Por Omar Tubio
El niño mimado del nuevo cine francés, François Ozon, es también uno de los más prolíficos directores de la actualidad y casi un privilegiado en nuestro país al poder estrenar sus últimas obras. Gotas de agua sobre rocas calientes, Bajo la arena, 8 mujeres y La piscina, gozaron de una buena respuesta por parte del público y de aprobatorias reseñas de la crítica especializada.
En este caso, Ozon retrata la historia sentimental de una pareja tomando para ello cinco momentos claves que resultan trascendentes para entender el proceso o el determinante de un posterior fracaso. Estas secuencias no están tomadas al azar y responden a situaciones muy puntuales y precisas en las cuales el director, mediante actitudes, miradas y pequeños gestos, da a entender lo que internamente le va pasando a este matrimonio para desembocar en un final anunciado.
Y es un final anunciado ya que los episodios, si bien siguen una cronología lógica, están invertidos. A la manera de Irreversible o de Memento, lo primero que sabemos de esta pareja y que vemos en la primera escena es de su divorcio. Un frío y distanciado encuentro que derivará en un posterior acercamiento a modo de despedida sexual, en donde la violencia contenida hará eclosión terminando con un pedido imposible y una puerta cerrada.
De allí a una peculiar cena con el hermano gay de él y su pareja, en la cual las confesiones estarán a flor de piel denotando sutilmente el deterioro de una relación a punto de sucumbir. Lo siguiente tiene que ver el nacimiento del único hijo y la crisis de una de las partes ante la imposibilidad de la aceptación de la paternidad y la sensación de abandono que esto conlleva en el otro. La presencia de los abuelos actúa como espejo de una historia repetida.
El cuarto segmento (o segundo según de que lado se lo mire) se centra en la fiesta del casamiento, donde todo es algarabía y felicidad aparente, y en la posterior noche de bodas donde nada sucede según lo esperado, las sorpresas empiezan a aparecer y en la que Ozon pareciera decir: “lo que mal comienza…”
Finalmente la historia culmina por el principio, el curioso momento –por las circunstancias- donde se conocen y de que manera se produce la atracción. Es en esta instancia en donde uno, al saber como seguirá y terminará la historia, comprende algunos comportamientos que deslizan los personajes en sus primeros flirteos.
Más allá de su estructura narrativa, que a estas alturas ha dejado de ser original, Vida en pareja no ofrece nada que no se haya visto antes. Sin la profundidad y complejidad de por ejemplo, Eterno resplandor de una mente sin recuerdos con la que guarda algún parentesco, o la crudeza y valentía de la ya mencionada Irreversible, la película descansa tanto en la habilidad de Ozon para crear ciertas incómodas atmósferas o en la ironía de algunos diálogos y situaciones, como en la estupenda composición de Valeria Bruni Tedeschi, que otorga a su Marion un sinfín de matices, logrando que su personaje atraviese los distintos procesos siempre de manera diferente. No sucede lo mismo con Stéphane Freiss, algo monótono y frío en su calculado distanciamiento.
Un film menor, pero no carente de cierto interés en la obra de un director que siempre guarda un as bajo la manga.
Título: Vida en pareja.
Título Original: 5×2.
Dirección: François Ozon.
Intérpretes: Valeria Bruni Tedeschi, Stéphane Freiss, Françoise Fabian, Michael Lonsdale, Geraldine Pailhas.
Género: Drama, Romance.
Clasificación: Apta mayores de 13 años, con reservas.
Duración: 90 minutos.
Origen: Francia.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: Alfa Films.
Fecha de Estreno: 14/07/2005.
Puntaje: 6 (seis)