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martes, 3 diciembre 2024
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Oppenheimer: Una vida de inestabilidad y caos

Por Juan Alfonso Samaja

*Se advierte al lector que la nota contiene spoilers

Oppenheimer es un físico teórico y pionero de la mecánica cuántica, que en el contexto de la segunda guerra mundial es empleado por el gobierno norteamericano para que se haga cargo del Proyecto Manhattan, donde habrá de concretarse el diseño que lleva a la fabricación y las pruebas de la bomba atómica. El proyecto es un éxito, pero luego de la tragedia de Hiroshima y Nagasaki Oppenheimer inicia una cruzada política para que, entre EE.UU. y la URSS, se establezca una política de colaboración sobre la tecnología nuclear, que jamás verá la luz del día. Esta posición anti-armamentista le granjea enemigos poderosos en el gobierno, y, finalmente, es acusado por el FBI de constituir un problema para la seguridad nacional, instrumentándose contra él un juicio a puerta cerrada que lo desacreditará frente a la comunidad.

CRÍTICA

La historia tematiza varias líneas narrativas: a) una línea vinculada a las situaciones generales de contexto, tales como la efervescencia del comunismo en ciertos círculos intelectuales y artísticos en los EE.UU de los años ´30, así como el coqueteo que el gobierno estadounidense mantuvo con el fascismo de Italia y de España; b) una segunda línea vinculada con las peripecias en torno a la construcción de la bomba; c) una tercera vertiente asociada al retrato biográfico de Oppenheimer y su vida personal y académica; d) el juicio de posguerra al que es sometido el físico por el Secretario de Comercio: Lewis Strauss (interpretado de manera soberbia por Robert Downey Jr.); e) finalmente, una línea narrativa que pretende hacerse eco de los discursos y posiciones pacifistas y anti-armamentistas, que se incrementaron sobre todo después de que Estados Unidos arrojara la bomba en Japón.

Todo este cúmulo de líneas narrativas pretende exponerse orgánicamente haciendo de la psicología del científico un catalizador de aquel momento histórico. La propuesta, a mi gusto, peca de exceso; pero éste no reside en la duración del relato: debo reconocer que la película no resultó tediosa, y en todo momento el pulso narrativo pudo sostenerse sin quebrarse o aminorar el ritmo necesario para conservar la atención del espectador. Lo excesivo se da en el amontonamiento sin un desarrollo dramáticamente adecuado de sus materiales.

Resulta evidente que el tema central es la historia de Oppenheimer, y, por lo tanto, nadie pretendía que el relato desarrollara en igual proporción todos los componentes que lo integran. Pero debo decir que el aspecto biográfico mismo ha quedado deslucido, quizás ante la tentación de adjudicarle excesiva importancia a los aspectos fácticos, restándole peso a los componentes psicológicos, tanto del protagonista, el antagonista y los personajes secundarios.

El diseño del personaje de Oppenheimer es un poco inorgánico. Si bien se presenta como un personaje complejo, relativamente desequilibrado en sus inicios de formación, irrumpe en la etapa del proyecto Manhattan con una personalidad que no termina de adecuarse a los fundamentos psicológicos exhibidos; ¿dónde quedan aquellas inestabilidades que vemos en los comienzos, que bordean la obsesión y la alucinación y el brote psicótico? La personalidad del sujeto que asume la dirección del proyecto parece la de un sheriff, que podría haber encarnado Henry Fonda o John Wayne, y no parece tener nada en común con el físico genial, pero perturbado, del inicio. Lo cual revela que en los Estados Unidos no parece concebible una comprensión heroica más que bajo el modelado del Western, y la figura anárquica del vaquero.

Estas incoherencias de la conducta no sólo afectan a una psicología integral del personaje, sino que impiden construir una imagen relativamente articulada respecto de su posición en torno a la tecnología nuclear y su empleo como arma de destrucción masiva. Tal como el relato expone su biografía, sus objeciones y escrúpulos morales posteriores parecen –por lo menos- acomodaticias. De hecho, uno de los integrantes del tribunal que lo juzga le pregunta esto de un modo frontal: “¿cómo es que usted, ahora, presenta objeciones y escrúpulos morales; precisamente usted, que ha estado a cargo de la operación, y ha sido su principal impulsor?” Y debo decir que yo me pregunto lo mismo.

Se me dirá que el retrato ha querido mostrarlo intencionalmente como un hipócrita; un sujeto de temperamento inestable y cambiante que se va acomodando a cada oscilación político-social, según su personal conveniencia. Sin embargo, no se encuentra entre los elementos narrativos prueba alguna que permita apoyar esta premisa, y el relato pareciera, más bien, tener el propósito de exaltar su figura, dentro de los marcos que un realismo psicológico permite. Sospecho, por el contrario, que las inconsistencias pretenden justificarse en una supuesta complejidad psicológica adjudicada al científico, bajo la premisa de que dicha complejidad se exhibe mostrando las contradicciones de su personalidad. Sin embargo, debo decir, que estas contradicciones no son constantes como para poder hacer de ellas un rasgo de complejidad integral; lo único que hay es un tipo de personalidad en el inicio, otro en la parte central del relato; una ambición megalómana en la parte central, escrúpulos morales, y culpa en la última sección. Y todo ello sin solución de continuidad.

