muchos podrá ser apología del delito y para otros simplemente una descripción de los hechos sin prejuicios, pero tan cruda y tan visceral que perturba.
Título: Tropa de élite.
Título Original: Tropa de elite.
Dirección: José Padilha.
Intérpretes: Wagner Moura, Caio Junqueira, André Ramiro, Fernanda Machado, Milhem Cortaz, Fernanda de Freitas, Thelmo Fernandes, Maria Ribeiro, Paulo Vilela, Marcelo Valle, Fábio Lago, Emerson Gomes.
Género: Acción, Drama, Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 16 años, con reservas.
Duración: 115 minutos.
Origen: Brasil/ EE.UU./ Argentina.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 03/04/2008.
Puntaje: 7 (siete)