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domingo, 24 noviembre 2024
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Skinamarink, el despertar del mal: Un experimento que reditúa poco (o nada)

Por José Torres Remírez, corresponsal de Nueva Tribuna (España)

El miedo ha sido un género ligado al cine desde el comienzo mismo del séptimo arte. Segundo de Chomón o Méliès intentaron impregnar algunos de sus cortometrajes con una pátina de terror. Aunque no fue hasta el comienzo de la década de 1920 en la que se puede decir que una película es de terror. El honor lo tiene El Gabinete del Doctor Caligari (1920). Y pocos años después, Murnau llevó a cotas insospechadas este género con Nosferatu (1922). Desde entonces, hasta nuestros días, no hay un año en el que el terror no nos deje un par de películas excelentes. Incluso ha pasado por distintas fases. Así que el espectador tiene donde escoger.

Esta introducción sobre la historia del cine de terror es básica para poder comprender que el miedo no depende exclusivamente de tener tres o cuatro elementos. El miedo no es una habitación mal iluminada o una voz gutural hablándote desde ultratumba. Tampoco un susto cuando no te lo esperas o una música estridente.

Pero ¿Qué es el miedo? El miedo es no querer apagar la luz, por si aparece lo que no puede aparecer. El miedo es mirar en el armario aun sabiendo que no hay nada. No poder ir por la noche a la cocina sin encender la luz. Mirar por la ventana y asustarte de un transeúnte que pasea. Todo ello es el miedo. Quizás, junto con la comedia, el terror es uno de los géneros más difíciles de realizar. Sabes al instante cómo ha reaccionado el espectador. Un susto puede no funcionar para la audiencia. Algo tenebroso parecer irrisorio. O las referencias pueden dar como resultado que se anticipe lo que ocurrirá.

Skinamarink: El despertar del mal (2022) es un mal intento de película de terror. Empecemos por el origen de la idea. El realizador Kyle Edward Ball es originario de YouTube, como otros directores. En su canal subía lo que el denominaba “pesadillas”. Retazos de los malos sueños que sin ningún sentido nos impiden dormir y consiguen angustiar cuerpo y alma. El problema es que no ha continuado en formato cortometrajes, sino que ha dado el salto al largometraje. Es cierto que creadores de YouTube han conseguido hacer grandes películas como la actual Háblame (2022); y numerosos cortometrajes de terror se han convertido en decentes películas y ahí tenemos Cuando las luces se apagan (2016) o la gran Cerdita (2022). Sin embargo, no es lo que nos encontramos aquí.

A Kyle E. Ball le dieron un presupuesto irrisorio (15.000 dólares) y total libertad para realizar “su película”. Es cierto que, con ese dinero, muy pocos podrían haber hecho algo decente, y él llevó a buen puerto su idea. El problema reside en que su idea no va más allá de una sucesión de planos mal enfocados, de habitaciones semivacías y mucha oscuridad. No hay nada. Una idea alargada artificialmente como si fuera una sucesión de sus vídeos de YouTube. Incluso, si se visualiza su mediometraje Heck (2020) antes o después de ver Skinamarink, se tiene la sensación de estar viendo exactamente lo mismo.

El argumento de la película no puede ser más aterrador a primera vista. Un par de niños, de tierna edad, se despiertan en su casa y no hay nadie. Sus padres se han ido. Ventanas y puertas también. Aterrador. Más aún cuando el director acierta al no presentarnos a los niños nunca en cámara más que en parte o de refilón. Su voz infantil proveniente de detrás de la cámara y es, sin duda, lo que más aterra de la película. Pero esta idea no da para un largometraje de 100 minutos y esto se debe a que no hay nada más que sostenga la película.

Por otro lado, la técnica de rodaje del director, tanto de este largometraje como de sus vídeos, es una especie de “metraje encontrado” sin, en ningún momento, decirnos que hay alguien grabando. Por lo menos, tiene esa apariencia. Es cierto que dicha técnica es comúnmente usada para abaratar los costes de un rodaje, y con 15.000 dólares de presupuesto, es normal que se decantara por ello. Sin embargo, esta técnica no consigue imbuir al espectador dentro de la película. Más bien todo lo contrario. Son una sucesión de imágenes desordenadas con intermedios de escenas en la que los niños se mueven, preguntan o interactúan con…. ¿algo? Y esa historia, no se puede contar a través de un metraje encontrado.

Para terminar, una referencia clara del director es el siempre polémico David Lynch. Viendo los primeros minutos de Skinamarink te parece estar dentro de una de las películas más caóticas de Lynch como Inland Empire (2009) o la serie Rabbits (2002). La diferencia reside en que Lynch lo hizo hace más de una década y Ball lo hace en el 2022, por lo que no existe ningún factor novedoso.

Y, a pesar de todas las críticas que aquí he vertido, la película consiguió recaudar más de tres millones de dólares en la taquilla americana. Por lo que la rentabilidad de la película fue espectacular. Más aún, los críticos especializados la encumbraron al olimpo de películas del género, llegando incluso a ponerle el título de “la película más terrorífica del año”. Al final, el lector sólo puede hacer una cosa para salir de dudas: verla.

Título: Skinamarink: El despertar del mal.
Título original: Skinamarink.
Dirección: Kyle Edward Ball.
Intérpretes: Jaime Hill, Ross Paul, Lucas Paul y Dali Rose Tetreault.
Género: Terror.
Calificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 100 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2022.
Distribuidora: Terrorífico Films
Fecha de estreno: 27/04/2023.

Puntaje: 3 (tres)

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