Por Pablo Arahuete
¿Puede considerarse a la violencia como una suerte de epidemia, que una vez que aflora nada puede detenerla? Sobre esta pregunta, el realizador canadiense David Cronenberg construye su opus más reciente, bajo el revelador título Una historia violenta. Como es costumbre en el padre de La mosca, esta película permite, desde una estructura convencional, sumergirse en diferentes niveles de lectura o planos que parten desde su saludable impronta políticamente incorrecta -con un impulso subversivo constante-, y que encuentra su mayor paradoja en su sociedad comercial con uno de los grandes estudios como es New Line Cinema.
Reconocido en las filas de los directores ajenos y combativos del modelo hollywoodense, las implicancias del desembarco de Cronenberg a las grandes ligas abren una hipótesis: tal vez la mejor alternativa de cambiar un modelo decadente, chato en propuestas, sea desde adentro y no por fuera, en los márgenes del sistema. Por eso, este film puede verse como el reverso de la postal del sueño americano; como los pedazos de esa foto idílica de la familia ejemplar y su vida monótona y apacible, autorreferencial, cuya contracara fue bastión del discurso independiente de los 70 con su iconográfico núcleo familiar disfuncional que David Cronenberg pinta con crudeza y encomiable poder de síntesis en sólo dos escenas claves del film: la típica mesa familiar con todos sus miembros presentes. Dos fragmentos cargados de significación que cierran magistralmente una trama sencilla donde la idea “cronenbergiana” de la metamorfosis y la mutación (recuérdese Pacto de amor) se entronca con el proceso de transformación experimentado por su protagonista, Tom Stall (soberbia actuación de Viggo Mortensen) y, como efecto, de su esfera íntima compuesta por su esposa (María Bello, en un rol difícil), un hijo adolescente y una niña.
Como trasfondo, la comunidad de Indiana, pueblo tranquilo del medio oeste de Estados Unidos del que Tom se convertirá en héroe por accidente tras un infortunado encuentro con unos asesinos despiadados que irrumpen en la paz de su bar y a quienes aniquila con frialdad en defensa propia. Erigido por la comunidad y los medios de comunicación sensacionalistas en su nuevo rol de justiciero, el futuro de Tom cambia de rumbo cuando la llegada de unos gánsters de Filadelfia (capitaneados por Ed Harris) logre desenmascarar que detrás del rostro del ejemplar padre y ciudadano Tom se oculta el del sombrío y siniestro Joey, quien aún debe rendir cuentas por su pasado.
Con esta introducción, sustentada en un elemento constitutivo del western, la idea del territorio invadido por un extraño y aún más profundo, la amenaza latente del status quo, el relato se ve atravesado por aristas donde el factor desencadenante es la violencia en todas sus expresiones, pues no sólo se manifiesta en lo físico, sino también en lo verbal como sucede en la familia.
Antes se hacía referencia al cine de los 70, desde su aspecto discursivo, pero si se ahonda en las concepciones estéticas puede trazarse un paralelismo en cuanto a la representación cinematográfica de la violencia. La obra de Cronenberg en este caso particular, invita a la reflexión sobre dos maneras de entender los alcances y límites de la imagen cinematográfica en sí. Este debate que cruza transversalmente la historia del cine desde sus inicios hasta hoy se encolumna en el modelo realista y su reflejo deformante de hiperrealismo, afín al criterio del cine como espectáculo. Y quién mejor que David Cronenberg para transitar la difusa frontera entre el realismo y la atmósfera casi onírica, presente en algunas de sus obras como Crash o Festín desnudo. Lejos del tratamiento estilizado y banal de la violencia, rasgo de un mensaje que busca vaciarla de contenido y reivindicarla como mero entretenimiento, el perturbador tono realista que el realizador canadiense aplica en la puesta en escena genera un efecto de distanciamiento con el espectador.
Sin embargo, pese a tratarse de un film por encargo (versión libre de un comic de John Wagner, creador de Judge Dredd) que el autor de Spider nutrió de su universo personal, el film saca a relucir subrepticiamente sus obsesiones tales como el juego del doble llevado aquí al límite por la subtrama que plantea la tensión entre el secreto pasado y el equívoco de otra identidad. Una vez más, la idea de la enajenación mental conlleva implícitamente el entramado de la enfermedad. Expansiva, silenciosa e incontrolable; sintomática de una sociedad demente y represiva que el mentor de Rabia retrata aquí con fuertes dosis de sátira y sacude con una mueca siniestra de humor negro, visible en la caracterización de sus personajes secundarios, entre ellos, Ed Harris y su ojo de vidrio y William Hurt y su refinado gesto.
Sólo David Cronenberg puede darse el lujo de subvertir los códigos del género, sin traicionarse un centímetro al elaborar dos escenas de sexo diametralmente opuestas, justificadas, que desnudan implacablemente a sus personajes en un contraluz que sirve de metáfora para explorar la oscuridad y psicología de la pareja. La mente brillante del creador de Videodrome entrega una de sus obras más personales, cautivantes y reflexivas con el sello de cine de autor y el respaldo de Hollywood.
Título: Una historia violenta.
Título Original: A History of Violence.
Dirección: David Cronenberg.
Intérpretes: Viggo Mortensen, Maria Bello, William Hurt, Ed Harris, Ashton Holmes, Heidi Hayes, Stephen McHattie, Greg Bryk y Peter MacNeill.
Género: Basado en novela gráfica, Thriller, Drama.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 96 minutos.
Origen: Canadá/ EE.UU.
Año de realización: 2005.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 17/11/2005.
Puntaje: 9 (nueve)