Por Pablo Arahuete
Un tren parte de la estación Retiro en el apuro del exilio forzado hacia Jujuy. Pero hay otro exilio menos visible, menos palpable: el exilio de los afectos de Benjamín Espósito (Ricardo Darín, excelente como siempre) en épocas de los años de plomo. Pero quizás esa imagen no sea más que la reconstrucción de un recuerdo; un garabato del pasado que se cuela en los apuntes apurados en un cuaderno que persigue casi obsesivamente encontrar el punto de partida de una historia con sabor a tragedia; la de una muerte violenta y la de un amor dilatado por las circunstancias de la vida.
Y allí está, en el presente, Benjamín escribiendo una escena plagada de optimismo y cursilería -hasta el más mínimo detalle- como la sonrisa de ella realzada por los rayos de sol que penetran por la ventana o el dulce de grosellas que él jamás volvería a probar. Pero de golpe llega el descontento y el desconsuelo y el borrador comienza a soportar los trazos hirientes que lo tachan en un mecanismo de absoluta deconstrucción para que irrumpan las imágenes violentas de una violación seguida de muerte. Entonces, la sonrisa no era la de ella sino la de otra persona, Irene (Soledad Villamil, hermosa e intensa en todo sentido), en el presente Fiscal de la Nación que sobrevivió al pasado en un mundo completamente masculino como el del Palacio de Justicia, donde aquella chica muerta es simplemente un expediente cerrado que se niega al olvido. Por lo menos al olvido de Benjamín, ya retirado de la Justicia, con la necesidad de cerrar tanto su vida como la causa que lo mantuvo suspendido en el tiempo por más de 25 años. Una vida vacía es como una causa judicial sin resolución podría pensarse del derrotero al que Espósito se enfrentó durante su carrera judicial, debiendo soportar la impunidad y la lentitud de la justicia; aceptando el exilio por estar marcado.
Entre el pasado y el presente transcurre El secreto de sus ojos, nuevo opus de Juan José Campanella, que tras un lustro de ausencia en el cine (no así en la televisión estadounidense y local) vuelve con su película más oscura y compleja quizá alejándose de su trilogía iniciada por El mismo amor, la misma lluvia hace una década y continuada por El hijo de la novia (2001) y Luna de Avellaneda (2004).
Podría pensarse a partir de este dato que volver a convocar a la dupla Darín– Villamil dejaría abierta la idea de continuidad de una historia de amor a la que el pasado le jugó en contra y el presente le depara un mejor futuro. Sin embargo, esta especulación pierde peso al introducirse un elemento hasta ahora infrecuente en su filmografía que no es otro que el contexto histórico que atraviesa la historia. Fiel a su estilo narrativo, ese trasfondo llega a partir de los detalles o alegorías, pero sobre todo desde el punto de vista de las acciones y emociones de los personajes. No es casualidad que el eje de la historia sea un crimen impune en los turbulentos setentas y por ende un salto por elevación hacia la falta de justicia en las esferas del propio sistema judicial para el que el director de Ni el tiro del final (1997) dedica una mera crónica policial donde Benjamín y Sandoval (soberbia actuación de Guillermo Francella) juegan a los detectives (ajustada la escena en la casa de la madre del sospechoso) asumiendo los costos frente a sus superiores como una suerte de revancha ante el estancamiento de un trabajo de oficina que va mimetizando a quienes lo hacen con una maraña de folios y carpetas donde la verdad pierde toda importancia.
A esa sumaria crónica policial se le yuxtaponen (de ahí la complejidad del relato y el mérito de Campanella) la reconstrucción ficcional en la novela que está escribiendo el protagonista; la historia de cada uno de los personajes a partir de las fotos y por último las sutiles referencias políticas sin rayar en el diálogo sobrecargado y utilizando el recurso de la puesta en escena y los detalles en los que la cámara se concentra. Lograr la amalgama de estos elementos dan como resultado un film atractivo desde el punto de vista de la construcción narrativa que no tiene tiempo de sumergirse en la grandilocuencia y eso se nota por el tono seco y preciso con que el realizador se maneja. Decir a esta altura que es un gran director de actores es redundante; lo mismo sucede si se lo elogiara como narrador, pero en este caso se trata de un libro co-escrito con el autor de la novela “La pregunta de sus ojos”, Eduardo Sacheri.
Sin embargo, y quizá en respuesta a aquella parte de la crítica que no ve con buenos ojos su exagerada melancolía o cúmulo de cursilerías, el director de El niño que gritó puta (1991) le haya respondido burlándose de su propio estilo con ese borrador tachado o con la mirada poco complaciente de Irene al referirse al desenlace de la novela.
Puede conjeturarse entonces que se trata de maneras de ver y mirar su cine, algo que marca sin dudas el rumbo de esta película y que se define a partir de las fotos y las imágenes, aunque también se trate de la diferencia entre mostrar y sugerir, otro de los puntos de inflexión que separan la primera parte del relato de la última, sin duda la más oscura y con una vuelta de tuerca insólita, coherente y apasionante como aquel plano secuencia que arranca con una toma aérea del estadio Tomás A. Ducó del C.A. Huracán en los setenta y termina abruptamente dentro del campo de juego con un timing impecable donde queda sepultado el argumento que sostiene que un plano secuencia es un exceso de exhibicionismo y no aporta nada a la narración.
Pareciera que el tren de Juan José Campanella partió de la estación de la melancolía y el costumbrismo con rumbo hacia un cine más audaz, personal y menos edulcorado.
El staff opinó:
–Definitivamente la experiencia en Estados Unidos de Juan José Campanella fue bastante productiva, en verdad enriquecedora. Estamos ante una rareza dentro del contexto local, cine de género de calidad: un policial negro con sustrato romántico y toques de comedia. La historia está narrada con maestría, aunque falta dureza existencial (el realizador abusa del tono costumbrista-porteño y sus habituales golpes bajos). La fotografía resulta sobresaliente, en especial se destacan las secuencias del allanamiento improvisado y la cacería en la cancha de Huracán. Por suerte ahora sí podemos olvidar los bodrios precedentes del realizador. Analizando las interrelaciones entre la justicia y la memoria, el film pica alto por ambición temática y un gran trabajo del elenco. Interesante y adictivo, está al nivel del Hollywood más valioso: sorpresa sorpresa, este es un verdadero oasis dentro del paupérrimo cinenacional…- Emiliano Fernández (7 puntos)
Título: El secreto de sus ojos.
Título Original: Idem.
Dirección: Juan José Campanella.
Intérpretes: Ricardo Darín, Soledad Villamil, Guillermo Francella, Pablo Rago, Javier Godino, José Luis Gioia y Mario Alarcón.
Género: Thriller, Basado en novela, Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 129 minutos.
Origen: Argentina / España.
Año de realización: 2009.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 13/08/2009.
Puntaje: 8 (ocho)