Por Alan Prince
La carrera de Fleming seguía viento en popa: cuando no escribía las aventuras del 007 el ex agente tenía un trabajo a tiempo completo en el diario británico Sunday Times como jefe de corresponsales, donde también redactaba artículos periodísticos. Para aquel entonces, Bond también había sido adaptado en formato cómic para el Daily Express.
Sin olvidar a su querido personaje, en el otro lado del océano Bond también estaba vigente.
El 007 en Hollywood
Con una adaptación televisiva que ya había pasado al olvido, Fleming no se rindió y quería darle una nueva oportunidad a “Casino Royale” y el productor Gregory Ratoff se mostró interesado en llevarla a la gran pantalla. Sin embargo, tras su inesperada muerte en 1960 los derechos quedaron en manos de Charles Feldman, su representante, quien dejaría la adaptación a la deriva.
No obstante, la popularidad de Bond no iba a descansar para darse a conocer fuera del Reino Unido y en el lugar más influyente, aunque a la vez más impensado. Un hombre de gran poder estaba en su despacho leyendo un ejemplar de “De Rusia con amor” (From Rusia with love, 1959), pasando de hoja lentamente, deleitándose con cada palabra y cada oración del libro que tanto amaba. De pronto el teléfono sonó, el hombre esperó que diera otro timbrazo hasta que luego de haber terminado una página, fastidiado, atendió y se escuchó: “-Mr. President”. Sí, John Fitzgerald Kennedy estaba leyendo uno de sus diez libros favoritos, cuando lo habían interrumpido para brindarle a la revista Life una breve nota en la que el presidente enumeraría sus novelas de cabecera.
Aquella nota puso en el mapa a James Bond en Estados Unidos. Su popularidad había ascendido.
En otro rincón del mundo, Harry Saltzman, un productor teatral, disfrutaba la lectura de “Goldfinger”, otra novela de Bond, que había sido publicada en 1959, siendo la séptima entrega de los libros que Fleming le dedicó al agente con licencia para matar. Lo cierto es que el productor le veía un enorme potencial al personaje para ser llevado al cine de manera justa. Por lo que se dispuso contactar a su mismo creador.
Por otro lado, Albert R. Broccoli, recientemente había cerrado su productora Warwick Films, quería tomar nuevos aires y vio en Bond un potencial para explotar en Hollywood, experiencia en cine de acción tenía de sobra y hacerse con los derechos del 007 no sería difícil… o eso creía. No fue hasta haberse contactado con el guionista Wolf Mankowitz, que le contó que los derechos los tenía un tal Saltzman. Por lo que Broccoli se reuniría con él para una negociación.
Lo que parecería ser una puja por los derechos terminó en una sociedad, Broccoli y Saltzman acordaron producir juntos la primera película de Bond, uno tenía la experiencia, el otro el corazón. Fleming viendo como su criatura crecería les vendió los derechos de todas sus obras y las que publicaría a futuro, a excepción de “Casino Royale” y “Thunderball”, que estaba envuelta en un litigio.
De esta manera nacería Eon Productions y Danjaq: una produciría las películas de Bond, la otra tendría los derechos.
Nace un mito
“Bond es demasiado británico, demasiado violento, demasiado perverso” le decían las distribuidoras a Eon Productions. No fue hasta que United Artists, una subsidiaria de MGM que les ofreció un acotado presupuesto de 1 millón de dólares, que los productores lograron materializar su proyecto.
Bond nuevamente iba a tomar forma y de algo estaban seguros: 007 sí o sí debería ser británico y hacerle honor a su esencia, no sólo el actor, sino también el director.
La dirección recayó en Terence Young, viejo conocido de Broccoli de la etapa de Warwick Films que además contaba con una vasta experiencia con el suspenso.
Para el papel de Bond, Cary Grant, era la opción favorita pero el actor sólo estaba dispuesto a comprometerse por una película. Este plan no era compatible con los siete largometrajes que tenía pautados realizar Eon Productions. Por otro lado Fleming, que si bien participaba en la producción apenas tenía voto, quería a David Niven, actor que además conocía de su etapa como agente.
Al final, el elegido fue Sean Connery, un actor desconocido que había sido fichado por Albert Broccoli al verlo en Darby O’Gill and the Little People (1959) y con el que Young había trabajado en Action of the Tiger (1957). Para visualizar a Bond, Fleming había basado su apariencia en el cantante de jazz Hoaggy Carmichael. Sean Connery tenía el físico, pero a Fleming no le cerraba: le parecía tosco y era incompatible con la elegancia de Bond.
Afortunadamente detrás de él estaba Young, que se encargó de educar a Connery. ¿Cómo? Llevándolo a los mejores hoteles, a comer a los restoranes más caros, enseñándole como moverse. En definitiva, una versión de Pigmalión: convertir en caballero a Connery.
Con el equipo confirmado más el agregado del guionista Richard Maibaum, la obra que daría pie al debut de Bond en Hollywood sería “Dr. No”, el sexto libro de Bond.