Más allá del diseño narrativo de la personalidad del científico (encarnado también de un modo soberbio por Cillian Murphy), hay dos tópicos que han quedado a mi juicio descuidados, y que podría haber incrementado notablemente el impacto dramático de la historia: por un lado, la poca atención que el relato le ha brindado al personaje de Jean Tatlock (al que una estupenda Florence Pugh le ha puesto el cuerpo); y, por otro, el asunto de la intriga que involucra la trama con Lewis Strauss.

El primer tópico es evidentemente menor, pues no forma parte de la trama central, pero era éste un personaje especialmente atractivo para desarrollar, al menos por dos motivos: a) porque su relación con esta muchacha extraña y torturada (tenía dudas sobre su identidad de género, y fue diagnosticada depresiva clínicamente) parece tener elementos de juicio sobre la propia personalidad del científico; b) porque alrededor del suicidio de la muchacha se han tejido teorías conspirativas respecto de una presunta participación de los servicios de inteligencia del FBI en la muerte de la muchacha, y esto podría haber condimentado dramáticamente los conflictos que más tarde Oppenheimer tendrá con el FBI en general, y con Lewis Strauss en particular, luego de la guerra.

El segundo asunto es más crucial, pues hace al desenlace de la historia, y resta bastante impacto dramático en la exposición del argumento. Se trata de la relación entre Oppenheimer y Strauss. El argumento nos muestra al secretario de comercio como un aliado fiel al científico, pero hacia el final se revela que ha sido él quien lo ha inculpado, colocado prácticamente en el banquillo de los acusados. En sí mismo, esto no constituye ningún denuesto narrativo, pero cuando empiezan a salir a la luz los motivos de Strauss para semejante traición, se tiene la impresión de que algo se nos está ocultando. En el marco de un relato tan macroscópico, tan espectacular en lo visual y en la pretensión dramática, una motivación tan mísera, tan pequeña, tan aparentemente insignificante, resulta inverosímil y poco creíble.

Por supuesto, la historia de la película expone la misma información que podemos encontrar en Wikipedia, a saber: Oppenheimer parece haber humillado públicamente al secretario, respecto de una diferencia de criterios sobre la compra de materiales para la seguridad nacional. Esto quiere decir que la película no necesariamente falta a la verdad, u oculta maliciosamente información, pero lo que en el mundo real puede ocurrir, puede carecer de verosímilitud dramática en la esfera del arte. No alcanza con decir: “eso es lo que pasó, y no hubo otra cosa”. Frente a esa excusa, yo le respondería al director, lo que sugirió Sartre hace mucho: “Invente”. Nadie le pide rigor histórico a Nolan; las películas de Hollywood no son manuales de historia, ni documentos fidedignos más que del espectáculo, y sólo están obligadas a la eficacia del mismo, aun si ello supone faltar a la verdad histórica de los eventos representados. Pero aun si fuésemos del tipo de espectador que se moja los pantalones frente a la promesa de realismo documental (y no lo soy en modo alguno, ni lo seré jamás), entonces diría que el autor debió darle más peso al personaje de Strauss; mostrar más elementos de aquella inseguridad patológica, mostrando su costado veleidoso, etc., para que la motivación final del secretario no resulte tan desconectada del retrato que la película ha desarrollado a lo largo del argumento. De lo contrario, su participación en el juicio, más que una aclaración de lo acontecido, se presenta como un chivo expiatorio.

El film, por supuesto, es una realización de gran virtuosismo a muchos niveles; no sólo en cuanto a las interpretaciones actorales, y las reconstrucciones de época, las escenografías, etc. Yo quisiera destacar especialmente el logro expresivo del manejo del sonido integrado a la narración; este recurso logra su mejor momento en el recibimiento de los aplausos por parte de sus colegas, cuyo plano auditivo subjetivo le permite al espectador percibir las aclamaciones tal como lo hace Oppenheimer: como si fuesen las detonaciones del dispositivo mortífero.

Quizás lo más flojo de la película sea el tono un poco solemne que asume respecto del uso de la tecnología como arma de destrucción. La película no necesita una toma de posición para justificar la representación del científico, pero lo hace. Y ese posicionamiento resulta, al menos, ingenuo, y sus acusaciones políticas, excesivamente estereotipadas.

En su euforia antibelicista, alcanza momentos un poco empalagosos que se podrían haber evitado, como el momento en que se devela la conversación final que mantienen Oppenheimer y Einstein frente al lago. Como los buenos ilusionistas, Nolan debió saber que siempre es mejor ocultar, que revelar. Especialmente, cuando lo revelado resulta menos impactante que el propio acto de distracción y ocultamiento.

Título: Oppenheimer.
Título original: Idem.
Dirección: Christopher Nolan.
Intérpretes: Cillian Murphy, Robert Downey Jr., Emily Blunt, Florence Pugh, Matt Damon, Jason Clarke, Tom Conti, Casey Affleck, Gary Oldman, Rami Malek, Benny Safdie, Matthew Modine, Josh Hartnett, David Krumholtz, Kenneth Branagh, Jack Quaid, Alden Ehrenreich, Michael Angarano, Rory Keane, James D’Arcy y Tony Goldwyn.
Género: Biopic, Drama histórico.
Calificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 180 minutos.
Origen: EE.UU./ Reino Unido.
Año de realización: 2023.
Distribuidora: UIP.
Fecha de estreno: 20/07/2023.

Puntaje: 7 (siete)

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