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sábado, 23 noviembre 2024
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Sin lugar para los débiles: Cuando el polvo entierre mi país…

Por Emiliano Fernández

El orgullo herido puede generar reacciones violentas, golpes de timón imprevisibles que tienen por único fin recuperar con desesperación lo considerado faltante. Viendo Sin Lugar Para los Débiles (No Country for Old Men, 2007) uno no puede más que comprobarlo y percibir la importancia que para Joel y Ethan Coen tienen el favor de la cofradía independiente norteamericana y el visto bueno de la crítica cinematográfica. Su última realización constituye un verdadero éxito en cuanto a la concreción combinada de un triple objetivo: subsanar la credibilidad artística que desapareció a partir de El Amor Cuesta Caro (Intolerable Cruelty, 2003) y sobre todo El Quinteto de la Muerte (The Ladykillers, 2004), reflotar la heterogeneidad discursiva que tantas alegrías les supo dar en el pasado, y garantizar en forma definitiva la reincorporación inmediata al circuito de festivales internacionales. Lo curioso del caso es que la propuesta no sólo triunfa en lo que respecta a estas vicisitudes, terreno conocido para los hermanos. El film consiguió además un inesperado y masivo apoyo de la industria (los cuatro Oscars obtenidos son bastante elocuentes al respecto). El dúo regresa con la inspiración renovada y entrega una gran adaptación de la novela homónima de Cormac McCarthy.

Una vez más estamos ante una concepción del cine en tanto juego de superposiciones y claroscuros siempre inconclusos, como un campo de batalla de ideas entrecortadas y rimbombantes que buscan armonizar en un todo curioso pero prudente, bizarro pero estable. Los distintos géneros se funden en una construcción ambiciosa que no le teme a nada ni a nadie. La anécdota vuelve a ser diminuta y muy fácil de resumir. En Texas, el lacónico veterano de Vietnam Llewelyn Moss (Josh Brolin) encuentra dos millones de dólares en medio de una escena dantesca que involucra narcos acribillados, una camioneta llena de heroína y una linda colección de animalitos pudriéndose al sol. Por supuesto que decide llevarse el dinero a su hogar, acto que despierta la ira de las partes involucradas en la fallida transacción comercial. El ciclotímico Anton Chigurh (Javier Bardem) es el sicario/cazarecompensas contratado para barrer cielo y tierra hasta encontrar a Moss. La persecución central está condimentada con distintos personajes secundarios: Ed Tom Bell (Tommy Lee Jones), un sheriff meditabundo que sigue el sendero de cadáveres que deja Chigurh; Carson Wells (Woody Harrelson), una suerte de limpiador y meta-mercenario encargado de aportar un poco de sutileza al conflicto de intereses; y Carla Jean (Kelly Macdonald), la desconcertada esposa de Llewelyn.

Las opciones están abiertas y cualquier cosa puede ocurrir. El western revisionista se mezcla con el film noir más tétrico mientras que el terror explícito se da la mano con el drama generacional, la comedia negra y hasta el thriller absurdo. La amplitud formal refuerza la evolución narrativa, agiganta el carácter épico de la historia y demuestra toda la pericia y el inconformismo de los que son capaces los realizadores cuando no sucumben ante proyectos impersonales. La película toma prestada la atmósfera densa de la primigenia Simplemente Sangre (Blood Simple, 1984) para aunarla con la amoralidad irrestricta de la extraordinaria De Paseo Por la Muerte (Miller’s Crossing, 1990), quizás el opus más logrado de los norteamericanos. El tono entre caótico y despiadado remite sin lugar a dudas a Barton Fink (1991). De hecho, el final abierto parece un collage confeccionado a partir del genial desenlace de esta última y la austeridad intelectual de El Hombre Que Nunca Estuvo (The Man Who Wasn’t There, 2001). Esta epopeya hace con el western lo que la recordada Fargo (1996) hizo con el policial. No sólo hablamos de una reformulación generalizada del leit motiv y los macro estereotipos; en el trayecto también están involucrados el narcisismo desquiciado del dúo y su constante pretensión por sobresalir (cinefilia y procacidad lúdica mediante). En esta oportunidad Sam Peckinpah es el modelo a imitar: la estructura de Sin Lugar Para los Débiles le debe mucho a la violencia entrecruzada y las carnicerías exhaustivas de Tráiganme la Cabeza de Alfredo García (Bring Me the Head of Alfredo García, 1974), por poner sólo un ejemplo.

