Por Silvina Palmiero
Sin lugar a dudas con el estreno de El origen (2010) se removió el avispero de la crítica levantando todo tipo de polémicas a favor y en contra de Christopher Nolan. Nuestro entusiasmo aún no se apaga y por eso decidimos brindarle a nuestros lectores un profundo y minucioso perfil sobre el director a cargo de nuestra colaboradora Silvina Palmiero para que así puedan sacar sus propias conclusiones y sumarse a las voces que erigen el nombre del realizador como el nuevo Kubrick o enrolarse en aquellos que lo tildan de alumno aplicado y pretencioso mimado por los grandes estudios. Lo cierto es que cada vez que suena el nombre de Nolan detrás de un proyecto la indiferencia no existe. Aquí en esta nota los invitamos a sumergirse en su universo, sus obsesiones y su particular manera de ver al mundo y al hombre ¿cuál será su veredicto?
Atormentados. Obsesivos. Los protagonistas de las películas de Christopher Nolan son individuos signados por una pérdida -de sus seres amados, de sus recuerdos, de sus sueños, de sus principios- y condenados a perseguir infinitamente ese bien irrecuperable. En su torpe afán de reivindicación se vuelven vulnerables, exhiben sus debilidades y sus peores miserias, transgreden los límites de lo permitido y utilizan cualquier medio para llegar al fin deseado, que casi siempre resulta ser inalcanzable.
Christopher Nolan construye sus films a partir de hombres sentenciados por el destino, y los elementos y recursos que utiliza para hacerlo son consistentes con las tribulaciones, las búsquedas y los dilemas morales de sus criaturas. Cada puesta en escena es un espejo de las mentes de sus personajes y habla de ellos: expresa sus conflictos, lo que piensan de sí mismos y del mundo que los rodea.
DOODLEBUG: RADIOGRAFÍA DE UNA MENTE ENFERMA
El primer trabajo del director fue Doodlebug, un cortometraje que realizó en 1997 y que fue posteriormente incluido en Cinema 16: British short films (2003) junto con las óperas primas de otros destacados cineastas británicos. El film retrata a un individuo (Jeremy Theobald) visiblemente paranoico, agazapado y en guardia frente a una amenaza que presiente, pero no puede identificar con precisión. De pronto, algo parecido a un insecto comienza a moverse a su alrededor, y el protagonista lo persigue con saña. En su loca carrera, no advierte que se trata de su imagen en miniatura. Mucho menos alcanza a ver, cuando logra aplastar a su presa, que otra versión suya mucho mayor está descargando el zapato sobre su propia humanidad. Un cuarto estrecho, un juego de espejos, el uso expresivo de la luz y una buena selección de objetos y planos le sirven a Nolan para trazar en sólo tres minutos los desvaríos de una mente enferma, en lucha consigo misma y con la idea fija de autodestruirse. (Ver cortometraje)
FOLLOWING Y MEMENTO: EL TIEMPO DE LOS RECUERDOS
Si bien Memento: recuerdos de un crimen (Memento, 2000) fue la primera película por la que Christopher Nolan obtuvo notoriedad, dos años antes había realizado Following. Ambas comparten el rasgo de estar atravesadas por el relato del personaje principal, que habla sobre su situación y recorre los acontecimientos, tratando de adueñarse -acaso de convencerse- de una historia que no entiende cabalmente. Como fiel reflejo de esa confusión, el director altera el orden cronológico de los hechos, de modo que cada film se convierte en un viaje sinuoso impulsado por los recuerdos de su protagonista. En Following, Jeremy Theobald interpreta a un aspirante a escritor que se vuelve adicto a seguir personas al azar. En una de esas excursiones a lo desconocido, se relaciona con un tal Cobb (Alex Haw), un ladrón de intimidades, que irrumpe en casas ajenas por el sólo placer de husmear en las vidas de los otros y de apoderarse de sus pequeños tesoros y secretos. Atractivo y manipulador, Cobb seduce al protagonista con esta suerte de voyeurismo avanzado, para terminar involucrándolo en un hecho criminal. El relato está dividido en tres partes que podrían identificarse con la introducción, el nudo y el desenlace, y la película va intercalando momentos de cada uno de ellos, moviéndose hacia adelante y atrás en el tiempo. A su vez, en varios tramos del film, el punto de vista del infortunado fisgón se combina con la trama oculta que se teje su alrededor. Esta compleja construcción da por resultado un gran rompecabezas que sólo se completa en la última escena, traduciendo así la inseguridad del protagonista, lo fragmentario y parcial de su mirada. Recién al acudir a la policía, al relatar los acontecimientos y colocarlos en su lugar, el muchacho advierte su verdadero sentido. Sólo entonces ve la totalidad del conjunto y comprende que ha sido un títere y que su denuncia se ha convertido, como por arte de magia, en la confesión del crimen que nunca cometió.
