Por Pablo E. Arahuete
Quien no haya imaginado alguna vez tener la posibilidad de ser otra persona, aunque más no sea por un rato, que tire la primera piedra. La identidad a veces supone un conflicto que va en contra de nuestras aspiraciones, deseos, sueños. Una cárcel que nos determina y conforma de a ratos porque quién no siente cierto alivio al decir “yo soy ésto o aquello”.
Determinante y conflictivo como el paso del tiempo, ese testigo invencible de lo que fuimos y somos. Imposible huir de su constante acecho; sordo porque nunca nos escucha y mudo porque jamás nos habla. Imposible escapar de su mirada, igual a la de una cámara oculta. También resulta imposible no ser. De esas verdades inescrutables se alimenta El otro, segundo largometraje de Ariel Rotter, reciente ganador del Gran Premio del Jurado en el festival de Berlín.
Paradójico o revelador, este film que bucea los alcances y límites de la identidad, dialoga ininterrumpidamente con otros referentes de un nuevo “nuevo” cine argentino -categorías a discutir en otro momento- de la talla de El custodio o Extraño. Un cine recuperador del silencio, del valor de contemplar, poco aliado de las palabras y consustanciado con la subjetividad de sus personajes. A veces distante del acercamiento emocional pero no necesariamente indiferente de aquello que los personajes acusan, expresan, sienten, callan, ocultan.
Los nuevos referentes del cine argentino integran la variable del paso del tiempo no sólo desde el aspecto narrativo o estructural, sino en su carácter filosófico y problematizador. Y no ensayan respuestas, no evitan el camino de la incerteza. Tampoco es fácil ser testigo de la incerteza ajena sin experimentar cierta molestia. Sobre ese endeble y movedizo terreno transcurre el relato de Rotter, atravesado por lo incierto y lo impredecible como su protagonista Juan Desouza, abogado, casado, a quien comienza a pesarle el rol de ser marido rutinario, hijo de un padre que exhibe las marcas más tristes de la vejez y esa cruel conclusión de que la existencia lleva marca de vencimiento. Por eso, Juan (impávido y deslumbrante, Julio Chávez) aprovecha un oportuno viaje de negocios para desentenderse de sí mismo, de su pasado, de su presente y le roba la identidad a otra persona.
No por azar, la trama se desarrolla a partir de un viaje, donde es indiscutible la intrusión
del tiempo a través de la distancia entre la cámara y el protagonista, así como la estrecha ligazón con el viaje interior de un personaje que busca perderse. El extrañamiento en El otro opera como chance y no tiene un carácter negativo. Eso define el rumbo hacia lo desconocido sin reparos ni recreos conciliadores, un dejarse arrastrar sin oponer resistencia.
Juan, devenido en otro hombre actúa sin ataduras morales y se toma la aventura como un juego. Privilegio que en nuestro mundo cotidiano parece reservado a los chicos, a los locos o a los actores en permanente coqueteo con las máscaras. Entonces qué mejor que recurrir al talento de un actor con letras mayúsculas del nivel de Julio Chávez (ganador del Oso de Plata en el festival de Berlín) que no traspoló ni su papel en Extraño por su retraimiento ni tampoco su silencioso y contenido rol de El custodio.
Rotter consigue aproximarse a Chávez desde su parquedad, su gestualidad y su naturalidad a la hora de ser otro y lo hace con una cámara que encuadra sin ser invasiva, que busca el detalle para ir develando aquello que no se ve: el inevitable paso del tiempo, aunque tengamos las posibilidades de jugar a ser otros.
Título: El otro.
Título Original: Idem.
Dirección: Ariel Rotter.
Intérpretes: Julio Chávez, Osvaldo Bonet, María Onetto, María Ucedo, Inés Molina y Arturo Goetz.
Género: Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 83 minutos.
Origen: Argentina/ Francia/ Alemania.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 10/05/2007.
Puntaje: 6 (seis)
