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sábado, 27 abril 2024
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La soledad: Mejor solo que mal acompañado

Por Pablo E. Arahuete

Propuestas como La soledad, ópera prima de Maximiliano González, obligan a repensar al cine argentino de las últimas dos décadas. Resulta llamativa cierta propensión a rechazar de antemano cualquier intento cinematográfico que apueste al riesgo, a la incomodidad con el espectador, porque simplemente requiere una actitud menos pasiva del observador. Y por lo general cierta pereza intelectual de muchos críticos se escuda en adjetivos descalificadores como “pretencioso” o “aburrido” con argumentos tan endebles y vacíos que no aportan nada. Lo que de una vez por todas debe decirse es que los riesgos acarrean dificultades, pero son necesarios para madurar en términos artísticos cuando no existe una industria que formatea mentes, homogeniza, y por limitaciones propias no supera la mediocridad.

Ahora bien, el meollo de este asunto va más allá de los dispares resultados de cada film, de las virtudes y defectos de cada nueva obra, sino que obedece a un debate profundo sobre qué cine queremos ver y, en un segundo plano, qué cine podemos hacer. La soledad se posiciona en este umbral y sin tentarse en atravesarlo deja la marca personal de su realizador, a la vez que no reniega de su referente más cercano: el Nuevo Cine Argentino.

No es desacertado sintetizar la historia en la del hombre solitario que emprende un viaje en busca de su identidad, donde contrasta la geografía opresiva de lo urbano con el paisaje salvaje de Misiones. Sin embargo, reducir al film de González a estos elementos implica cerrarle varios rumbos que el realizador, paciente y prolijamente, fue construyendo para establecer un vínculo simbiótico entre el entorno natural y los estados de ánimo de su protagonista, quien se ve sacudido al ser abandonado por su pareja. No hace falta que Miguel (Miguel Franchi, convincente y medido) diga algo para entender su angustia. Su rostro es un mapa de la desesperanza y su silencio la brújula del náufrago que hace del devenir una meta. Ese devenir se resignifica al tomar contacto con el río y con la gente de Misiones, entre ellas una adolescente de trece años (Florencia Vallejos) que da a luz una beba enferma, y un viejo amigo, Enrique (Enrique Liporace), quien optó asentarse allí para luchar contra las tabacaleras y además debió soportar la pérdida de un hijo tragado por el río.

Es en el personaje de Enrique, sumamente retórico, donde González comete los mayores errores que desde un primer instante -con una narración efectiva y despojada- parecía tener controlados. Y esos excesos responden a querer enfatizar algunas ideas por no confiar en los recursos cinematográficos. Grandes tramos del film condensan delicadeza en la narración, economía visual en los encuadres y un ajustado despliegue de metáforas. El realizador logra en muy poco tiempo hacer suyo el paisaje, lo transita a la par del protagonista pero también lo padece, lo sufre como esa atmósfera calurosa y seca tan presente en la pantalla. De diferentes soledades se nutre esta película no apta para espectadores ansiosos: la soledad geográfica que mantuvo postergada la realidad de las provincias del cine argentino (porque decir interior suena peyorativo); la soledad existencial como frontera entre la gente y como necesidad para autoafirmarse; y por último, la soledad de un tipo de cine que prefiere seguir fluyendo y cambiando para no estar mal acompañado.

Título: La soledad.
Título original: Idem.
Dirección: Maximiliano González.
Intérpretes: Miguel Franchi, Enrique Liporace, Florencia Vallejos, Maribel Aquino, Carlos E. de la Serna, Bárbara Peters, Alejandro Hodara, Martina Perret, Idilia Solari, Tito Gómez y Enrique de la Serna.
Género: Drama.
Calificación: No disponible.
Duración: 90 minutos.
Origen: Argentina.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Independiente.
Fecha de estreno: 06/09/2007.

Puntaje: 8 (ocho)

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