Por Pablo E. Arahuete
Si en su ópera prima, Caja negra, Luis Ortega apostaba a un relato minimalista como una suerte de proclama anti-argumental, Monobloc parece cargar las tintas sobre el concepto de realismo. Aunque esta clausura de la realidad llevaría implícita la sensación de que los personajes intervinientes en la trama podrían ser como espectros suspendidos en el tiempo y el espacio, en el universo de Monobloc lo corpóreo ocupa el centro y el espacio claustrofóbico, asfixiante y “lyncheano” no hace otra cosa que reafirmar su existencia: el cuerpo pesa, se deteriora, se agrede y autodestruye en un continuo transcurrir donde nada cambia.
También era el cuerpo uno de los nexos de Caja negra pero que estaba siempre sujeto al contraste. Al rostro diáfano de la joven Dolores Fonzi se le superponían los surcos y la tersura apergaminada de la abuela cuando no la desvencijada contextura del padre. Aquí no operan los opuestos como rasgo distintivo, sino la disfuncionalidad del organismo como único vínculo entre los personajes y una relación enfermiza que por momentos parece simbiótica entre Perla (Graciela Borges) y Nena (Carolina Fal). Igual que en su film anterior, Ortega construye un triángulo -no precisamente amoroso- donde el tercero en discordia altera el orden de lo establecido y supone cierta predisposición a la novedad. Eso es, en apariencia, lo que moviliza a la Madrina (Rita Cortese), quien ocupa el departamento de enfrente pero que, pese a sus intentos de diferenciarse con su falso optimismo, no puede huir del estancamiento y el hastío. Hastío que, podría sospecharse siguiendo la lógica del título, se deba a una omnipresencia del elemento urbano o quizás a un encierro por falta de aire libre.
Sin embargo, lo que está en juego acá obedece al orden existencial y la manifiesta renuncia al realismo (prevalece un sonido chillón de fondo) explora el difuso terreno de lo mental como el espacio donde transcurre el film. Así como la mente domina la percepción de la realidad y crea un mundo paralelo y fronterizo del que conocemos, también facilita la transición a lo onírico. Esa atmósfera onírica atraviesa a los personajes de Monobloc y los sumerge en un estado de extrañamiento y ajenidad que aniquila cualquier mecanismo de identificación con el público. Y si quedaran vestigios de naturalidad en algunos personajes, la capa de diálogos triviales (mérito absoluto de su guionista Carolina Fal) termina por sepultarlos.
El plano mental y el onírico se desplazan en este mundo femenino pero eso no quiere decir que este film privilegie una mirada femenina sobre otra masculina, aunque sea notoria la ausencia de hombres. Perla y Nena, madre e hija se retroalimentan de resentimiento y frustraciones en un ambiente poco iluminado que las va absorbiendo. Nena arrastra una renguera que la ha relegado de su sueño de patinar y cuida a su madre enferma, quien acaba de perder su trabajo como muñeco en un parque de diversiones. El “Soñar Parc” -alusión directa al film de Leonardo Favio Soñar, soñar– es un lugar desolado donde reina la quietud. Quietud que se filtra como la poca luz en los interiores; en los cuerpos impávidos que buscan infructuosamente salir del encierro.
Luis Ortega demuestra con su segundo opus un cine poco convencional, problematizador, y de búsqueda personal que descree de las historias infalibles y da rienda suelta al espectador ávido de nuevas experiencias.
Título: Monobloc.
Título original: Idem.
Dirección: Luis Ortega.
Intérpretes: Graciela Borges, Rita Cortese, Carolina Fal y Evangelina Salazar.
Género: Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 83 minutos.
Origen: Argentina.
Año de realización: 2005.
Distribuidora: Primer Plano Film Group.
Fecha de estreno: 19/10/2006.
Puntaje: 8 (ocho)