Por Juan Blanco
Antes que nada, y a conciencia de las faltas de índole académico que implican estas palabras hacia un texto crítico, me confieso emocionalmente sobrepasado por lo que voy a escribir a continuación. Lo hago porque mi gusto y respeto por El Hombre Araña (el personaje) y por las dos primeras películas de Sam Raimi sobre el mismo son inmensos, así que me declaro en crisis con la extraña experiencia que tuve frente a Spider-man 3.
Los excesos nunca son buenos, ni siquiera aquellos que aparentan ser inofensivos o de los que se duda su nocividad; eventual e indefectiblemente todos derivan en algo contraproducente. Sam Raimi, el orgulloso padre del Hombre Araña de pantalla anamórfica, debería haberlo sabido mejor que nadie al momento de gestar Spider-man 3, ya que su cine jamás se destacó por las sutilezas; no obstante, nunca antes en su obra los excesos se manifestaron fuera de su control, o bien de su voluntad. Hoy traigo a colación los excesos en Spider-man 3 porque son los que impulsan casi de manera exclusiva a esta tercera entrega de una de las sagas más prometedoras de los últimos tiempos, y además porque son los que la llevan incuestionablemente a una provisoria derrota (hablo en términos de calidad y no de cantidad).
En Spider-man 3 estas sobredimensiones funcionan como un virus que ataca las distintas partes de su estructura formal hasta afectar al producto casi en su totalidad. Para empezar, digamos que el virus ya está arraigado a un guión deficiente; uno con tamaña superposición de conflictos y personajes en un tiempo tan acotado (aunque la película dure dos horas veinte no es suficiente), que lleva a una exposición imprecisa, a un desarrollo tosco y poco creíble de toda situación, desde la más general hasta la más particular. Y si bien los conflictos cruzados, las estructuras corales o las circunstancias arbitrarias son parte de los códigos de cualquier cómic (y que ya se habían prestado pero en dosis mucho menores en Spider Man 1 y 2), hay que afrontar la realidad de que la representación cinematográfica juega con otras reglas; los tiempos en el cine son distintos, así como la estética general y la composición estructural de los relatos también.
En efecto, en Spider-man 3 el principal problema son las abusivas arbitrariedades de guión (esta vez departamento de Raimi) o bien la falta total de causalidad en la puesta en escena general. Pero semejante afirmación amerita una ejemplificación, así que ahí vamos: en esta entrega se nos participa de que el verdadero asesino del tío Ben no era el ladrón que Peter ajustició en la primera parte, sino otro reo actualmente en plena fuga de una cárcel y que, casualmente, termina por torpeza en medio de un experimento científico que lo convierte en El Hombre de Arena, archienemigo de Spider-man. En paralelo, nuestro héroe de rojo salva a una chica de una muerte segura en un accidente fortuito; el detalle está en que esa misma joven coincide ser Gwen, una compañera de universidad de Peter, muy amiga del muchacho y a la vez la “amigovia” de un fotógrafo periodista con el que Parker tiene una rivalidad profesional en El Clarín; pero no es todo: este mismo chico (recordemos que sale con la chica rescatada y “de la Facu”), es el que eventualmente se convertirá en Venom (en una escena en la que el término “casualidad” ya no es ni remotamente aplicable), el Némesis absoluto de Spider-man. De yapa, Peter se sigue llevando a las patadas con su ex-mejor amigo Harry Osborn, que ahora quiere vengarse como el Duende Verde Jr. y aprovecha que Mary Jane está celosa de la amistad de su novio con Gwen para meter cizaña entre la pareja y luego besuquearse con Kirsten Dunst. Y todo esto pasa (como si ya no faltaran motivos para que Peter Parker se quiera meter un tiro en el coco), mientras el joven arácnido se pelea con un traje negro y simbiótico que, además de peinarlo y maquillarlo como un miembro de la banda musical Airbag, lo vuelve malo, misógino y un absoluto imbécil que baila por la calle igual que Walter Matthau en cualquiera de sus comedias. Claro, de todos los habitantes de Nueva York, el gancho era que el meteorito con la “bacteria de Venom” cayera a centímetros de Parker en un parque público una noche cualquiera que el pibe se andaba toqueteando con Mary Jane sin traje ni máscara y suspendido en una “telaraña de amor” (¿dónde están los paparazzi cuando se los necesita, no?).