Lo último que recuerda Leonard (Guy Pierce), el protagonista de Memento, es la imagen de su mujer violada y asesinada. La única finalidad de su vida es encontrar al culpable. Su problema es que, a partir de aquel dramático suceso, sufre de pérdida de memoria de corto plazo, es decir que olvida sistemáticamente lo que acaba de suceder. Para sortear esa nebulosa en que vive, toma nota de las cosas que no debe omitir y las pistas del asesino se las tatúa en el cuerpo. Según sus propias palabras, “está todo al revés: sabes lo que vas a hacer, pero no recuerdas lo que acabas de hacer?”. Tomando al pie de la letra esta definición, Nolan redobla la apuesta en relación al tiempo cinematográfico y decide narrar los hechos literalmente “al revés”. Comienza por el final, cuando Leonard asesina a Teddy Gammel (Joe Pantoliano), y luego va remontándose a las causas y antecedentes de esa muerte, con la particularidad de que lo hace de a tramos cortos, tan cortos como el tiempo que duran los nuevos recuerdos del protagonista. De este modo, el relato se vuelve inestable e inconexo como el universo del personaje, y por momentos se comparte con él esa necesidad apremiante de anotarlo todo para no olvidar. La película finalmente revelará que las metódicas notas de Leonard son un arma de doble filo, porque lo transforman en presa fácil de cualquier manipulador y, sobre todo, porque son funcionales a su propia construcción de la realidad. En una extraordinaria muestra de originalidad y talento, Nolan elige “rebobinar” el relato de a poco, como si fuera una cinta que se traba y se niega a retroceder, para contar la historia de alguien que dice que no recuerda lo que, en realidad, no quiere recordar.
NOCHES BLANCAS (Insomnia): LA LUZ QUE TODO LO REVELA
Will Dormer (Al Pacino) es un policía de gran trayectoria y de esos que creen que los criminales deben ser encarcelados a cualquier precio. Precisamente por sus dudosos procedimientos, la división de Asuntos Internos lo tienen en la mira y su compañero Hap (Martin Donovan) está a punto de quebrarse y dejarlo en evidencia. En medio de todo esto, los dos investigadores son enviados a Alaska para colaborar en la resolución de un crimen. Allí, durante una persecución confusa en la que la niebla y la nieve todo lo igualan, se produce un tiroteo y Will mata involuntariamente a Hap, con tanta mala suerte que es descubierto nada menos que por el asesino buscado. Así comienza una escabrosa relación, en la cual el psicópata (un siniestro Robin Williams) explota la vulnerabilidad de Dormer, su cansancio y deterioro, su confusión y su remordimiento crecientes, que se profundizan en el eterno día de Nightmute. Para mirar a este héroe tan cuestionable cuyo pasado vuelve para ajustar cuentas, Nolan elige en Noches Blancas (Insomnia, 2002) el punto de vista de una oficial novata (Hilary Swank) que lo considera un mito viviente; a través de sus ojos respetuosos y cautos, pero decididos, se observa y se sufre la caída de Dormer. Para retratar ese derrumbe, el director toma el dato objetivo de los seis meses sin noche de Alaska y a partir de ello transforma a la luz en el personaje central del drama, testigo acusador y sentencia implacable de este policía que ha optado por moverse en la penumbra. Esa “maldita luz”, esa claridad insolente que no le permite conciliar el sueño y lo condena al insomnio, funciona como metáfora de la conciencia que no lo deja descansar tranquilo. La significativa escena en la que Dormer se desespera por tapar la luz que entra a su cuarto, sin conseguirlo, representa de manera más que elocuente la impotencia de un hombre que sucumbe bajo el peso de la culpa.
