Por Pablo Arahuete
La mezcla de géneros y una visión y estilo muy personales para narrar una fábula truculenta en un escenario rural son las piezas que encajan perfecto en el rompecabezas que propone el nuevo opus de Javier Diment (en el centro de la foto BAFICI18), El eslabón podrido. De esas particularidades, reflexiones y respuestas honestas se constituye esta jugosa entrevista exclusiva.
Pablo Arahuete: – Finalmente llega el estreno del film a salas comerciales ¿Qué aprendiste a lo largo del recorrido festivalero en relación a la repercusión con el público y las estrategias para hacerte conocido?
Javier Diment: – Uh, dejáme pensar un poco… En relación a la repercusión con el público… que no es una película muy neutra que digamos. Tiene excelente respuesta (de hecho ganamos el premio del público en el festival de Sitges, además de otros a mejor película en otros festivales), pero también es polémica. Igualmente no es algo que me sorprenda, es lógico que así sea, es una película fuerte y creo yo que arriesgada. Me da curiosidad cuál va a ser la respuesta acá. Afuera fue muy buena, acá cuesta más. Los críticos “estrella” ni se interesan por verla, los festivales la tienen en cuenta pero hasta ahí nomás (ni el Bafici ni Mar del Plata la quisieron tener en ninguna de sus muchas competencias), pero a su vez la gente que fue a verla salió muy entusiasmada. Siempre es un misterio. Lo de las estrategias para hacerme conocido… la verdad es que no tengo. Hago lo que puedo para que le den bola a la película, pero lo normalito nomás: tratar de dar respuestas medianamente interesantes en las entrevistas, ponele… esas cosas… (aunque acá claramente no lo esté logrando…) pero no me va mucho hacer movidas para figurar demasiado, o esas cosas para hacerme conocido. No me dan ganas de ser conocido. Estamos tratando de meter algunos segundos de publicidad en horarios marginales de algún canal fuerte de tv por canje, por ejemplo… Un poco avergonzado, te tengo que confesar que aprendí poco y no tengo estrategias para hacerme conocido.
P.E.A.: – Si nos retrotraemos a La memoria del muerto la idea de venganza es algo que está latente pero también el drama psicológico, dinámica que se repite en El eslabón podrido. ¿Qué representan para vos estos dos elementos y cómo se insertan en tus historias?
Javier Diment: – La venganza es una de las motivaciones más potentes para los personajes de ficciones violentas, acción, thriller, horror, esas cosas. Es un gran empujón para la atención del espectador, una fuente de identificación poderosísima. Pero yo tengo un problema ético con el tipo de identificación que propone la venganza, porque no estoy de acuerdo. Puedo disfrutar de ver El vengador anónimo como cuando tenía 10 años, pero a la vez soy consciente de que ideológicamente es una inmundicia. Por eso cuando me toca a mí hacer una ficción, la venganza es una temática que se me impone, pero el tratamiento que intento darle tiene que estar corrido del habitual, que suele ser: te identifico con el tipo al que le hicieron algo horrible, así su venganza es tu catarsis. Prefiero que entiendas esa venganza pero no te cierre. En El eslabón podrido eso es muy evidente. Y el drama psicológico es un componente esencial para mí. A mí me interesan más los personajes que las tramas. Una trama no extremadamente brillante, con unos personajes con mucha vida me interesa mucho más que una trama brillante con estereotipos sin volumen ni sorpresa. Por lo que de modo natural también aplico esto a lo que hago. Trato de equilibrar la trama, la vitalidad de los personajes, el efecto “adrenalítico” en el público, porque hago en buena medida cosas que imagino que me gustaría ver y no se hacen, salvo que lo haga yo. Por lo que de modo natural apelo a los géneros. Al terror, a la violencia, al erotismo, al drama psicológico. Por otro lado, sin drama psicológico los actores no tienen demasiado para hacer en una película, y me gusta mucho ver actuar a los actores, y hacerlos actuar. Muchas veces escribiendo una escena la corrijo porque pienso: mmm… está pobre para que la agarre Ziembrowski, por ejemplo, o Marilú Marini, y la descosa. Pongámosle alguna cosa que nos permita jugar con ellos y desplegar actuación, además de efecto e información.