Tal como es muy común emplear la frase “matar dos pájaros de un tiro”, digamos que Raimi en Spider-man 3 intentó aniquilar una bandada de cien con un solo disparo de calibre 22; muy bajos recursos para semejante caos narrativo, y así queda la cosa. Spider-man 3 puede que sostenga un ritmo impresionante, que porte momentos de ingenio y virtuosismo visual inigualables y que no aburra en sus casi 140 minutos, pero es inconsistente y peca de ambiciosa por querer abarcar más de lo que cualquier guión (que se pretenda mínimamente consecuente con su relato) puede resolver en tiempo y forma. Lo cual es una pena dado el potencial de los elementos puestos en juego en esta tercera y dramática parte de la historia de Peter Parker.
Pero los “excesos virales” no terminan ahí. Como era de esperarse, las escenas de acción no podían ser menos ni tampoco inferiores a las de las entregas previas (de hecho hay un par extraordinarias). Aunque eso no quería decir que ciertas coreografías de acción tenían que acabar comparables al vértigo estético de un videojuego de primera persona (algo ausente en las dos anteriores), ni que los efectos especiales tenían que ser tantos ni tan grandes al punto extremo de evidenciar sus fallas técnicas en pantalla. Hay combates físicos en los que no se distingue prácticamente nada y en que los personajes pelean a cara descubierta (es decir, Spidey y el enemigo de turno sin máscara), obligando a los animadores gráficos a tratar de reproducir con CGI los rostros de los actores atravesando los planos a la velocidad de la luz; no hace falta que diga cuál es el resultado de semejante proeza técnica (para más información ver el final de La Momia Regresa o cualquier partido de Quiddish de las Harry Potter).
Y por último, aunque no menos importante, el virus ataca el corazón dramático de Spider-man 3: la composición de personajes, que esta vez parecen caricaturas de sí mismos, y el rigor emocional que enriquecía los dos capítulos anteriores. Resulta curioso que el episodio en que más tiempo en pantalla se le dedica a Peter Parker como civil, sea paradójicamente aquel que presenta al personaje más ridiculizado y por defecto menos interesante de todos. En parte dado que Raimi deposita en él largas instancias humorísticas que no causan la gracia de antaño (el mejor humor –lejos- se encuentra en la escena con –y gracias a- Bruce Campbell), ya sea por repetición o mera acumulación de chistes que rebajan la antigua simpatía del amigo Parker a las muecas de un Tobey Maguire que, por vez primera, no consigue una actuación a medida.
Es una lástima que la calidad de Spider-man 3 como película (y como parte de la gran saga que la excusa) se vea limitada al punto de la “simple corrección esporádica” y haya quedado supeditada, en gran medida, a las imposiciones de un estudio que obligó a Sam Raimi a meter a las trompadas más información de la que el proyecto podía soportar (por ejemplo, el director no quería a Venom personificado en este capítulo); no al menos sin correr el riesgo de colapsar a merced de los benditos excesos. Sólo para ultra-fanáticos capaces de dejar todo tipo de exigencia formal en casa.
Título: El hombre araña 3.
Título Original: Spider-man 3.
Dirección: Sam Raimi.
Intérpretes: Tobey Maguire, Kirsten Dunst, James Franco, Thomas Haden Church, Topher Grace, James Cromwell, Bryce Dallas Howard, Rosemary Harris, J.K. Simmons, Theresa Russell, Cliff Robertson, Bruce Campbell y Dylan Baker.
Género: Basado en comic, Acción, Aventuras.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 139 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Columbia – Sony.
Fecha de Estreno: 03/05/2007.
Puntaje: 6 (seis)