Lo curioso es que el libro originalmente iba a funcionar como una serie titulada James Gunn, agente secreto que tendría como finalidad atraer el turismo a Jamaica. El hecho de que no haya funcionado llevó a Fleming a novelizarla con Bond como protagonista.
“Dr. No” era simple para adaptar, algo ideal considerando el bajo presupuesto del que se disponía.
Connery volvió icónica la frase inicial “-Bond… James Bond”, imprimiéndole así un tono seductor al debut de Bond que nada tenía que ver con la versión estadounidense. Un agente que seducía con inteligencia, que tenía villanos fácilmente reconocibles, algunos con rostros desfigurados, otros que no mostrarían la cara, al mejor estilo de caricaturas, también dejarían su impronta en la historia de 007.
A Fleming la adaptación no le gustó pero sí quedó conforme con la performance de Connery. Con ello, el estudio no sólo ordenó la secuela sino también les duplicó el presupuesto.
Sean Connery, el Bond inteligente
Dr. No (1962), su primer filme, resultó una sorpresa en taquilla y el actor pasó del anonimato a ser cada vez más acosado por la prensa. Sumado a ello, Bond había ganado popularidad al ser mencionado por John F. Kennedy y tanto Broccoli como Saltzman tenían en claro que “De Rusia con amor” sería la siguiente aventura en llegar a la gran pantalla y, además, repitiendo equipo técnico, como una especie de cábala.
En mi opinión, De Rusia con amor (1963) es la mejor película de la filmografía de Connery, no sólo porque brinda las mejores escenas de acción -que rozan lo fantástico (un detalle que revolucionaría el género de espías)- sino también porque profundizaba en los elementos bondianos como la presencia del agente Q (Desmond Llewelyn), proveedor de sus gadgets.
Mientras que en la aventura anterior Bond debió enfrentarse al satánico Dr. No, acá tenemos a sus esbirros de SPECTRE, la agencia rival, que buscaban cobrarse venganza sobre el 007. Además de retratar el conflicto de EE.UU. y Rusia, un tema que en el cine sería muy utilizado.
De Rusia con amor también dio origen a uno de los elementos infaltables de Bond que son las escenas de acción en los créditos iniciales, además de la inscripción de “James Bond regresará…”
Definitivamente una carta de amor al presidente estadounidense, que tuvo el agrado también de haber conocido a Ian Fleming, curiosamente esta película no sólo fue la última de Kennedy antes de su viaje a Dallas que condujo a su asesinato, sino también en la última adaptación del autor antes de morir repentinamente de cáncer en 1964.
De esta manera, el legado de Fleming quedó establecido en 12 libros y dos colecciones de cuentos, además de otras obras ajenas a Bond. En el plano televisivo Fleming había aportado a la idea de una serie que se convertiría luego en El agente de CIPOL (The man from U.N.C.L.E.).
El éxito rotundo llevó a que Goldfinger fuera adaptada en 1964 a la gran pantalla. Esta vez sin Young que tras exigir un aumento de sueldo fue relevado por Guy Hamilton.
El cambio de director ayudó a que Bond tuviera una nueva visión. Dejando de lado el espionaje, estábamos ante una historia de aventuras y, cómo no, no faltaban las escenas icónicas como la mujer pintada en oro.
La siguiente entrega, de nuevo con Terence Young, fue “Thunderball (Operación Trueno)”. Aquella novela polémica que Fleming había concebido para una película años antes de “Dr. No” junto a Kevin McClory y Jack Whittingham, pero al no resultar, Fleming la novelizó siendo acusado de plagio en un juicio que duraría décadas.
De allí sólo se tomó el título y la acción subacuática fue el atractivo de esta historia de Bond, que parecía no tener fin para Connery, ¿O sí?
Tras Operación Trueno (1965), Connery anunció que la siguiente película sería la última del agente 007, por lo que Sólo se vive dos veces (You only live twice, 1967) tuvo una enorme expectativa y la novedad de que la acción transcurriría en Japón.
El ultimo film de Connery dirigido por Lewis Gilbert trajo consigo a Bond por partida doble, ya que ese mismo año se había estrenado Casino Royale, protagonizada por David Niven, el Bond que Fleming quería en su momento. Sin embargo, no sería la primera competencia de Bonds, ni la última adaptación de “Casino Royale” que veríamos.
Si bien Connery dejó descansar al personaje, sin duda su 007 marcó la pauta para lo que vendría: chicas atractivas, villanos icónicos (como olvidar al Agente 1 y su gato), viajes por doquier pero también le aportó la inteligencia de Bond al salir de cualquier apuro (como la incansable escena del láser en Goldfinger).
La expectativa por saber quién sería el actor en asumir el rol de Bond era enorme ya que el escocés había dejado el listón altísimo. Además, la tradición de que cada dos o tres años tendríamos una nueva aventura del súper agente británico había llegado para quedarse.
James Bond regresará…