Por Pablo E. Arahuete
Con El Frasco, el realizador Alberto Lecchi llega a su película número diez tras una carrera que comenzó allá por el año 1993 ya como director de sus propios proyectos con la prometedora Perdido por perdido, siguió con la costumbrista y pueblerina El dedo en llaga (1996) hasta tropezar con la ambiciosa y fallida Operación Fangio (1999). Luego, quizá como una necesidad de cambiar el rumbo y las aspiraciones se involucró en proyectos netamente comerciales como Apariencias (2000) y Déjala correr (2001), películas en que más allá de los resultados buenos o malos supo demostrar su oficio a la hora de dirigir, como así también su buen criterio en la elección de sus actores. Ese criterio es lo que le permitió animarse a ir un poquito más lejos para contar otro tipo de historia menos acartonada, como fue el caso de Nueces para el amor (también del año 2000), tal vez su film más redondo hasta la fecha.
Del director de El juego de Arcibel (sin duda su proyecto más ambicioso que también contó con la presencia estelar de Darío Grandinetti) podrán decirse muchas cosas a favor y en contra. Su mayor crítica puede relacionarse con esa suerte de coqueteo permanente con el costumbrismo que habla de un cine argentino pacato y vetusto; de vuelo corto y de pocas aspiraciones. No obstante, si hay algo que se debe rescatar de ese modelo es la habilidad del director para narrar sus historias y cómo de esas anécdotas pueden extraerse ideas y personajes bien construidos. Basta con recorrer algunos de los productos televisivos en que este realizador ha participado, como la excelente serie emitida por HBO Epitafios o algunos de los episodios de Mujeres asesinas, que lo hacen merecedor de todos los créditos en cuanto a la dirección y puesta en escena.
Sin otra intención que la de contar una historia chiquita como la de El frasco, el cineasta se sumerge en la atmósfera pueblerina y se contagia de ese ritmo pausado y aletargante que envuelve a sus criaturas, aunque le impregna cierto dinamismo a partir de la construcción de su pareja protagónica. A ritmo pausado pero sin estancarse en baches narrativos, el guión de Pablo Solarz parte de una premisa sencilla para desarrollar una trama mínima donde la idea del objeto puede leerse como una metáfora de la psicología de sus personajes.
Digamos que tanto El mudo (Darío Grandinetti) y Romina (Leticia Bredicce) pueden representar al “hombre y a la mujer frasco” en el sentido de su hermetismo, su encierro hacia adentro y su fragilidad emocional en permanente peligro de estallar ante alguna circunstancia extraordinaria. Él es el chofer de un micro que a diario realiza el mismo recorrido entre dos pueblos. Parco, retraído, con la mirada esquiva va de parada en parada recogiendo los mismos pasajeros; entre ellos, a Romina, una maestra rural que vive en una casa rodante con su hermano menor y que soporta las habladurías del pueblo tras cargar con el mote de “chica rara”, ya que no tiene pareja. Sin embargo, la maestra tiene para con el mudo un trato más que cordial y por eso le pide un favor: llevar un examen de orina de rutina a una de las clínicas del pueblo vecino que coincide con la ruta diaria del chofer. Semejante peripecia implica para el personaje no sólo la responsabilidad de hacer bien las cosas, sino que producto de su torpeza un gran desafío que tendrá derivaciones insospechadas cuando las cosas se compliquen y, por efecto, el rumbo de ambos personajes se altere.
Pese a la acotada línea argumentativa, la trama se irá enriqueciendo gracias al crecimiento de sus protagonistas, en apariencias de características diametralmente opuestas, que como regla general de este tipo de aventuras serán fieles al axioma que reza los opuestos se atraen, pero sobre todas las cosas por el vínculo que se irá tejiendo entre ellos. Esa característica es lo que salva al film de Lecchi de caer en la tentación del costumbrismo por el costumbrismo mismo y de la mera sumatoria de situaciones que no tienen gravitación alguna sobre lo que se cuenta. Sin embargo lo que se cuenta es tan ínfimo, rayano en lo anecdótico, que el crecimiento dramático a veces desborda como si rebalsara de aquel frasco que contenía a sus personajes. Y semejante desborde requiere de por sí de soluciones más meditadas y no tan apresuradas, como el cúmulo de explicaciones que surgen a partir de algunas subtramas que también llegan de apuro para cerrar una historia con un comienzo más que prometedor. Ese es el único defecto que arrastra una buena película que necesita verse a trasluz para descubrir que detrás de lo opaco se esconden ricos matices, como si estuviéramos viendo solamente el contenido… pero si apartamos la mirada podríamos descubrir el envase.
Título: El frasco.
Título original: Idem.
Dirección: Alberto Lecchi.
Intérpretes: Leticia Brédice, Darío Grandinetti, Martín Piroyansky, Nicolás Scarpino, Atilio Pozzobon, Raúl Calandra, Monica Francovich, Agustina Rudi, Paula Sartor, Sergio Ferreiro y Nadia Gazze.
Género: Comedia, Romance.
Calificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 97 minutos.
Origen: Argentina/ España.
Año de realización: 2008.
Distribuidora: Primer Plano.
Fecha de estreno: 11/09/2008.
Puntaje: 6 (seis)