Por Pablo Arahuete
El cine, en su temprana infancia, nacía como un niño curioso que se deslumbraba por la realidad al punto de querer registrarla como parte de un mecanismo de preservación de la memoria en un puñado de fotogramas que, corriendo a una velocidad imperceptible para el ojo humano, generaban la ilusión del movimiento. Así, ese niño prodigio, huérfano de padres en su inicio, creció entre la torpeza y el entusiasmo por incorporar distintas miradas
sobre el mundo que lo rodeaba. Aparecieron durante su largo camino entonces diferentes padres que lo guiaron como los hermanos Lumière, creadores del Cinematógrafo, pero que no le tuvieron paciencia y simplemente pensaron que se trataría de una moda pasajera hasta que el niño cine encontró en la tutela de un ilusionista su verdadero propósito: construir sueños.
Ese hombre que paradójicamente era hijo de un empresario del calzado recibió el legado de su padre para aplicar sus conocimientos científicos y técnicos en la mejoría de la industria de los zapatos, aunque su misión no era esa sino utilizar el invento de los Lumiére como una herramienta que le permitiera perfeccionar sus trucos de magia, los cuales en un principio mostraba a los espectadores azorados en un teatro, donde luego exhibiría sus primeras películas allá por 1902. Ese aprendiz de zapatero, quien luego tuviera que padecer en carne propia la desazón de vender sus películas para que se utilizara el celuloide en la fabricación de tacos para zapato se llamaba Georges Méliès y su aporte inconmensurable a la historia y al futuro del séptimo arte tuvo un tardío reconocimiento como suele suceder con los verdaderos artistas que entregan gran parte de su vida en pos de un ideal o sentido trascendente, que va más allá de los confines de su propia época y que reverdecen con el tiempo y con las primaveras de cambios que atraviesan los ciclos de la historia y el tiempo.
Solamente un director como Martin Scorsese puede manejar el azar en la historia como una fuerza unificadora de relatos para que el pequeño niño, quien repara artefactos rotos intente reparar humanos averiados en el corazón como George, el viejo juguetero que adoptó a su sobrina Isabel (Chloë Grace Moretz) junto a su esposa Jeanne (Helen McCrory) luego de que sus padres la dejaran huérfana y pese a la escasa comunicación contagió su avidez por la lectura para alejarla del cine, un mal recuerdo.
Que ese George, parco y poco amigable, no sea otro que el pionero Georges Méliès en el ostracismo y el olvido no es obra de la casualidad sino de la intención expresa del director de Taxi driver por dejar plasmado un homenaje a la historia del cine a partir del pretexto de una fábula sobre un niño huérfano que vive en la estación de trenes al resguardo de un policía (Sacha Baron Cohen), quien también está averiado del corazón e incompleto desde el cuerpo al tener una prótesis metálica que dificulta su andar pero que gracias al olfato de su fiel doberman (Maximilian) atrapa niños y los envía al orfanato.
En esa estación, que se conecta gracias a la magia del cine con aquella otra estación donde los Lumiére registraron la llegada del tren que hizo que los espectadores buscaran refugio al verlo en pantalla, Scorsese encuentra historias sencillas acompañadas de una atmósfera de ensueño que se van interconectando en esta aventura conmovedora e inolvidable; un film que recupera el contrato que se rompe entre el espectador y la realidad cuando todo conspira para que creamos lo que estamos viendo. El cine como factoría de los sueños, donde los finales pueden ser felices o sorprendentes, como el uso de la tecnología en 3D al servicio de la narración y no como mero exhibicionismo de técnica sin corazón.
La invención de Hugo Cabret, basada en la novela infantil de de Brian Selznick, es una historia del cine y de sus comienzos contada con el deslumbramiento de un niño, que lejos de anquilosarse en la cinefilia une la experiencia de ver cine con la maravillosa artesanía de hacer cine y es por ese motivo que las ventajas de la tercera dimensión ensanchan la ventana por dónde mirar pero al mismo tiempo nos retrotrae a aquel momento de la primera vez que estuvimos frente a algo único e inimaginable: un sueño en celuloide dentro de otro sueño que una vez encendidas las luces de la sala se acaba.
Título: La invención de Hugo Cabret.
Título Original: Hugo.
Dirección: Martin Scorsese.
Intérpretes: Asa Butterfield, Chloë Grace Moretz, Ben Kingsley, Sacha Baron Cohen, Helen McCrory, Michael Stuhlbarg, Jude Law, Emily Mortimer, Ray Winstone y Christopher Lee.
Género: Drama, Familia, Fantasía.
Clasificación: Apta para todo público.
Duración: 126 minutos.
Origen: Reino Unido/ EE.UU./ Francia.
Año de realización: 2011.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 09/02/2012.
Puntaje: 10 (diez)