Por Pablo Arahuete
Bajo un estilo observacional, el opus de Gianfranco Rosi (Sacro GRA, 2013) Fuocoammare (2016) plantea un acercamiento al conflicto migratorio con el eje puesto en los refugiados que llegan a la isla de Lampedusa al sur de Sicilia, como muestra fiel de una realidad cada vez más cruel, que tiene como principal escenario a la Europa indiferente frente a las miserias del tercer mundo y principalmente a las víctimas del terrorismo internacional y el capitalismo salvaje.
De un lado y otro del mar Mediterráneo, el relato se deja atrapar por una desesperada comunicación entre las autoridades italianas, quienes han detectado en pleno mar un bote repleto de refugiados, provenientes de distintos países africanos. Alcanza con escuchar la desesperación, en un inglés apurado, cuando preguntan desde Italia cuántos son y sólo se escucha “nos estamos hundiendo”. La distancia entre esas personas anónimas y quien recibe la información por radio es directamente proporcional a la del espectador con la realidad más palpable, la cual no necesita de ninguna bajada de línea política para introducir un conflicto en el que se demuestra que como humanidad estamos fracasando.
Pero Fuocoammare, en vez de avanzar de forma directa y por decirlo de algún modo, sumergirse en ese conflicto, opta por hacerlo desde la periferia y de esa manera atraviesa diferentes ramificaciones protagonizadas por otras historias, con el sencillo propósito de establecer una dialéctica de contrastes, tal vez por aquello que más movilizaría a cualquier espectador: la diferencia entre un niño refugiado, sobreviviente, y la de Samuele, oriundo de Lampedusa y con una vida de niño absolutamente distinta.
Los problemas de Samuele no son el hambre, las enfermedades provocadas por la miseria o siquiera la piel quemada por el combustible tras pasar una semana en la bodega de un bote, a temperaturas inhumanas. Su consulta al doctor del pueblo -personaje pivote- que entrelaza las historias, porque es el encargado de recibir a las víctimas africanas, de contar los muertos y hacer autopsias o ecografías de esos cuerpos destruidos, obedece a un problema en un ojo. El médico le explica a Samuele que se trata del ojo perezoso, porque uno de sus globos oculares no quiere trabajar. Para el niño la única importancia de ver con los dos ojos no es otra que acertar en el blanco con su gomera, cazar pajaritos o derribar latas, mientras del otro lado del mar sucede lo peor.
En ese sentido, se puede argumentar que el modo elegido por Gianfranco Rosi es un tanto esquemático. Sin embargo, la contundencia de los testimonios y de todo el derrotero de un refugiado en suelo italiano es lo suficientemente gráfico para entender el propósito final de este documental, que por momentos utiliza la fuerza de sus imágenes y por otros se deja llevar por la personalidad de Samuele, su abuela o algún que otro personaje secundario que se une a este fresco social, sin intermediación del director con voz en off o discurso cinematográfico implícito.
Título: Fuocoammare
Dirección: Gianfranco Rosi
Intérpretes: Samuele Pucillo, Pietro Bartolo, Maria Signorello, Maria Costa, Giuseppe Fragapane, Mattias Cucina, Francesco Mannino, Samuele Caruana, Francesco Paterna
Calificación: Apta para todo público
Género: Documental
Duración: 114 minutos
Origen: Italia, Francia
Año de realización: 2016
Distribuidora: Zeta Films
Fecha de estreno: 11/08/2016
Puntaje 8 (ocho)