Por Arturo Prins, corresponsal de Nueva Tribuna (España)
En la telaraña de una Europa cada vez más permeada por tintes racistas, una derecha que abraza políticas inmigratorias draconianas y las olas de nacionalismo que agitan las aguas a la sombra del Brexit, emerge esta obra cinematográfica que nos sumerge en las entrañas de una Inglaterra olvidada, donde el desempleo teje con la presencia de inmigrantes musulmanes, una tela de convivencia cada vez más compleja.
Pocos son los directores de cine actualmente en el mundo como Ken Loach, que den voz y defiendan con tanta fuerza a la clase obrera y media baja. A los deprimidos socialmente, a los refugiados políticos sirios o pakistaníes, a los que se miran con recelo y desprecio por ser “moros”, como así gritan los ingleses en el film, cuando azotan con malas palabras y expresiones, a un autobús repleto de refugiados sirios, llegado a un antiguo pueblo minero en el condado de Durham. Uno de los pueblerinos espeta: “Fuera de aquí, mi primo fue asesinado por un moro en la guerra de Irak”. Todo se mezcla ante la ignorancia, olvidando que los ingleses arruinaron una nación soberana, Irak, bombardéandola junto a los americanos en el 2003, ellos confunden sirios con iraquíes.
Directores como Loach, al igual que Michael Moore lo hizo en su documental Roger & Me (1989) hablando de la precariedad de los obreros desempleados al cerrar la fábrica de General Motors en Flint, denunciando el lado oscuro del sueño americano, y Costa-Gavras en el film Eden à l’Ouest (2009), donde un joven emigrante debe afrontar numerosos contratiempos para entrar ilegalmente en la Unión Europea. En sus respectivos territorios, Estados Unidos y Grecia; estos directores se erigen como defensores incansables de los marginados, de los débiles. En este escenario, de un norte inglés deprimido, Ken Loach, construye una narrativa política, sindical y social, resonando con profundas implicaciones éticas sobre nuestra percepción del otro, particularmente aquellos marcados como “moros” o musulmanes, que llegan a Europa habiéndolo perdido todo, de países con guerras civiles.
Loach con la aguda y ácida escritura de Paul Laverty, su guionista habitual, retrata secamente la desolación de los trabajadores y desempleados de Murton, una ciudad marcada por su pasado minero, ahora sumida en la sombra del cierre de sus minas. En el Bar El Viejo Roble, refugio de sus desencantados habitantes, convergen las penas de los pueblerinos ahogadas en alcohol. Tommy, su dueño, al que llaman TJ, observa las grietas en su propio refugio: los racismos, los temores, la crítica despiadada hacia los más vulnerables, envidias, y penas de peso, ante especuladores inmobiliarios de la zona que lastran la economía local. Sin embargo, Tommy exhibe una resistencia interna que lo impulsa a enfrentar los recelos y críticas ponzoñosas de sus colegas, con la ayuda tenaz de Yara, una refugiada de la comunidad siria, más una asistenta social llamada Laura, valiente y enérgica, sobreponiéndose entre todos, a las oposiciones de los habituales del bar.
TJ ayuda a Yara, la joven fotógrafa siria a la que ofrece su ayuda constantemente. Compartiendo una conexión marcada por la amabilidad y la colaboración mutua, ambos establecen una relación, que, respaldada por la presencia de Laura, dedicada a apoyar a la comunidad musulmana, se proponen insuflar vida al melancólico y destartalado bar, con la creación de un comedor social, en los que participan activamente los inmigrantes sirios y locales en las reparaciones. Así, los personajes del lugar reviven, uniéndose para proporcionar alimento a los niños sirios hambrientos, y a algunos adultos y jóvenes también del propio pueblo.
La clave de estas conductas, las deja muy claro el protagonista cuando tiene que defender su viejo bar de las dudas ajenas, que él hace esto por solidaridad, no por caridad. Allí reside la fuerza del film, cuando los sirios y los del pueblo regalan a Tommy, en señal de agradecimiento, una bandera bordada con tres palabras que ejemplifican su conducta: Fortaleza, Solidaridad y Resistencia.
