Por Juan Blanco
La excusa para juntar a estos personajes de la literatura de terror clásica es vaga pero extrema, y la creatividad de Stephen Sommers al momento de acumular peripecias para su héroe de sombrero no tiene límites. El resultado es uno de los delirios más grandes y desproporcionados jamás concebidos dentro del cine de aventuras…
El nombre de Stephen Sommers ya es un indiscutible sinónimo de aventura. Esto quiere decir que su cine remite al entretenimiento, a la diversión, a la alegría, al vértigo, a la emoción por sobre cualquier otra cosa. Claro está que despertar dichas sensaciones en una sala de cine no es un trabajo simple; para lograrlo se pueden tomar mil caminos y aun así quizás ninguno de ellos nos lleve a destino. Pero lo que tiene Sommers que lo hace tan especial y efectivo como guía es su coherencia discursiva en sus constantes desafíos a los peligros del descubrimiento y de la creación. Por eso convirtió a La Momia, el clásico de terror, en una Indiana Jones con espíritu aún más rebelde y totalmente bizarro y salió bien parado del asunto. Por eso mismo duplicó la apuesta con La Momia Regresa, a riesgo de perderlo todo en ese remolino de locura que mezclaba acción, suspenso, comedia, aventura, ciencia ficción y fantástico, y salió victorioso de nuevo.
Hay que reconocer que sintonizar con el cine de Sommers no es tarea fácil si lo que se busca es una puesta en escena acorde a los clásicos que evoca en sus historias. La re-creación a partir de la premisa clásica es un trabajo riesgoso, sobre todo cuando la energía que pone su creador en el proyecto sufre constantes sobrecargas de voltaje. Eso es el cine de Sommers: sobredosis de energía. Esta virtud de narrar a la velocidad de la luz las historias más descontroladas lo llevó a animarse a coreografiar al intrépido doctor brujo y cazador de monstruos Abraham Van Helsing (acá llamado Gabriel y con la contextura joven de Hugh Jackman) en un enfrentamiento que involucra no sólo a su mítico enemigo, el conde Drácula (un desaforadísimo Richard Roxburgh), sino también al hombre lobo (el bailarín Will Kemp) y a la criatura creada por el excéntrico Dr. Frankenstein (en la piel de Shuler Hensley). El resultado es uno de los delirios más grandes y desproporcionados jamás concebidos dentro del cine de aventuras… con la calidad de Sommers.
A simple vista se podría pensar que Van Helsing, la película, sería un intento similar al que hace poco juntó a otros héroes de la literatura de aventuras, conocido como La Liga Extraordinaria. Es cierto, el intento es muy parecido, más no el resultado final del mismo. El film de Stephen Norrington, satisfactorio al tiempo que fallido, se quedó en el intento por la falta de vitalidad que su director impregnó a la aventura.
Sus mayores créditos fueron un par de secuencias de acción bien resueltas, pero no mucho más que eso. Van Helsing, en cambio, también posee el “don” de la “traición divina” hacia los personajes que amalgama en una muy improbable anécdota, pero llega mucho más lejos (y mucho más rápido) gracias a que Sommers arremete a fondo sin miedo al ridículo con su inimitable -y erróneamente cuestionada- “cordura”.
Esto convierte a Van Helsing en uno de los productos más nobles y arriesgados que supo brindar el género en años, capaz de crear nuevos orígenes para personajes archiconocidos e insólitos destinos para cada uno sin pecar de irrespetuoso en su asumida traición; algunas de las innovaciones son la figura canchera, sexy y temeraria de Van Helsing cual James Bond bárbaro, la imagen cool del Drácula de Roxburg, las anómalas metamorfosis de los múltiples hombres lobo, la prodigiosa lengua larga de un Frankenstein que habla más que el burrito de Shrek, un Igor capitalista que se vende al mejor postor, y hay más?
La excusa para juntar a estos personajes de la literatura de terror clásica es vaga pero extrema, y la creatividad de Sommers al momento de acumular peripecias para su héroe de sombrero no tiene límites. Tal es así que de tanto jolgorio, hay que decirlo, devienen algunas imprecisiones: en Van Helsing hay mucha acción y a una velocidad descomunal, lo que por momentos deriva en caos y descontrol.
En efecto Sommers y Van Helsing se enredan bailando en docenas de ocasiones, pero lo maravilloso en que ambos siguen danzando tras cada tropiezo; así, cada mal paso queda pisado por uno nuevo y probablemente asombroso.
Cabe imaginarse el más ostensible despliegue de tecnología digital (algo que al director le gusta y mucho), siempre al servicio de hacer a cada monstruo más amenazante, a cada héroe más intrépido, a cada aventura más desafiante. Es cierto que si este realizador pusiera más letras en los guiones, las historias serían más verosímiles desde lo narrativo, y que si acudiera a menos -y a mejores- efectos especiales, los momentos serían más creíbles desde lo estético.
Pero lo concreto es que el objeto de Stephen Sommers no es predicar lógicas, realismos o verosímiles preestablecidos, sino (re)construir el cine de género a través de los excesos, de las improbabilidades y de esa ilusión que sólo necesita que se crea más en la magia y menos en la confección del truco.
Título: Van Helsing, cazador de monstruos
Titulo original: Van Helsing
Dirección: Stephen Sommers
Género: Acción, Aventuras, Drama, Fantasía
Intérpretes: Hugh Jackman, Kate Beckinsale, Richard Roxburgh, David Wenham, Shuler Hensley
Duración: 131 minutos
Origen: Estados Unidos, República Checa
Año Realización: 2004
Distribuidora: UIP
Fecha Estreno: 06/05/2004
Puntaje 8 (ocho)