Por Celín Cebrián, corresponsal de Nueva Tribuna España
Este jueves 16 fallecía a los 78 años el director estadounidense David Lynch, nacido en Missoula, Montana, en 1946, en una familia de clase media. El cine pierde a uno de sus autores más visionarios e inclasificables, autor de unos cuantos títulos que venían a ilustrar su genialidad: Eraserhead (1977), Terciopelo azul (Blue Velvet, 1986), El Camino de los Sueños (Mulholland Drive, 2001)… Su arte, pilar de la cinematografía contemporánea, apostó por una estética personal, de tal modo que hoy sería imposible imaginar el cine actual sin las influencias de su obra. David Lynch hacía radiografías que nos llevaban a los límites entre la fantasía y la pesadilla, entre el mito y la basura pop, la imaginación más salvaje y las realidades más siniestras. Era un verdadero genio y un maestro que deformó la piel de la existencia y la manera de percibir la vida. Se podría decir que el director de cine era un género en sí mismo. Era único, peculiar, surrealista, mágico…, en definitiva un genio absoluto. Quizás podamos afirmar que hemos perdido a uno de los mejores cineastas de la historia.
El pasado agosto le habían diagnosticado un enfisema pulmonar y ya tenía dificultades para respirar, si bien, ante las opciones, prefirió “seguir fumando”. Estudió Bellas Artes en Pensilvania y en 1971 se mudó a Los Ángeles donde estudió realización cinematográfica en el Conservatorio AFI, lugar en el que comenzó a filmar su primer largometraje, Eraserhead. Cuando lo terminó, corría el año 1976 y aquella fábula surrealista en blanco y negro fue recibida con desconcierto y rechazada en la mayoría de los festivales en los que fue presentada, pero a finales de ésa década se convirtió en un éxito en el circuito de películas de medianoche. El impacto de Eraserhead le valió para que la productora de Mel Brook le hiciera la oferta de dirigir El Hombre Elefante (The Elephant Man, 1980), protagonizada por John Hurt, que venía a ser una película biográfica sobre Joseph Merrick, un hombre desfigurado del siglo XIX, que fue nominada a ocho Oscar y metió a su director en el estatus de Hollywood, aunque siempre fue un artista que se mantuvo independiente, como él aseguraba, además de afirmar que “le gustaban Los Ángeles por la luz y la sensación de libertad”. De siempre fue un director inconformista que tuvo una exitosa carrera comercial, en tanto exploraba en lo extraño, en lo más radical. Le gustaba experimentar. Más que un cineasta podríamos decir que era un artista multidisciplinario al que le seducía la pintura, la música, la fotografía, el grabado y la escultura. Tampoco le agradaba hacer las películas en los estudios. Sus influencias podemos hallarlas en el cine de los hermanos Coen, Scorsese, Kaurismaki, Hitchcock, Werner Herzog, pero sobre todo en el de Federico Fellini. Le daba mucha importancia a la música que acompañaba a las imágenes, ya que según el director “el cine se basa en una idea y en un ritmo”. Fiel a sus ideas, siempre quiso escapar de los límites. Un cine con un trasfondo de tristeza, de miseria, de una cierta locura, si cabe, pero siempre envuelto en una atmósfera bellísima. Nos regaló una obra en la que había muchas preguntas pero pocas respuestas.
David Lynch es muy parecido a uno de sus excéntricos y herméticos personajes. A veces resulta tan hipnótico como cualquiera de ellos. Acostumbra a vestir con chaqueta y un pantalón perfecto. La camisa blanca y totalmente abotonada. Pulcro. Detallista. Pero dentro hay una rebeldía desconocida. Su cabello, frondoso. Son sus señas de identidad, entre otras muchas. Su universo cinematográfico es complicado. Le gusta adentrarse en lo irracional, pero también sabe rodar al estilo clásico. Cuando lo logra, emociona. En resumidas cuentas, David Lynch ha dejado una huella imborrable desde sus inicios, hasta que en 2010 recibió un Oscar Honorífico por su trayectoria. Y en 1990 se llevó la Palma de Oro en Cannes por Corazón salvaje (Wild at Heart). Produjo pinturas, lanzó tres álbumes de estudio (incluidas colaboraciones con Julee Cruise, Lykke Lí y Karen), creó un informe meteorológico de larga duración en Youtube, abrió una discoteca en París en 2011 y en 2018, en una entrevista en The Guardian, explicó su estilo de vida: “-Me gusta hacer películas. Me gusta trabajar. Realmente no me gusta salir”. A lo que añadir su avidez con la meditación trascendental, lo que le llevó a crear una fundación para la Educación Basada en la Conciencia y la Paz en el 2005.
