Por Laura Pacheco Mora
Con el pretexto del Anima Fest, el cine vuelve a reflexionar sobre las conflictivas que atraviesan la individualidad en el mundo capitalista e individualista. La era de la desconexión bucea en la problemática con mucha información y testimonios. En esta nota no sólo pensamos las adicciones modernas desde el cine sino desde muchos pensamientos de grandes intelectuales, ocupados en ponerle palabras al desánimo de las injusticias sociales cuando la economía y el desinterés del Estado rigen millones de vidas y condenan a tantas otras millones de existencias.
LA ERA DE LA DESCONEXIÓN
Si bien, este documental trata sobre un tema recurrente, lo interesante es el enfoque desde el cual aborda esta problemática, a través de testimonios de personas recuperadas y de profesionales expertos en el tema.
Como seres humanos tenemos la necesidad de conectar, somos criaturas de conexión. Cuando alguien experimenta una desconexión, cuando no confían en las personas con las que están, o han sido lastimados por ellas, no han sido cuidados, entonces sienten un vacío.
“La adicción ha pasado de ser un pequeño problema a un problema global. Y no hemos reconocido en realidad la naturaleza del problema. Lo explicamos diciendo que es un problema de drogas o alcohol, pero no lo es.
Tenemos una cultura que se desmorona y que incluso cuando funciona bien, disloca y desintegra a las personas, tienes la peor situación para una adicción y me temo, que es donde estamos.” Bruce K. Alexander. (Profesor emérito y psicólogo)
La Era de la Desconexión es un documental que trata acerca de la necesidad básica del ser humano de sentirse conectado a algo, ya sea una familia, amigos o naturaleza y de cómo el deporte sirve para restablecer esas conexiones en las personas que por una u otra razón las han perdido.
El tema central del documental es cómo la combinación de la naturaleza y el deporte nos ayudan a tener vidas más sanas y conexiones más profundas hacia las cosas que realmente importan.
Cabe destacar que, en todas las adicciones, ya sea de sustancias químicas, trabajo o incluso la internet (las últimas son las que se incrementaron en esta última década), aíslan a la persona, que es una víctima y padece una enfermedad.
En todos los casos, es necesario “tocar fondo” (casi siempre se pierde absolutamente todo), para reaccionar y aceptar. La aceptación y pedir ayuda son la llave hacia la recuperación.
Además, como sociedad, es nuestro deber comprender que estamos todos conectados, por lo tanto y teniendo en cuenta que todos funcionamos como espejo para el otro, deberíamos cuestionarnos si tenemos alguna dependencia a algo o a alguien. Estamos rodeados de adicciones que nos esclavizan, sin embargo, da la triste sensación, de que acusamos sólo al “adicto convencional”.
No necesariamente, el adicto consume una sustancia, no obstante, todos necesitan un tratamiento profesional, ayuda de personas que lo amen, sepan contener y acompañar sin juzgar.
El día que todos comprendamos y apliquemos esto, estaremos realmente en el camino adecuado para ayudarnos entre todos.
Se basa en las aportaciones de tres expertos en el tema: Bruce K. Alexander (psicólogo profesor canadiense, Gabor Maté (médico y escritor de Budapest, Hungría) y Manon Vachez (especialista en adicciones), quienes visualizan el problema desde un enfoque global, consecuencia de distintos factores como la estructura económica neo liberal de la sociedad moderna, que individualiza y aísla a las personas volviéndolas más propensas a caer en adicciones que no necesariamente están relacionadas con el consumo de sustancias.
“La era de la desconexión” es producto de un arduo trabajo de investigación y propone una nueva mirada al problema de las adicciones adentrándose en las emociones de quienes comparten su historia, en su proceso de sanación y su relación con la naturaleza. Además, viene acompañado de una fotografía de primer nivel que busca mostrar increíbles paisajes de México.
Anexo: Las adicciones desde una perspectiva filosófico-política y antropológica.
