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jueves, 21 noviembre 2024
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El luchador: 100% Mickey Rourke

Por Pablo Arahuete

Lejos del brillo de los reflectores que queman la piel, tanto como las heridas de un cuerpo que acusa los deterioros del tiempo, Mickey Rourke, teñido de rubio con tintura barata, despliega su larga cabellera y fagocita a Randy “el carnero” Robinson; pone entre las cuerdas a los artificios del cine capaces de ocultar las impurezas de un rostro anabolizado que apenas deja que caigan algunas gotas de sudor o alguna lágrima genuina para demostrar que el cine también puede captar la verdad.

Entre la multitud que aplaude cada performance del luchador; que se excita con cada golpe recibido, en primera fila se encuentra la soledad y un poco más atrás la ausencia. Pero nada importa más que el aplauso de un público mediocre que lo único que entiende de la vida es esa inefable relación de dar y recibir, o cosechar lo que se siembra. Y afuera, en el otro cuadrilátero donde los límites se vuelven mucho más tangibles, no hay reflectores ni fanáticos enardecidos, sino un tendal de deudas con un pasado que -veinticinco años atrás- tuvo sus momentos de gloria en revistas mimeografiadas que destacaban las hazañas de Randy y pedían a gritos más sangre, más show.

De personas y personajes, o de cómo un personaje se vuelve persona cuando detrás de cámara hay un director dispuesto a renunciar a sus egos personales, se nutre el limitado universo de El luchador. Film que marca el retorno de Mickey Rourke a la pantalla -en calidad de protagonista- y del aún inclasificable Darren Aronofsky a la dirección. Lo de inclasificable obedece en primera instancia a que llegado a su cuarta película, el realizador de Pi asumió el desafío del cambio por abocarse a un proyecto mucho menos ambicioso que sus anteriores empresas pero que, sin lugar a dudas, se trata de su obra más honesta y redonda.

Algo similar a la dialéctica de apogeo y caída vivieron ambos en sus respectivos escenarios porque Rourke gozó de la popularidad de los ochenta y luego debió volcarse de lleno al boxeo para sobrevivir ante una industria que le dio la espalda cuando sus excesos ya no eran rentables; y en el caso de Aronofsky, quien había arrancado como una promesa del cine independiente que fue inflándose como cine de autor -por el beneplácito de la crítica- desde un primer momento y fue desbarrancándose de a poco hasta llegar a una recaída mística nada original con ese fallido film llamado La fuente de la vida. Esa unión marca la enorme diferencia entre este opus del autor de Réquiem para un sueño del resto de filmes deportivos. En aquel film en el que el director trabajaba sobre la idea del deterioro del cuerpo desde el punto de vista de las adicciones puede establecerse un paralelismo con éste donde el cuerpo se transforma y sufre los embates de la sobre-exposición o el exhibicionismo.

Nada más distante, entonces, con Rocky Balboa que esta apuesta que busca superar los lugares comunes del subgénero al volverse lacónica, áspera y poco complaciente sin olvidar la enorme cuota de emotividad que precisa una historia sencilla como la que atraviesa a los personajes.

La primera diferencia es centrar el enfoque en el ambiente de la lucha libre, donde el show se privilegia por encima de la destreza física, y donde, por sobre todas las cosas, permanece la idea de personaje antes que persona porque algunos se ocultan detrás de una máscara y otros como en el caso de Randy en una montaña de músculos y esteroides, esclavo del entretenimiento. Sobre estos ámbitos sombríos, sobre los recovecos de un gimnasio donde se pautan las coreografías antes de salir a la lucha, la cámara realza su carácter documental como si rebelara un secreto; atenta al detalle y a los silencios en planos contemplativos que potencian el trabajo de Rourke, mezcla de héroe trágico y perdedor que no sabe bailar otro ritmo que el de la simulación y conoce como pocos el coqueteo permanente entre la ilusión y la realidad, haciéndolo merecedor del Oscar el domingo. Tampoco se queda atrás la gran actuación de Marisa Tomei en su rol de stripper, confidente y espejo, quien se aferra al caño con la misma entrega que Randy lo hace frente al ring. También aquí se produce la simetría buscada en relación al cuerpo y su exposición en un doble sentido: como única herramienta de trabajo y como un mapa sensible que connota los achaques de la vida.

No podía ser otro que Mickey Rourke el protagonista de El luchador, papel que afortunadamente no llegó a las manos de Nicholas Cage -tal como se había pensado desde un principio-; así como tampoco podía ser otro que Darren Aronofsky para realizar una película deportiva, enérgica y coherente que lo que menos hace es hablar de deportes y deportistas. Si vuelven las personas con su cuota de genuinidad, vulnerabilidad y verdad, entonces el cine diferente no perderá la batalla por knock-out con el auto-complaciente y quedará en la lona.

Título: El luchador.
Título Original: The wrestler.
Dirección: Darren Aronofsky.
Intérpretes: Mickey Rourke, Marisa Tomei, Evan Rachel Wood, Judah Friedlander, Ajay Naidu, Mark Margolis, Todd Barry y Wass Stevens.
Género: Drama, Deporte.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 109 minutos.
Origen: EE.UU./ Francia.
Año de realización: 2008.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 19/02/2009.

Puntaje: 9 (nueve)

 

El staff opinó:

La cuarta obra del genial Darren Aronofsky es una de las mejores películas deportivas jamás filmadas. Con un estilo documentalista, un tono seco y una historia honesta, el realizador traza similitudes entre la lucha libre marginal y el mundo de las strippers. Mickey Rourke construye una vez más un personaje antológico que quedará en la historia. No hay que dejar pasar esta exquisitez del humanismo batallador: el realismo y un mensaje contundente pueden sustentarse en la simpleza cinematográfica.Emiliano Fernández (9 puntos)

Con El luchador Darren Aronofsky se aleja momentáneamente de la compleja estructura narrativa y sofisticada puesta en escena de sus escasos filmes realizados hasta la fecha: Pi, Réquiem para un sueño y La fuente de la vida. Todo es engañosamente simple en esta naturalista y dolorosa historia potenciada por la que quizás sea la más extraordinaria actuación de Mickey Rourke en una carrera llena de altibajos. Emotiva, directa y demoledora, la vida de Randy “The Ram” Robinson resuena mágicamente en nuestra mente y en nuestro corazón aún después de concluida. Para el cerebral Aronofsky esto implica involucrarse con sentimientos hasta ahora nunca presentidos y para Rourke tal vez sea hora de preparar un buen speech para recibir un merecidísimo Oscar al mejor actor…Diego Martínez Pisacco (9 puntos)

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