Antes de continuar, me gustaría detenerme en eso que ha venido en denominarse “giro visual” en el cine del estadounidense, cuya obra artística siempre ha sido fronteriza y en la que se articulan a través de la producción la plástica, la fotografía y los nuevos medios. Como dice Eduardo A. Russo, “los filmes de Lynch son más bien pinturas cinematográficas antes que producciones narrativas, lienzos vibrantes, con gruesas salpicaduras de dolor, deseo, amor y terror”. Desde sus inicios, la producción del director ha ido atravesando fronteras para poner en práctica diversas disciplinas artísticas. Iniciado en artes plásticas en la Escuela de Arte de Filadelfia, sus producciones en forma de dibujos, pintura y esculturas, pronto dieron paso a la experimentación en los medios audiovisuales, conjugando la fotografía con los medios electrónicos y los new media, y cuya prueba fue Twin Peaks (1990-91/2017), donde, el director de Montana, juega con “campos”, fluidos, sensaciones, energía, un plano con otro, coordenadas para abrir la ventana por la que miramos ensimismados. Una cultura visual que conlleva una meditación sobre la ceguera, lo invisible, lo oculto y lo imposible. De igual modo, reflexiona sobre el lenguaje de gestos y dirige su atención hacia lo táctil. Como destaca Jacques Rancière, refiriéndose a las obras de William Blake, “eran extrañas criaturas anfibias, trenzados de palabras y de formas visibles”. Y por ahí irían también las criaturas de David Lynch, porque de lo que se trata o de lo que estamos hablando es de “pinturas cinematográficas” a las que sólo les falta sonido, como si colocamos un cuadro y ponemos música de fondo, si bien luego queda meterse por los bordes, entrar dentro y darle vida. Eso es el cine de Lynch, pintura en movimiento buscando una cualidad, una pintura muy conectada con Francis Bacon, algo que el cineasta ha reconocido en numerosas entrevistas.
Pero, volvamos a su obra. Después de rechazar una oferta para dirigir El Regreso del Jedi (1983), Lynch aceptó hacer una adaptación de la novela épica de ciencia ficción de Frank Herbert Duna (Dune, 1984), pero la película fue reeditada en posproducción y resultó un desastre comercial y de crítica. Dune es el sobrenombre del planeta Arrakis, y cuya acción transcurre más allá del año 10.000, donde esperan la llegada de un Mesías, que librará una batalla que sacará al universo de las tinieblas. En otro planeta, el distante Caladan, Lady Jessica, integrante de una fraternidad que tiene prohibido dar a luz a varones, incumple el voto y pare a Paul, un niño que es el gozo del Duque Leto Atreides, su padre. En el primer proyecto iba a aparecer hasta Dalí. Fue cuando decidió hacer una cine más personal y se metió en un thriller negro como Blue Velvet, que fue un éxito de culto y de crítica, y resultó ser la segunda nominación para el Oscar a la Mejor Dirección. La película recibió muchas críticas por la crudeza de algunas secuencias y el director fue acusado de misógino por el trato que recibe el personaje, interpretado por Isabella Rossellini, con quien mantuvo una larga relación (el director estuvo casado cuatro veces). Después se embarcó en otro proyecto de cine negro, la opaca y surrealista Twin Peaks, una película de misterio y asesinato y que, aunque era algo inusual, al final acabó siendo una serie de televisión. La segunda secuela se hizo en 1992 y la tercera en 2017.
Una vez que esta película entró en producción, David Lynch comenzó a trabajar en una adaptación de la novela Corazón Salvaje (1990) de Barry Gifford, con Nicolas Cage y Laura Dern como protagonistas, en una carrera escalofriante y con ecos de El mago de Oz, película que ganó en Cannes la Palma de Oro, y en la que el director nos descubrió su faceta más romántica y salvaje, regalándonos esta movie road criminal con alta carga sexual. Erotismo, violencia y referencias a la cultura pop, y todas las obsesiones del cineasta, como personajes extraños, mujeres fatales, turbios acontecimientos y recuerdos sórdidos.
En 1997 volvió a sus raíces vanguardistas con Carretera Perdida (Lost Highway), un thriller surrealista protagonizado por Bill Pullman y Patricia Arquette, que fracasó en taquilla. En ella Patricia Arquette interpreta a dos personajes femeninos. Una obra llena de secuencias sublimes, creando un laberinto de imágenes tan sórdido como excitante, todas ellas impregnadas de misterio, con el que va reconstruyendo un puzzle inquietante. En completo contraste a esta película, en 1999 estrenó Una Historia Sencilla (The Straight Story), una historia contundente sobre un hombre mayor, interpretado por Richard Farnsworth, que recorre 385 kilómetros por todo el país subido en una máquina de cortar césped. Una historia basada en un hecho real ocurrido en 1994 y en la que un hombre de 73 años, tras enviudar, vive con su hija Rose, que es una joven discapacitada. Su estado de salud no es bueno: tiene problemas de visión, no puede andar por culpa de la cadera, sufre un enfisema y tiene desmayos. Un día, recibe una terrible noticia: su hermano mayor, Lyle, está gravemente enfermo. A pesar de que hace 10 años que no se habla con él, no duda en emprender un viaje en solitario hasta Wiscosin para verlo por última vez. Poco después, se embarcó en Mulholland Drive, una película que, en un principio, había presentado como serie de televisión. Se filmó un episodio piloto y luego la cadena ABC la canceló. Pero el material fue remodelado como largometraje por la compañía francesa StudioCanal. Un drama de misterio que ha sido votado como la mejor película del siglo XXI. A partir de ahí se fue alejando de los largometrajes y sólo aceptó algunos papeles en otros trabajos, entre los que destacar su papel como el legendario director John Ford en la película de Steven Spielberg Los Fabelman (The Fabelmans, 2022).
Podríamos estar horas, días hablando de un hombre que nos mostró todo un mundo personal en su cine. Se ha ido un grande. Se ha ido el cineasta, el pintor, el actor ocasional, escritor, diseñador y músico, autor de una gran obra y una estética tildada con el término “Lynchian”, que describe una estética con tendencias surrealistas, oníricas e inquietantes. Se ha ido el maestro y un gran director.
El camino de los sueños (Mulholland Drive, 2001), por Juan Blanco
Imperio – INLAND EMPIRE (2006), por Emiliano Fernández
David Lynch – The Art Life (2016), por Francisco Nieto
Dossier David Lynch: Entre terciopelos azules y cortinas rojas, por Juan Blanco