«La definición de droga es una definición estructural de cualquier ontología moderna- capitalista. Detrás de esta definición se esconde, como detrás del estereotipo de la droga, la fascinación esencial de los tiempos modernos, la fascinación por el fetichismo de la mercancía» (Garrido 1999: 2).
Lipovetsky sostiene que ante todo instrumento de socialización, el narcisismo, por su auto absorción, permite una radicalización del abandono de la esfera pública y por ello una adaptación funcional al aislamiento social” (1990, p. 55).
Más allá del individuo aislado de su contexto, algunos autores (Charro 1995; Arias et al. 1990) han intentado cercar a la familia del adicto, intentado explicar cómo dicha problemática se inscribe dentro del contexto familiar. Dentro de esta misma perspectiva, que podríamos llamar social, también están incluidos aquellos estudios que hablan del entorno social, especialmente el de los amigos y de la influencia que estos ejercen.
Poco se ha dicho sobre el contexto cultural y social más amplio. Dentro de esta perspectiva culturalista del fenómeno adictivo, podemos distinguir dos corrientes, que de alguna manera se solapan.
Una, que hace referencia a los propios valores que la sociedad promociona. Se destaca, dentro de esta perspectiva, el libro de Anne Wilson Schaef (1987) When society becomes an addict (Cuando la sociedad deviene una adicta).
Esta autora no solamente incide en las adicciones como un problema común en nuestra cultura (moderna) sino que va más allá afirmando que el sistema en el cual estamos inmersos es adictivo: «un sistema adictivo es un sistema que llama hacia los comportamientos adictivos» (Schaef 1987: 25).
Hanna Arendt (1961) nos describe perfectamente este ciclo adictivo cultural de la sociedad moderna, protagonizado por el homo laborans. La modernidad ha convertido el trabajo-consumición en la actividad principal, asimilándola al proceso vital cuya característica principal es su continuidad.
El proceso laboral cimentado sobre la consumición se asemeja al metabolismo biológico. La perpetuidad del proceso laboral está garantizado por el retorno perpetuo de las necesidades de consumir.
En otras palabras, es un continuo llenar y vaciar lo que domina al ser moderno, apareciendo como un ser esclavo, recluido en la domesticidad laboral y consumista.
Este proceso es devorador, en el sentido de remplazar, cada vez más deprisa, todo aquello que está en el mundo.
Vivimos inmersos en «una sociedad de consumidores» (Arendt 1961: 176), consecuencia de la emancipación de la actividad laboral de su esfera privada y doméstica.
La vida moderna gira entorno al trabajo y la consumición, dos estadios de un mismo proceso basado en las ‘necesidades’ nunca satisfechas. En este sentido, estamos inmersos, por así decirlo, en una cultura de la adicción.
Los productos del trabajo son naturales; las cosas se producen y consumen siguiendo el movimiento cíclico natural que es perpetuo, pues el final es también el principio (Arendt 1961).
Estamos sumidos en un movimiento continuo en donde no hay altos, no hay discontinuidades, no hay paradas; como en el segundo principio de la termodinámica: “la energía ni se crea ni se destruye; sólo se transforma”.
Este movimiento continuo deja sumidas a nuestras sociedades modernas en un sentimiento profundo de vacío (Lipovetsky 1983) que se expresa de múltiples formas, entre ellas las adicciones.
Una nueva disposición ética, individualista e indolora, de las sociedades modernas que abomina de los dogmatismos y posibilita la problematización. El individualismo no conduce tanto a la exacerbación de la superación del otro como a la elevación de la intolerancia frente a todas las formas de desprecio y de humillación social, según Lipovetsky.
La era de la consumición -adicción- está liquidando la existencia de costumbres, tradiciones, rituales, produciendo una ‘cultura’ nacional-social, descrita por Christopher Lasch (1991) en su obra ‘La cultura del narcisismo’.