En este escenario, Loach entreteje una mirada cálida, abriendo la mano hacia los desafortunados sirios, cuya desgracia el director custodia y protege a través de sus personajes. Ken Loach, maestro en la improvisación guiada, permite a sus actores desarrollar espontaneidad y frescura, destacándose por la naturalidad palpable en sus interpretaciones. Loach y Laverty entienden las suspicacias de los ingleses en situación precaria, que ven cómo los asistentes sociales, ayudan a sirios, trayéndoles colchones, pañales, y alimentos, que ya quisieran recibir muchos de ellos.
Tommy, que es viudo y al que sólo le acompaña un perro, más que el dueño de un bar, se erige como la encarnación de un corazón generoso, dispuesto a socorrer a quien lo necesite. Su vida, marcada por la tristeza de la pérdida de su esposa y una acusada precariedad económica, se convierten en un campo de batalla donde se enfrentará a la tentación de soluciones finales. En esta narrativa de desafíos y compasión, Ken Loach despliega la realidad cruda de la vida cotidiana, donde la luz de la solidaridad persiste incluso en los rincones más nublados y fríos de la existencia.
En un momento de penetrante claridad, Tommy se enfrenta valientemente a un cliente de su bar, quien, cada vez más, junto a otros, manifiestan un creciente rechazo hacia los extranjeros, acumulando un odio que parece desbordarse. Tommy se dirige a la casa de su antiguo colega de escuela, y proclama una verdad contundente: la tendencia a buscar a alguien más débil o vulnerable que ellos, que están mal, para convertirlo en chivo expiatorio, un recipiente de las propias miserias. Este patrón, encapsulado en el eslogan “Duro con los débiles y débil con el poderoso”, revela una oscura realidad mundial.
En El Viejo Roble se nos revela un retrato de la desconfianza y el resentimiento, alimentados por la ingesta de alcohol, en una comunidad empobrecida y desinformada. Este caldo de cultivo para sospechas y rencores, oculta una amarga realidad entre aquellos que dilatan el tiempo sin nada que hacer en el bar. Es en este contexto que los habitantes de Murton, sintiendo amenazado su último bastión de reunión y dispersión, se enfrentan a la presencia de extranjeros, como si les arrebataran lo poco que les queda de El Viejo Roble.
El filme alcanza su cenit de belleza en una secuencia particularmente impactante: aquella en la que la joven y sensible Yara, con sus fotografías, captura la esencia de los habitantes del pueblo. Es en el bar donde se enseñan con un proyector sus retratos de los lugareños, fusionados armoniosamente con las notas melódicas de un músico sirio que toca un laúd árabe, que une extranjeros con locales, generando un contrapunto de esplendor en medio de la desolación climática que envuelve a los habitantes en sus calles, sus trabajos y vida cotidiana.
Quizás, el desenlace pueda parecer forzado, no obstante, de esta noble y hermosa reconciliación destila una poderosa declaración: la posible convergencia armoniosa entre comunidades en extremos opuestos. La convivencia entre cristianos y musulmanes, entre hijos de mineros sumidos en la depresión laboral y económica de un capitalismo cada vez más depredador, y familias desposeídas de todo por una guerra civil. Y resalta de manera evidente la maldad imperante en el gobierno sirio, denunciando a su presidente Bashar al-Ássad y su régimen, como un criminal, torturador y dictador.
Título: El viejo roble.
Título original: The Old Oak.
Dirección: Ken Loach.
Intérpretes: Dave Turner, Ebla Mari, Debbie Honeywood, Andy Dawson, Trevor Fox, Neil Leiper, Laura Daly, Reuben Bainbridge y Jordan Louis.
Género: Drama.
Calificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 113 minutos.
Origen: Reino Unido/ Francia.
Año de realización: 2023.
Distribuidora: Zeta Films.
Fecha de estreno: 05/09/2024.
Puntaje: 8 (ocho)