Por Luis Pietragalla
Gran parte de las siguientes líneas son debidas a Carl Sagan (1934-1996), el famoso astrofísico, educador y autor/conductor de la serie de TV Cosmos (EEUU, 1980), que con lenguaje sencillo y claro enseña a los espectadores cómo funciona nuestro universo. Escribió varios libros, entre ellos la novela “Contacto” (Contact), llevada al cine en 1997 por Robert Zemeckis. En su obra póstuma, “El mundo y sus demonios” (Planeta, Buenos Aires, 1997), alguien afirma que en su garaje hay un dragón, pero a cada pregunta de su interlocutor para poder verlo o que haya prueba de sus existencia (“Muéstralo / poner harina en el suelo para marcar las huellas / pintarlo con spray para hacerlo visible /sensor infrarrojo para hacerlo visible”), el ‘anfitrión del dragón’ responde siempre con una explicación de por qué no funcionará (“Es invisible / flota en el aire / es incorpóreo y la pintura no se le pegaría”). Sagan se pregunta cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante, que escupe un fuego que no quema y un dragón invisible. Si no hay manera de refutar la opinión del dueño del garaje ni ningún experimento concebible válido contra ella, ¿significa decir que el dragón existe? Los signos, las pruebas, nunca aparecen cuando hay un escéptico presente, sino antes: quemadura en un dedo debido al aliento de la bestia, huellas en el piso. El único enfoque sensato, concluye Sagan, es rechazar provisionalmente la hipótesis del dragón y permanecer abierto a otros datos físicos futuros, preguntarse cuál puede ser la causa de que tantas personas aparentemente sanas y sobrias compartan esa extraña ilusión. Remata el científico afirmando que la magia requiere la cooperación tácita de la audiencia con el mago: es decir, la suspensión voluntaria de la incredulidad (esencial para que la ficción de la narrativa en la literatura o el cine tenga efecto. Por lo tanto, para penetrar en la magia, para descubrir el truco, debemos dejar de colaborar. Podría agregarse, según quien suscribe y firma al pie, que este relato podría concluir con la famosa frase del personaje del Manochanta de Alberto Olmedo: “¡No me tienen fe!”
Las manos es una película fallida de dos talentosos y brillantes cineastas: Alejandro Doria (coguionista y director), con sus buenas o muy buenas La isla (1978), Los pasajeros del jardín (1982), Darse cuenta (1984) y, especialmente, Esperando la carroza (1985), su obra maestra; Juan Bautista Stagnaro (coguionista), autor de los libros de Camila (Maria Luisa Bemberg, 1984) y de Debajo del mundo (Beda Docampo Feijóo, 1987), director y guionista de Casas de Fuego (1995) o El amateur (1997).
Es fallida porque, más allá de sus buenas o brillantes actuaciones (Marrale, Borges, Marzio, etc.) y de la buena fotografía e interesantes movimientos de cámara, la historia del padre Mario Pantaleo no resulta verosímil. No estamos discutiendo ni sus capacidades curativas (que él siempre negó en vida), ni menos aún la obra que dejó en González Catán (centro deportivo y de enseñanza media y superior para un lugar de muy bajos recursos que nada de eso tenía, lo que permite a sus vecinos acceder a la educación). Lo que sí ponemos en duda es la capacidad de contar una historia con personajes y situaciones que recurran al mal melodrama con estereotipos insostenibles a esta altura del mundo. Entre ellos, el lugar que se le asigna a la ciencia, a los que la practican (médicos, en especial) y a los estudios universitarios (curiosamente la película está producida por una universidad nacional). El conocimiento parecería siempre adquirirse a través de algo inmanente, y no del esfuerzo de estudiar.
El esquematismo de personajes y situaciones (con excepción de la secuencia en Italia) conspira contra la credibilidad del relato y lo hace tedioso. Además, las pruebas a las que acude el filme del supuesto don del sacerdote para curar y las contrapruebas atribuidas a los incomprensivos que leen libros de Freud, Sartre y Camus son, por lo menos, inconsistentes. Los personajes se desempeñan como tontos, tanto los ‘buenos’ e iluminados, como los ‘malos’ y escépticos. La ilación de los sucesos es confusa, por lo que no se entienden las motivaciones de la acción.
Un mal paso.
Título: Las manos.
Título Original: Idem.
Dirección: Alejandro Doria.
Intérpretes: Jorge Marrale, Graciela Borges, Belén Blanco, Carlos Weber, Esteban Pérez, Duilio Marzio, Carlos Portaluppi, Jean-Pierre Reguerraz, María Socas, Mónica Cabrera.
Género: Drama.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 119 minutos.
Origen: Argentina/ Italia.
Año de realización: 2006.
Distribuidora: Primer Plano.
Fecha de Estreno: 21/12/2006.
Puntaje: 3 (tres)