Por Pablo Arahuete
La pareja protagónica de esta historia además de pertenecer a la elite brasilera, vivir en barrio privado alejados del mundanal ruido de la pobreza y de las calles, come gente. No por hambre, sino por placeres de la carne que hacen de su perversión el principal aderezo de una relación de poder asimétrica con la servidumbre. Caníbales en un país de caníbales sería la primera sensación que deja esta película, dirigida por Guto Parente, que a veces roza la comedia negra y apela al apunte irónico para ejercer con lucidez la práctica de la ironía con un propósito crítico. La idea básica que excede la literalidad del canibalismo no hace otra cosa que confirmar la alegoría política, la denuncia implícita a la doble moral y a la vara conservadora que rige en la alta burguesía, siempre en detrimento de una clase trabajadora que alimenta los placeres de los ricos. Esa correspondencia de la trama que no ahorra en mostrar los actos del canibalismo, la sangre mezclada con fluidos, son apenas algunos de los ingredientes servidos en bandeja para paladares que busquen un cine diferente.