Por Pablo Arahuete
Fábrica de nada de Pedro Pinho
Nunca más oportuno el estreno de esta multipremiada obra maestra del cine portugués actual, las posibilidades de reflexionar sobre las consecuencias del fracaso del capitalismo en el mundo globalizado encuentran su faz más cruel en la crisis económica de Europa.
El desmantelamiento de una fábrica que produce chapas para elevadores es el escenario ideal para la dinámica y juego de fuerzas, donde los maniqueísmos se dejan de lado para explorar la dialéctica entre el progreso, la productividad, la flexibilización laboral y la vulnerabilidad de los empleados ante la coyuntura social y económica, aspectos de un conflicto de clases que no tiene solución en estos tiempos y que lleva a la desocupación y a la ruptura del tejido social.
Con los trabajadores dentro de la fábrica en señal de resistencia ante la inminente declaración por parte de los propietarios de una insolvencia, el realizador Pedro Pinho (también participante del proyecto televisivo Cidade) construye desde el ocio forzado y el espacio vacío y lleno el mejor retrato de una realidad laboral que siempre llega fragmentada a los medios de comunicación. Su obra presenta un mosaico de realidades, y música que se yuxtapone mientras las historias de vida se entrelazan, las diferencias generacionales entre empleados mayores y jóvenes que oscilan entre la resignación y la lucha a veces con la complicidad de los sindicatos y otras desde la impotencia de una lucha contra gigantes sin rostro que toman decisiones para que la riqueza no decrezca; se intercala otro espacio donde voces más relacionadas a la intelectualidad discuten a viva voz la problemática de la tecnología aplicada al mundo laboral y las discrepancias estallan con la misma vehemencia que la de un motor a la hora de accionar una máquina y producir.
Fábrica de nada es un coro de voces que acompaña el proceso de la lucha silenciosa, con sus altibajos y contradicciones para terminar conformando desde un saludable cinismo un musical neorrealista, que también se pregunta por el sentido del cine y su capacidad transformadora de conciencias, a pura honestidad, creatividad y melancolía por una ciudad desintegrada, que supo gozar de otros tiempos y ahora debe contentarse con los escombros de la gran utopía, la de la danza de la distribución de la riqueza.
Puntaje: 9 (Nueve)