Por Pablo Arahuete
La despedida de la actuación de Clint Eastwood se produce con este drama crepuscular sobre un parco, cascarrabias y amargado viudo octogenario que establece un lazo paternal con un vecino adolescente. Inmejorable la clásica puesta en escena del venerable creador de Million Dollar Baby…
¿Qué sería de la vida del personaje Harry, el sucio, en nuestros días? Seguramente se hubiera retirado mascullando una mezcla de bronca y desprecio por todo aquello que lo rodea; su cuerpo acusaría los achaques propios de la vejez y preferiría morir en el porche de su casa antes que en un geriátrico junto a otros ancianos. Algo de eso se respira en la vida de Walt Kowalski (Clint Eastwood), un descendiente de polacos, veterano de guerra que acaba de quedarse viudo y consecuentemente solo junto a su perra Daisy en su casa de los suburbios de Detroit.
Parco, con un rictus avinagrado y un rostro agrietado, Walt convive -o mejor dicho coexiste- con unos vecinos provenientes del sudeste asiático, que no representan otra cosa que la inexorable penetración de otras culturas en suelo norteamericano, hecho de la realidad que para los republicanos no es más que la confirmación de una batalla perdida contra todo lo foráneo y un síntoma de la decadencia del sueño americano propiamente dicho.
Pero con este panorama que podría transitar únicamente el terreno de la xenofobia representada en la figura del protagonista, Clint Eastwood aplica el mecanismo de la otredad para ponerse en el lugar del supuesto enemigo, valiéndose de su cine como único medio de expresión y reflexión, así como testamento que revisa cuatro décadas de una obra trazada por un discurso coherente, personal y despojado de sentimentalismo aunque no así de sensibilidad. Igual que sucedía con Cartas desde Iwo Jima, su mirada sobre la segunda guerra mundial asumiendo el punto de vista de los derrotados, en Gran Torino -su anunciado retiro del terreno de la actuación- la madurez del cineasta se ve reflejada al imponerse una lectura más profunda sobre los Estados Unidos, la idiosincrasia estadounidense, las hipocresías y contradicciones de la sociedad, más allá de su introspección frente al imaginario social y a su propio personaje.
Esa es la primera trama que se desprende de un guion conciso a cargo de Nick Schenk, lo suficientemente austero como para que el director saque a relucir su formalismo clásico y su estilo seco para que cada plano informe y exprese lo que se propone, sin medias tintas ni excesos en la puesta en escena.
De detalles y diálogos cargados de naturalidad se va construyendo este relato que se apoya principalmente en la relación entre Walt y sus vecinos orientales en el ámbito de un barrio dominado por la impotencia y la fuerte presencia de pandillas que asolan las calles y mantienen su autoridad amparada en la violencia. Violencia que crece y se intensifica cuando el protagonista se convierte en una suerte de sheriff para proteger a los más débiles pero hace de esta cruzada una cuestión personal ligada a un pasado tortuoso que necesita redimir. Allí, se conecta casi como una segunda mirada la propuesta novedosa que el realizador asume para reflexionar sobre uno de los tópicos que atraviesan toda su obra: la venganza en relación con la falta de justicia pero también respecto a una posición ética no negociable.
Eastwood parece haber construido con su Walt Kowalski a un Harry el sucio crepuscular al punto de burlarse incluso de su creación al llevarse las manos a los bolsillos y sacar los dedos como si fuese una pistola. Sin embargo, para no recaer en la ironía y desvirtuar la profundidad de su planteo anti-violento esos dedos se transforman en el frío caño del revólver justiciero.
Hay muchos que ven en la figura de Clint Eastwood el legado de John Ford, quizás por eso su guiño referencial con el modelo 72 del Gran Torino, un auto de la marca Ford que Walt atesora más que como un recuerdo como un modelo de vida, fruto de la cultura del trabajo y el esfuerzo que es la lección que el protagonista deja a su joven discípulo pero que para el cine del director de Los puentes de Madison sintetiza y resignifica toda su obra, la cual encuentra su mayor expresión poética en el plano final de este gran testamento cinematográfico: un largo camino recorrido por un modelo obsoleto que todavía transita por la carretera de la vida, aunque los créditos finales avancen y amenacen con cerrar su película.
Título: Gran Torino
Dirección: Clint Eastwood
Género: Drama, Crimen
Intérpretes: Clint Eastwood, Bee Vang, Ahney Her, Christopher Carley, Brian Haley, Geraldine Hughes, Dreama Walker y Brian Howe
Duración: 116 minutos
Origen: Estados Unidos
Año Realización: 2008
Calificación: Apta para mayores de 13 años, con reservas
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha Estreno: 05/03/2009
Puntaje 8 (ocho)
El staff opinó:
–Ya no existe forma de medir los logros del mítico Clint Eastwood. Su última realización es tanto un retrato agridulce sobre la vejez como un paneo hiper realista por el violento ecosistema de las pandillas metropolitanas. Drama y comedia se unen prodigiosamente gracias a la mano maestra de un genio inclaudicable del arte cinematográfico.– Emiliano Fernández (9 puntos)