Por Marcos Rodriguez
Hay algo extraño en un documentalista que decide pasarse a la ficción. En este caso, una pareja de documentalistas. No se trata de la supuesta división que existiría entre el cine “de ficción” y el cine “documental” (división que, por otra parte, muchas películas en la actualidad se dedican a borrar de forma deliberada), sino de una cierta cualidad de lo cinematográfico que pasa a primer plano. Si seguimos, por ejemplo, unas viejas palabras de Godard (“toda película es un documental de su filmación”), nos resulta que todo cine (de acción en vivo) es en esencia documental: la cámara registra lo que está frente a ella. De este modo, aun cuando se encastra en un marco de ficción, toda imagen cinematográfica resulta una exploración de lo real, es decir, un documental. Se trata, por otra parte (y para seguir mencionando, ¿por qué no?, a Godard) del camino que emprendió el cine desde su paso a la modernidad con los nuevos cines. Si todo el cine es documental, no debería sorprendernos que este matrimonio haya dejado (un poco) de lado el trabajo sobre el “género” documental para contar esta historia.
¿Por qué insistir tanto sobre la cualidad documental de todo cine? Porque si bien en La Pivellina se narra una historia (ficcional), lo que resulta más fascinante de esta película es el peso que adquieren las imágenes en sí mismas, en lo que revelan. Esas imágenes funcionan con una dinámica que no podría reglamentarse, como en un rodaje tradicional.
La historia de La Pivellina es simple: una pareja de unos cincuenta años, que trabaja en el circo y vive en las afueras de Roma, en una casa rodante, encuentra un día a una niña (una “pivellina”) de dos años que fue abandonada en una plaza, en una hamaca. Sobre la campera de la nena hay abrochada una nota en la que la madre pide (“con desesperación”, según dice la protagonista, aunque nosotros nunca llegamos a leer la nota) a quien encuentre a su hija que la cuide unos días hasta que ella vuelva. El matrimonio le da refugio, la cuida. Se suma también un chico adolescente, hijo de otra familia circense, que vive en una casa rodante a su lado y por las tardes, después del colegio, se dedica a cuidarla también. Todo girará en torno a la relación de estos tres personajes con la nena. Podría haberse tratado de una historia trágica, pero algo del gozo real de la vida frente a la cámara se transmite en una película llena de matices.
Como queda claro, aunque se trata de una película de ficción, el argumento es mínimo y la cámara de esta pareja se dedica más a la exploración de lo cotidiano que a la narración. Si uno conoce las circunstancias en las que se filmó La Pivellina, se comprenderá hasta qué punto esta película pudo haberse tratado de un documental. No solo Frimmel y Covi ya habían realizado antes un documental sobre gente que trabaja en el circo (Babooska, 2005), sino que, de hecho, todas las personas que actúan en esta película son (“en la vida real”) artistas circenses. La pivellina es hija de una de estas familias.
Acostumbrados, entonces, a trabajar en estos contextos, Frimmel y Covi se dedicaron, con una idea básica mínima, a filmar. Y lograron una gran película. No sólo salen airosos del desafío de filmar una película prácticamente protagonizada por una nena de dos años (desafío que, por otra parte, solo puede pensarse en una filmación de este tipo), sino que además consiguen una larga sucesión de escenas fascinantes, por lo emotivo, por lo visual, por lo vital.
Filmar con chicos es muy difícil, no sólo por lo que implica trabajar con niños actores (como ya dijimos), sino fundamentalmente por el riesgo que implica estéticamente, por la facilidad con la que se puede caer (y normalmente se cae) en posturas fáciles, en sentimentalismos blandos, en miradas condescendientes. La mirada de Frimmel y Covi es una mirada dura, que muchos asocian con la de los Dardenne, pero que deja a su vez lugar al momento emotivo, a la mirada directa de una nena de dos años que no entiende lo que es el cine, que simplemente es frente a la cámara.
Título: La pivellina.
Título Original: Idem.
Dirección: Tizza Covi, Rainer Frimmel.
Intérpretes: Tairo Carola, Asia Crippa, Patrizia Gerardo y Walter Saabel .
Género: Drama.
Clasificación: no disponible.
Duración: 100 minutos.
Origen: Austria/ Italia.
Año de realización: 2009.
Distribuidora: Zeta Films.
Fecha de Estreno: 08/07/2010.
Puntaje: 9 (nueve)
El staff opinó:
–Algunos críticos han definido a esta obra maestra como representante de un nuevo neorrealismo. Lo cierto es que hay muchos puntos de contacto con aquel movimiento italiano, sobre todo con la recuperación de las imágenes de la Italia profunda y aguda que el gobierno de Berlusconi pretende no mostrar. Por otro lado, es inevitable pensar en El Pibe, del genial Chaplin, a quien se hace referencia en una foto periodística muy sutilmente. El resto lo constituye una trama mínima que gira en torno a la infancia y al desamparo sin gravedad y con una dosis de verdad espeluznante pero conmovedora y contundente a la vez, donde la cámara prácticamente se hace invisible y de a poco se inserta -como un espectador más- en ese maravilloso mundo del circo ambulante. Sin duda una de las mejores películas del año…– Pablo E. Arahuete (10 puntos)