EL GRAN TRUCO (The Prestige): CUANDO EL CINE SE HACE MAGIA
En El gran truco (The prestige, 2006), Robert Angier (Hugh Jackman) y Alfred Borden (Christian Bale) son dos magos rivales que compiten entre sí durante toda la vida con el fin de superarse mutuamente y de adueñarse de la fórmula más perfecta y acabada del truco supremo: “el hombre transportado”. Las historias de ambos -que incluyen cuentas pendientes, pasiones, pérdidas, traiciones y sacrificios- se tejen a partir de la lectura que cada uno hace del diario de su adversario. En consecuencia, cada relato está filtrado a través de la mirada del oponente, impregnado de la satisfacción de hurgar en la intimidad del otro e impulsado por la expectativa de encontrar un secreto que finalmente no se devela, porque ha sido prolijamente omitido por su dueño. En efecto, cada diario -que ha sido escrito como una misiva para el contrincante más que como una confesión de parte- retacea información, juega burlonamente con el lector de turno y lo deja sin la conclusión deseada. Lo fascinante del caso es que, después de haber apelado a amantes espías, dobles desleales, clones y acusaciones falsas, el truco que ambos magos persiguen con tanta avidez es tan simple como sacar una paloma de la galera. Más aún, para el momento en que el enigma se resuelve queda en evidencia que el verdadero “gran truco” es la película en sí misma. El espectador cree que está presenciando un film sobre magos cuando, en realidad, está asistiendo a un verdadero espectáculo de magia. Como todo buen prestidigitador, Nolan organiza una ficción sin fisuras, basada en un artificio. Como el gran realizador que es, construye una historia perfecta y coherente, que incluye detalles y señales que explicarían sobradamente el revés de la trama, si no fuera porque, como bien lo dice el viejo ingeniero interpretado por Michael Caine, “uno busca el secreto pero no lo encuentra, porque en realidad no está mirando. Uno no quiere saberlo realmente. Uno quiere que lo engañen”. Este es el gran descubrimiento. Gracias a las manos expertas de Christopher Nolan, el cine y la magia se funden en el terreno de la ilusión.
BATMAN: EL HÉROE SIN ROSTRO
El escritor fracasado que jugaba a la doble vida en el primer largometraje de Christopher Nolan exhibía en la puerta de su departamento el famoso símbolo del hombre murciélago. Esto puede leerse como un dato anecdótico, pero parece mucho más un propósito, una apuesta a futuro. Es que Batman era el superhéroe natural para ser llevado a la pantalla por Nolan, porque Bruce Wayne es un individuo condicionado por una gran tragedia: el asesinato de sus padres. Esa pérdida, por la que inicialmente se responsabiliza, por la que luego busca una venganza que no puede concretar, por la que más tarde se sumerge en la marginalidad; será determinante en su destino. Ese hecho dramático es el que lo instará finalmente a enfrentar su culpa, su enojo y sus miedos y a engendrar, a partir de ellos, al justiciero enmascarado. Porque más allá del entrenamiento, las artes marciales y el equipamiento sofisticado, el fondo de la cuestión es que, para volverse realmente fuerte, el hombre viaja a su interior y se hace uno con sus propios miedos. La magnífica escena en la que Bruce desciende a la cueva que será su futura base de operaciones y queda atrapado en medio de una nube de murciélagos, como en sus peores pesadillas de niño, representa el momento exacto en el que se consustancia con su miedo, asume el rostro aterrador de su propio temor y se transforma en Batman. Batman Inicia (Batman Begins, 2005) y El caballero de la noche (The dark knight, 2008) deben ser leídas como una continuidad que, seguramente, finalizará con la tercera parte de la trilogía, anunciada para el año 2012.
Desde el punto de vista estético, en la primera película la cámara de Nolan nos lleva desde los rascacielos de Gótica a sus bajos fondos, mostrando las desigualdades de la ciudad y la decadencia experimentada desde los tiempos de la niñez de Bruce hasta el momento en que Batman entra en acción. En especial en este último tramo, la ciudad aparece envuelta en una nebulosa, sus calles turbias y oscuras como reflejo de la proliferación del delito, la miseria y la desesperación.
En la secuela, Gótica ha cambiado su rostro: ha vuelto a ser una metrópolis esperanzada y con un cierto orden, y Nolan la retrata luminosa y pujante. En especial, la registra a través de picados, desde lo alto, para expresar que la ciudad tiene un protector, una mirada que la sobrevuela y que vela por ella. Desde el punto de vista temático, los enemigos de turno son bien emblemáticos y también acompañan esta evolución de la ciudad. Ra’s Al Ghul (Liam Neeson) y su Liga de las Sombras pretenden destruirla por considerarla irremediablemente perdida y corrupta; mientras que el Guasón (Heath Ledger) persigue, una vez que se ha reestablecido cierto equilibrio, volver a instaurar el Caos con mayúsculas. Paradójicamente, ambos villanos califican como “justo” su accionar, y los dos se basan en la hipótesis de que los seres humanos son naturalmente mezquinos y que, dada una situación límite, su maldad prevalecerá y se destruirán unos a otros. Desde una concepción diametralmente opuesta, Batman defiende a sus conciudadanos alentado por la fe en la nobleza de los hombres y por la confianza en que ellos reconocerán el buen camino. En esa lucha contra tan sofisticados oponentes, el enmascarado (y con él, Nolan) siempre está caminando por la cornisa, cuestionándose la validez de los medios que utiliza para sus justos fines, rozando lo ilegal para combatir el delito.
