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miércoles, 4 diciembre 2024
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La Morgue: La profanación y sus consecuencias

Por Emiliano Fernández

Si hay algo que nadie esperaba de André Øvredal, el realizador de la magnífica Trollhunter (Trolljegeren, 2010), era una reformulación carpenteriana de aquella camaradería que se desvanece progresivamente en el equivalente a un presidio. La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016) es un ejemplo extraordinario de lo que se puede alcanzar cuando el talento está al servicio de la historia y no del dispositivo técnico o los clichés…

La carrera del noruego André Øvredal viene ofreciendo una sorpresa tras otra y este trajín representa toda una curiosidad en un ámbito cinematográfico contemporáneo siempre tendiente al conservadurismo formal y las soluciones narrativas ampliamente agotadas. Luego de un interesante aunque desparejo debut indie en colaboración con Norman Lesperance, Future Murder (2000), el director nos regaló una estupenda ópera prima en solitario que de inmediato rankeó en punta como la gran obra maestra de la andanada de “falsos documentales” de los últimos años: de hecho, Trollhunter (Trolljegeren, 2010) no sólo fue una propuesta vertiginosa que hacía honor a su título sino que además incluía dardos satíricos de alcance social y gubernamental que llamaban la atención por su lucidez. Mucho se esperaba del regreso del señor y bien podemos decir que el film en cuestión, La Morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), satisface las expectativas y vuelve a sorprender.

Contra todo pronóstico, Øvredal en esta oportunidad construye una película enraizada en la matriz carpenteriana del relato de terror, esa que pone el foco en la camaradería -o la ausencia de ella- entre personajes confinados a un entorno cerrado que va destruyendo su estado mental y consumiéndolos poco a poco. Si bien sin lugar a dudas la referencia principal del guión de Ian B. Goldberg y Richard Naing, dos profesionales de raigambre televisiva, es la olvidada El Príncipe de las Tinieblas (Prince of Darkness, 1987), uno de los trabajos más abstractos y desconcertantes de John Carpenter, el esquema general que rige los pormenores de la historia también nos remite a diferentes elementos de Asalto al Precinto 13 (Assault on Precinct 13, 1976), La Niebla (The Fog, 1980), El Enigma de Otro Mundo (The Thing, 1982) y hasta Atrapada (The Ward, 2010), todas realizaciones que supieron retomar la idea para expandirla o contraerla según las necesidades del momento.

La autopsia de Jane Doe : Foto Brian Cox, Emile Hirsch

Hoy por hoy el derrotero sobrenatural se inicia con el hallazgo de tres cadáveres en una casa idílica de Grantham, en el Estado de Virginia, y un cuarto cuerpo de una joven semienterrado en el sótano. Frente a la imposibilidad de identificar quién es la difunta, los restos son caratulados como pertenecientes a una “Jane Doe”, el equivalente en inglés al “Juan Pérez” de los NN de los países de habla hispana, y enviados a la morgue del pueblo, una empresa familiar encabezada por Tommy Tilden (Brian Cox), el forense a cargo, y su hijo Austin (Emile Hirsch), un técnico médico certificado. Apenas comienza la autopsia los interrogantes se acumulan de manera desenfrenada: el dúo descubre que a la muchacha le quebraron sus muñecas y tobillos, le cortaron la lengua y le laceraron la vagina, asimismo posee tejido cicatrizado en los órganos internos y fue paralizada con una hierba especial para luego obligarla a tragarse un molar propio envuelto en un paño con números romanos.

Durante la primera parte de la trama, la centrada en las distintas fases de la necropsia en sí, Øvredal exprime de forma magistral la posibilidad de que nuestra Jane Doe esté sumida en una suerte de letargo espeluznante que se condice con sus ojos grises y la falta de marcas externas -léase, a la vista- de todo el daño y el dolor que la susodicha debió soportar en vida en manos de los sádicos oscurantistas de turno. La segunda mitad del metraje se hace un verdadero festín con las “consecuencias” de la profanación llevada a cabo por los Tilden, la que por supuesto funciona como un espejo de los tormentos preexistentes: en este sentido, el film rescata ese viejo axioma del cine de horror que coloca en la misma balanza a las supersticiones y los sacrificios demenciales de las religiones por un lado y las barrabasadas que se suelen cometer en nombre de la ciencia y la razón instrumental por el otro, dejando entrever que efectivamente el camino al infierno está pavimentado de buenas intenciones.

Entre la manipulación sensorial de los protagonistas y el gore sin maquillaje ATP, el opus del noruego juega con la claustrofobia, una indagación detectivesca y las certezas escurridizas de la morgue, un contexto del que nunca salimos por acción de una tempestad irrefrenable y por el acoso de Jane, cuyo fetiche fundamental pasa por revivir a los otros occisos de las cámaras frigoríficas del lugar dentro de una estructura retórica que le debe más a las parábolas morales de los fantasmas que al pragmatismo de los zombis. Cox y Hirsch, prácticamente los únicos que movilizan el relato, están perfectos como una familia que aún sufre la muerte de la esposa/ madre del clan y como una dupla de investigadores sensatos que evitan toda esa sonsera efectista y autocontenida de gran parte del mainstream actual. La película es una anomalía exquisita apuntalada en una atmósfera que hiela la piel porque sabe cómo controlar la imaginación del espectador y su morbosidad todo terreno…

Título: La Morgue
Título original: The Autopsy of Jane Doe
Dirección: André Øvredal
Intérpretes: Emile Hirsch, Brian Cox, Ophelia Lovibond, Michael McElhatton, Olwen Kelly, Jane Perry, Parker Sawyers
Género: Terror
Clasificación: Apta para mayores de 16 años
Duración: 99 minutos
Origen: Reino Unido
Año de realización: 2016
Distribuidora: Diamond Films
Fecha de estreno: 20/04/2017

Puntaje: 9 (nueve)

 

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