Por Juan Blanco
El realizador Paul Greengrass sabe qué, cómo y desde dónde contar; lo que convierte a este broche de oro para el Legado Bourne en uno de los más sólidos, y a la vez entretenidos, estrenos del año. Matt Damon se pone la camiseta de este espía torturado y vengativo como nunca antes e inspira un respeto impensado si consideramos sus irregulares antecedentes.
La última edición en DVD conocida en Estados Unidos sobre The Bourne Identity, que por cierto incluye una versión extendida del filme de Doug Liman, cuenta con un clip en donde el productor Frank Marshall y el guionista Tony Gilroy explican las circunstancias que rodearon al corte final de la película que iniciaría la cruzada de Jason Bourne; las mismas no eran menos que la entonces reciente tragedia del 9/11 y la conciencia colectiva de que cierto tipo de cine de género no podría continuar transitando por la misma senda, al menos no sin asumir las consecuencias. Entre algunas otras consideraciones, los ejecutivos de Universal debieron cambiar el desenlace, que incluía una explosión masiva, y también filmar escenas de backup que procuraran dejar la puerta abierta a diferentes posibles cortes finales -a evaluarse tras los screenings o testeos de audiencia-, de modo que la película pudiera “resolverse” a último momento para no carecer de sentido dentro del contexto sociopolítico que los EE.UU. atravesaba a la fecha tentativa de estreno. Más allá de la preocupación de que la violencia en el filme afectara la sensibilidad del espectador, el principal miedo de sus creadores era justamente que The Bourne Identity (acá luego estrenada como Identidad desconocida), al igual que muchos otros títulos contemporáneos pertenecientes a géneros similares (como fue el caso de Daño Colateral), constituyera en su misma propuesta un despropósito anacrónico sin chances de ser tomado en serio por un público que había cambiado su antigua capacidad de asombro por un nuevo modelo de escepticismo. Pero entonces aconteció lo “interesante”: surgió la idea de explotar el perfil de Jason Bourne, un agente de la CIA entrenado para perpetrar asesinatos políticos, y reflejar la actualidad de un país al borde del colapso en una nueva y apropiada clase de “héroe” (en términos nacionalistas). Claro que en aquel entonces la imagen pretendida para Bourne, en su estado más “puro”, suponía la mano dura de Bush impartiendo “justicia internacional” según correspondiera (“-Es lo que pedía la gente en esos momentos”, declaraba Frank Marshall en el documental sobre la película). La idea del asesinato político a fines de la preservación de la seguridad y/o libertad para los norteamericanos, sobre finales del 2001 tenía mucho sentido para mucha gente, y en especial un terrorífico sentido para ciertos ejecutivos de Hollywood.
Pero por fortuna Jason Bourne se halló en el éxito dentro de la industria sin resonar en ámbitos peligrosos u ofensivos para su distribución en el resto del mundo. En parte porque el corte final que recibió Identity trascendió muchas de las especulaciones artísticamente políticas de la época, y por otro lado porque Bourne, dada la naturaleza de su historia, terminaría exponiendo la hipocresía de su propio gobierno en lugar de velar por la ingenuidad de una nación. Aunque esta tendencia subversiva cobró aún mucha más fuerza luego de que el director Paul Greengrass (Vuelo 93, Domingo Sangriento) tomara la posta de la saga a partir de la segunda entrada del personaje, conocida como La Supremacía de Bourne, y en particular en la tercera, última y más explosiva de sus batallas: la presente Bourne: El Ultimátum.
Esta vez el magnético personaje sin identidad creado por el novelista Robert Ludlum se la juega completa y está listo para dar, en efecto, el ultimátum. Como ya se sabe, Jason Bourne es en realidad un alias de este ex-agente de campo de la CIA (manera diplomática de decir asesino a sueldo), y aquello que comenzó en el 2002 como una búsqueda de identidades robadas, hoy es una guerra declarada entre un sistema corrupto y su propia creación. Bourne, tal como se sospechaba desde un principio, es un soldado manufacturado en un proyecto secreto de la CIA, Blackbriar, con el “propósito idealista de salvar vidas americanas” (como alega un alto ejecutivo de la agencia en la película). Y lo que Jason justamente descubrirá (además de entrar en los detalles de lo que fue su “entrenamiento científico”, que entre otras cosas justifica la amnesia del tipo en la primera historia), es que la peor peste a eliminar está concentrada en su propia ex-agencia (que quiere silenciar a Bourne porque posee información que puede poner en peligro a la nación entera) y sobre su propio suelo. Acá es donde entran un aceitadísimo Paul Greengrass y los guionistas Tony Gilroy, Scout Z. Burns y George Nolfi para delinear uno de los filmes de género más concientes e inteligentes de su -siniestra- época, a través del cual ya no sólo cabe la fascinación hacia las hazañas físicas de su heroico protagonista, sino también la satisfacción ante la bienvenida evidencia de que no todo está perdido por el país del norte, y no sólo en materia cinematográfica. El realizador tenía escondidos un par de ases bajo las mangas y los saca a relucir en el capítulo final de Bourne, donde todo va camino a ser definitivo y donde ya no caben las medias tintas, tanto en el plano estético como ideológico.