Por eso no es un héroe brillante, sino un fuera de la ley, un paria, un individuo que se mueve en las sombras. En su esfuerzo por reconstruir la moral de su ciudad no duda en asumir culpas de otros con tal de darles a los habitantes de Gótica hombres ejemplares, que puedan comprender e imitar. Busca ser una idea, un símbolo, una inspiración. Es un héroe sacrificado y no reconocido. Nolan trabaja fundamentalmente sobre esta oscuridad de Bruce, sobre su dolor y su gran carga de responsabilidad, y en ese sentido es muy sobria la labor de Christian Bale, que le da a su personaje esa gravedad, esa combinación exacta de templanza y furia.
EL ORIGEN: LA VIDA ES SUEÑO
El origen (Inception, 2010), recién estrenada en nuestro país, es un auténtico viaje al mundo de los sueños. Cobb (Leonardo DiCaprio) -quien no por casualidad lleva el mismo nombre que el ladrón del primer film de Nolan, especialista en abrir cajas llenas de intimidades- y su grupo de colaboradores se dedican a robar ideas, información y secretos de la mente de las personas. Para ello, construyen mundos imaginarios y ponen a la víctima de turno a soñar. Esos universos tratan de reproducir lo más fielmente posible la realidad a fin de poder moverse en ellos de manera natural, sin que el soñador advierta que su subconsciente está siendo saqueado. El protagonista supo ser el mejor arquitecto de mundos ficticios, pero una de esas experiencias límites se cobró la vida de su esposa. Desde entonces, perseguido por la justicia y separado de sus hijos, se dedica a navegar las mentes y apropiarse de sus tesoros mejor guardados, aunque cada vez tiene más problemas para controlar las proyecciones de su propio subconsciente. Hasta que alguien le propone un último trabajo, consistente no ya en asaltar los sueños sino en inocular en la mente de alguien una idea (la inception del título original), que el individuo en cuestión asumirá como propia y que determinará un cambio en su accionar y en su futuro.
El trabajo es radical, audaz y complejo, pero Cobb lo acepta a cambio de regresar a su casa y a sus hijos, libre de culpa y cargo. A partir de este planteo, el director lleva a los espectadores al terreno de lo onírico sin caer en delirios, utilizando efectos especiales precisos, incluyendo explicaciones pertinentes y con su habitual habilidad para cargar las imágenes de sentido. Que los sueños son a veces tan vívidos que se confunden con la realidad misma, que en su ámbito el tiempo se hace mucho más largo, que los hechos son aislados y no responden a una causa, que al despertar uno se siente caer; en definitiva, todas las sensaciones que en algún momento hemos experimentado al soñar se traducen en la pantalla, a medida que los expertos van calando más hondo en la mente señalada. Acompañando ese viaje a las profundidades, el protagonista deberá confrontar sus fantasmas y hacer su propia elección, personal y definitiva, entre el sueño y la realidad.
CON SELLO PROPIO
Historias nuevas o historias de siempre, pero en cada caso impregnadas de sus preocupaciones y su visión del mundo. Christopher Nolan las imagina o las elige, sin descuidar un solo detalle del proceso creador, al punto tal que ha escrito (él solo o en colaboración, particularmente con su hermano Jonathan) los guiones de todos sus films, excepto el de Noches Blancas. Partiendo de esos inspirados relatos, construye sus películas generando una mímesis perfecta entre lo que se cuenta y la forma en que se lo cuenta. No hay en ellas ni frases redundantes ni planos arbitrarios. El límite entre forma y contenido se vuelve difuso, porque los materiales dicen tanto o más que la letra del guión, se integran y se amalgaman con ella. Nolan logra la síntesis justa de las distintas artes que se combinan en el cine. Y esta habilidad lo convierte en uno de los directores que mejor entiende de qué se trata hacer una buena película.