Esta era moderna reduce toda diferencia, desapareciendo así las generaciones, el género, los pueblos. Es la era de la unidimensionalidad (Marcuse 1954).
La lógica de la consumición se personaliza al extremo de manera que todo puede ser objeto de consumición.
Una nueva forma de socialización nace en esta era de la consumición: el otro como objeto de consumición (Lipovetsky 1983). La desmesura caracteriza la consumición moderna, transformándola así en adicción, es decir en esclavitud.
Estar vivo es tener deseos. El deseo es la red que sustenta las existencias individuales y colectivas. La orientación del deseo no es atemporal. Por el contrario, surge de las prácticas sociales de cada época. Hay tiempos de predominios guerreros, o políticos, o religiosos, o estéticos, o consumistas. Los sistemas de poder interactúan con el deseo.
El capitalismo tardío es una máquina de devorar deseos. Los deseos, una vez digeridos, se tornan redituables, es decir, consumibles o asimilables a los dispositivos de poder. Se consumen mercancías, se asimilan ideas. Un pensamiento puede ser contestatario, revolucionario, transgresor o simplemente ajeno al sistema; de todos modos, se lo recicla, fortaleciendo así el diagrama de poder.
El “achique” del Estado posibilita (y tal vez estimula) la participación social. Pero no se trata de una participación fría y distante, sino de una participación identificatoria y seductora. El Estado, en su retirada, ha dejado al descubierto amplios bolsones de necesidades sociales. El individualismo contemporáneo aísla a los seres y disuelve las redes tradicionales de solidaridad (estatales, religiosas, familiares); pero genera al mismo tiempo nuevas formas de interacción social.
La preocupación altruista es precisamente una respuesta a esa necesidad de participación y de integración comunitaria. Además, el servicio voluntario permite mantenerse activo, sentirse útil y, en algunos casos, llenar vacíos angustiantes desarrollando formas de pertenencia.
El incremento de las aspiraciones neo individualistas no es la tumba del voluntariado, es su estímulo. Es a fuerza de constituirse como individualidad que se siente más fuertemente la necesidad de compartir. La afirmación del sí mismo toma forma ejemplar en los grupos de ayuda mutua. En ellos, los afectados por algún mal se convierten en voluntarios ayudándose mientras ayudan al otro. Los alcohólicos ayudan a otros alcohólicos; los ex-drogadictos, a quienes están tratando de dejar la adicción; los incapacitados se ayudan entre sí.
El Estado, en su retirada, ha dejado librados a su suerte a amplios sectores de la población. Una de las características de la economía de mercado es el aumento de la productividad y las innovaciones tecnológicas, pero su contracara es el aumento del desempleo y la exclusión social. Ante el estancamiento de medidas gubernamentales para asumir los múltiples problemas desatados por esta situación, existen grupos de personas cuya sensibilidad social las impele a movilizarse en ayuda de los demás.
Esto, en última instancia, es también una manera de sentirse bien consigo mismo. Se trata de inventar estrategias de resistencia a la injusticia y de promoción de formas de respeto y asistencia mutua.
Se trata de encontrar puntos de acuerdos mínimos en torno de los cuales se constituyan regiones de coincidencia entre lo público y lo privado para el cuidado del medio ambiente, la provisión de servicios sociales, la lucha contra la desigualdad y la defensa de los derechos.
En definitiva, se trata de iniciar o proseguir un debate acerca de la cooperación social donde se pueda cumplir el rol – humanitario y estimulante – de ser nada más y nada menos que gente que trabaja con la gente haciendo de la cooperación social una realidad. Se trata, en última instancia, de una micro política puntual, acotada, humilde si se quiere, pero que florece por aquí o por allá entre las malezas salvajes de la indiferencia o del mero lucro comercial.
Bibliografía: Esther Diaz, “La posética”.
Gazeta de antropologia, año 2002, Universidad Católica San Antonio, Murcia.
Calificación: 9/10