En su evolución, cabe destacar que el guión esta vez es soberbio, tanto en tono (prácticamente es una denuncia al terrorismo gubernamental de los EEUU) y particularmente a nivel estructural (recomiendo tener fresca la segunda película, porque lo que hace el libro de Ultimátum con la cronología de su relato en relación al final de La Supremacía… es simplemente brillante). Además, consigue que todos los personajes vistos hasta ahora en la saga -más unos cuántos nuevos- gocen de una participación que trasciende la circunstancialidad de una trama modelo y se involucren en la historia. Por su parte, aquel registro semi-documental rabioso y frenético que Greengrass ya demostró saber manejar con la precisión de los grandes, vuelve a definir el impresionante timing de acción y convence de lo que acontece en pantalla aún en esas instancias en que el género hace de las suyas al mejor estilo Bourne (la secuencia completa de Marruecos no tiene desperdicio!). Tampoco puede dejar de destacarse la extraordinaria banda sonora compuesta, una vez más, por John Powell, cuya presencia redondea el criterio estético de la película y hasta califica como un personaje más (sí, también vuelve el tema de Moby en los créditos finales). Y por último, pero no menos importante, Matt Damon se pone la camiseta de este espía torturado y vengativo como nunca antes e inspira el respeto que la industria del cine -y también el público- quizás le haya negado toda su carrera.
Bourne: El Ultimátum es la prueba viva de que el cine puede abogar por una multiplicidad de causas y así satisfacer las más variadas necesidades; para esto, desde luego, habrá que saber qué, cómo y desde dónde mirar. Por su parte, Greengrass sabe qué, cómo y desde dónde contar; lo que convierte a este broche de oro para el Legado Bourne en uno de los más sólidos, y a la vez entretenidos, estrenos del año.
Título: Bourne: El Ultimátum
Titulo Original: The Bourne Ultimatum
Director: Paul Greengrass
Género: Acción, Basado en novela, Espionaje, Misterio, Secuela, Thriller
Intérpretes: Matt Damon, Joan Allen, Julia Stiles, David Strathairn, Scott Glenn, Edgar Ramirez, Paddy Considine, Albert Finney
Duración: 115 minutos
Origen: Estados Unidos, Alemania
Año Realización: 2007
Distribuidora: UIP
Fecha Estreno: 30/08/2007
Puntaje 9 (nueve)
El staff opinó:
-Paul Greengrass consigue superarse con esta impecable tercera parte de la saga de Jason Bourne. ¿Quién dijo que el cine de acción no puede tener un trasfondo político? Este es un ejemplo consumado; con ideas, acción y un guión ajustadísimo se puede…- Pablo E. Arahuete (9 Puntos)
-Con un ritmo infernal y unas secuencias de acción vibrantes y furiosas, no podía ser más prodigioso el cierre de una saga que le debe tanto a su creador literario (Robert Ludlum) como a sus hacedores cinematográficos (el guionista Tony Gilroy y los cineastas Doug Liman y Paul Greengrass). El suspenso logrado por Greengrass -que supera con claridad lo que hiciera en La supremacía de Bourne- es tan excitante como el que lograra William Friedkin en su tiempo con Contacto en Francia o, yendo un poco más lejos, Peter Yates con Bullitt. En su género, una película sencillamente insuperable. Un clásico instantáneo…- Diego Martínez Pisacco (9 Puntos)
-“A rey Muerto, Rey puesto”. Bond ha muerto y Bourne ha ocupado el trono. Nuevamente el director Paul Greengrass toma las riendas para la tercera entrega de la saga y nos mantiene sentados al borde de la butaca con su uso impecable de la acción frenética y una historia plagada de intrigas a alto nivel. Imprescindible…- Diego Saladino (9 Puntos)
-La saga de Bourne no podía tener mejor cierre. Espectacular por donde se la mire, no sólo tiene acción a raudales sino también una mirada crítica a la política imperante. Matt Damon ya forma parte de la galería de los grandes héroes de la pantalla. De lo mejor del año…- Omar Tubio (9 puntos)