Más allá de los puntos de contacto intra o extra curriculares, la esencia posmoderna característica del cine de los Coen queda en evidencia dentro de la misma obra y principalmente en la influencia que tal ingrediente ejerce sobre tal otro o el papel que cumple dentro del conjunto global. El personaje de Harrelson mitifica al de Bardem, Carla Jean apuntala el perfil de antihéroe y buscavidas de Moss, y hasta el emotivo sheriff brinda un marco contextualizante para el relato (en términos prácticos, mitifica el devenir general y dispara gran parte de las premisas que lo movilizan y sustentan). El desarrollo aletargado y meticuloso hace evidentes las intenciones de los directores y da forma a un combo coherente y multiestilístico que avanza sin apuro pero con pasos certeros. En esto ayudan mucho la hemoglobina y el sadismo que desparrama el bueno de Anton, una construcción conceptual extrema y una interpretación impecable a manos de Bardem. El personaje del español es una síntesis perfecta de la violencia social sistemática y su racionalidad tan peculiar como intransigente. En apariencia existe un “código” por detrás de su martillo neumático y su escopeta con silenciador, aunque continuamente vemos como los patrones de comportamiento se difuman y sólo persisten la suerte, el azar, el temor, la venganza y una avaricia todo terreno.

Muchos olvidan que antes de Quentin Tarantino y toda esa generación de nenes videoclubistas estuvieron los Coen, esos mismos que siguen porfiando en el negocio y reinventando con mayor o menor fortuna gran parte de los géneros clásicos. Estos nerds obsesivos del arte cinematográfico han estado hurgando durante tres décadas en las constelaciones más imperceptibles de la “América profunda”, los sinsabores de la vida popular estadounidense y los oscuros recovecos de aquel sueño de nación perfecta e inmaculada que se perdió en la inflexible sucesión de pesares de la historia reciente. La postura siempre distanciada de los hermanos no permite acusaciones apresuradas de nostalgia: el sueño robado parece ser un elemento más dentro del bagaje cultural, apenas un dispositivo funcional al relato. No les interesa saber si esa forma de vivir -hoy anacrónica- realmente aconteció en el pasado. Como tantas otras ficciones constructoras de identidad, la fantasía etérea de un “país” que sucumbió ante el polvo de la modernidad es sólo la excusa que motiva el andar de los personajes (ese “country” del título original). Más irónicos que reaccionarios, los cineastas disfrutan de las utopías destruidas y los charcos de sangre contemporáneos (sin ir más lejos, bien podemos afirmar que nacieron de y con ellos…). Nadie puede negar el placer morboso que genera la eliminación de los estorbos circunstanciales con los que se topa Chigurh. La diversión casi infantil y la relativa falta de compromiso de los Coen se complementan con una destreza inigualable para la narración fluida y envolvente, habilidad que muy pocos poseen. El núcleo temático es conciso: la mugre sigue enterrando sin piedad al pueblito de antaño, aunque ahora la pala es esa pistola de aire comprimido que carnea a través de un perno en la frente…

Título: Sin lugar para los débiles.
Título Original: No country for old men.
Dirección: Joel Coen, Ethan Coen.
Intérpretes: Josh Brolin, Tommy Lee Jones, Javier Bardem, Kelly MacDonald, Woody Harrelson, Stephen Root, Garret Dillahunt, Tess Harper y Barry Corbin.
Género: Crimen, Drama, Thriller.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 122 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Buena Vista.
Fecha de Estreno: 06/03/2008.

Puntaje: 9 (nueve)

 

El staff opinó:

Los Coen vuelven a los orígenes de su cine al estilo riguroso de Simplemente sangre con una adaptación impecable desde lo narrativo y contando con un monstruo como Javier Bardem para encarnar a un asesino inolvidable. Tommy Lee Jones aporta el equilibrio necesario para una trama que se bifurca y gana suspenso a cada segundo con un cierre temático poco frecuente en el cine de nuestros días. Azares y destinos juegan un rol primordial en este relato “hitchcockiano”, pero con el inconfundible sello de los hermanos Coen.Pablo E. Arahuete (9 puntos)

¿Qué decir…? Buenas actuaciones (un increíble Bardem), diálogos impecables (el cara o seca de la estación de servicio, imperdible), una historia “cotidiana” llevada a su extremo más inquietante;… simplemente Coen.Diego Saladino (9 puntos)

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