Por @SantiResnik
Stranger Things (2016), la nueva producción de Netflix, todos la vieron o la quieren ver, ya sea por el boca a boca o por el brutal plan de marketing empleado que no permitió que pase desapercibida en ninguna plataforma. Un pueblo chiquito con un infierno enorme y tangible.
Desde el minuto cero, Stranger Things deja en claro su objetivo y sus formas para lograrlo. No sólo es un homenaje al cine de los ‘70 y ‘80, sino que sus escenas son calcadas de todos los clásicos de la cultura pop de otrora, pero para contar su propia historia, que tampoco es tan original que digamos: una mixtura entre ET, el extraterrestre (1982), Cuenta conmigo (Stand By Me, 1986) y Encuentros cercanos del tercer tipo (1977). Nada de aliens conquistadores, como las producciones de este último tiempo, sino simples niños que se topan con una visitante con poderes de otra dimensión. Ellos sólo quieren encontrar a su amigo, no desmantelar la opereta completa que los malos de turno estén tramando.
En sintonía con sus homenajes, los ocho capítulos transcurren en plena década de los 80, sumando así referencias interminables a aquellos tiempos.Los hermanos Duffer (directores de Hidden, 2015 hasta el momento) utilizan como base la “estética spilbergiana” predilecta: niños con mucha libertad en un pueblo del interior de Estados Unidos, juegos de rol (Calabozos y Dragones) y nada de google. Para develar los misterios salen en sus bicicletas al mundo real, y no vuelven hasta la noche… o no vuelven durante toda la historia, como es el caso de Will, con su misteriosa desaparición que abre la serie.
Para los mayores de 30 años, sin duda esta serie tendrá un gusto especial, además de la base fuertemente plantada en ET y Cuenta conmigo, las secuencias tenebrosas de Alien, el octavo pasajero (1979) y Pesadilla en la calle Elm (1984), la paranoia de Poltergeist (1982) y El Resplandor (1980) y la polenta de Rambo II (First Blood II, 1985), entre tantas otras rellenan el tono de la serie, que además de recuperar esa dulce infantil inocencia, perdida una vez entrada la década de los 90, suma el tono turbio con mucosas alienígenas, dignas de Aliens, el regreso (1986) de James Cameron.
El contrapunto al tono logrado, Stranger Things flaquea en cuanto a lo que refiere a historias paralelas al núcleo dramático: todos los personajes, cada uno desde su arista, sólo se acercan al tronco único de la serie exclusivamente. Efímeras historias de amor adolescente o infantil (claramente spielbergiano) rellenan, pero dejan con ganas de más.
Párrafo aparte para la musicalización a cargo de Kyle Dixon y Michael Stein, con un estilo noir (léase John Carpenter) más propio de la cultura under de los 80, como Terminator (1984), para terminar de cerrar el tono lúgubre desde los sintetizadores tan característicos de aquellas épocas.Otro punto para los Hermanos Duffer que no debería ser pasado por alto, es que al recrear tantas dinámicas exactamente desde sus películas originales, Strangers Things nunca se siente repetitiva o trillada, abraza el espíritu de los ‘70 y ‘80 sin dudarlo y, como ya fue mencionado anteriormente, logra cumplir sus objetivos.
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