P.E.A.: – ¿Cómo convive el gore puro con un drama intimista en relación a tu visión particular de esa historia de El eslabón podrido?
Javier Diment: – Conviven perfectamente, la verdad. En parte tiene que ver con lo que decía antes. Y en parte porque me gusta mucho cruzar géneros, y el melodrama y el terror son buenísimos para cruzar. El melodrama en general además, es un género que me encanta en sí, pero más que nada cuando lo cruzan con otras cosas. El Buñuel mexicano, el Fassbinder del melodrama político y erótico, el Almodóvar de la comedia melodramática, por poner unos ejemplos, me gustan mucho, me resultan muy estimulantes.
P.E.A.: – El jurado que los premió hace unas semanas en Bilbao entre los considerandos utilizó la frase “fábula rural”, ¿siempre tuviste esa noción tratándose de un cuento como estructura y pilar, o eso nació luego?
Javier Diment: – Siempre lo pensé así. De hecho, por inseguridad, le di en cierto momento más cantidad de tiempo a las subtramas, “novelizándolo” un poco, es decir, corriéndolo de la estructura cuento, o fábula. Y no me funcionó, y volví a la idea original de hacer un cuento, una trama sin mucho desarrollo de subtramas, que me permitiera poner toda la leña en la intimidad cotidiana de los personajes principales, para que lo que haya de información se vaya desprendiendo de ahí, como quien no quiere la cosa.
P.E.A.: – ¿Qué define, según tu criterio y sensibilidad, una puesta en escena cargada de truculencia desde lo visual?
Javier Diment: – La truculencia es un recurso más. No creo que sea muy distinto un relato que apele a la truculencia que uno que apele a la intelectualización extrema, o a la sentimentalización. En ese punto, no me parece que haya diferencias de fondo entre un Darío Argento y un Franco Zefirelli. Son autores que apelan a ciertos recursos y los exprimen hasta sus útimas consecuencias para contar los cuentos que les divierte contar. Una vez que entrás en uno de estos sistemas de recursos, por ejemplo el de la truculencia (que a mí como espectador me encanta), hay muchas maneras de ponerlo en juego. Por ejemplo, en La memoria del muerto estaba más en primer plano, era más bipolar, por decirle de algún modo. Estaban casi al mismo plano los dramas psicológicos de los personajes (en sus apariciones personales puntuales), que la truculencia, el gore. Y la estética era más, por decirlo de algún modo, límpida (si bien sanguinolenta, claro), más pura, aislada del entorno, con colores súper plenos y vibrantes, más de espectáculo, digamos. (OJO QUE VIENE SPOILER) En ésta el primer plano es de los personajes, y la truculencia es la que les corresponde a ellos, más que la que yo le imprimo. Y el resultado se ve en que es más barroso todo, y en ese punto más barroco, pero cuando la violencia irrumpe es más simple, directa, es una respuesta (errónea) de una mente que no es capaz de ver matices, por lo que hay una especie de cambio de punto de vista, lo cual afecta a la estética de ese tramo truculento. (FIN SPOILER)
Igual, la truculencia no es sólo derivada del gore. Hay truculencia en las relaciones entre los personajes, pero eso es también porque una de las cosas que me interesa de hacer una película, es mostrar una foto de una gente inscripta en una época y en un lugar. Y la gente es truculenta. Aunque no lo quieran ver. Sobre todo en los lugares más aislados, menos culturizados, donde la ley está en manos de ellos mismos (no sólo hablo de la ley en términos judiciales o policíacos, sino sobre todo en términos morales). Eso, visto con el punto de vista de la moral media citadina, es truculento. Es truculento para uno que un señor se “garche” a su oveja. Pero para el señor que se pasa aislado y solo durante todo el invierno porque no tiene medios, y solo lo acompañan sus animales, no lo es tanto. Las endogamias también se ven de otro modo. Y me interesa entrar en esos modos de ver las cosas, más que acercarme con el mío propio, es decir: en vez de juzgar.
P.E.A.: – ¿Qué le falta al cine de género argentino todavía para acomodarse en el panorama mundial teniendo en cuenta la originalidad de las historias?
Javier Diment: – Podríamos decir, leyendo tu pregunta, que pensás que al cine de género argentino le falta originalidad en las historias para acomodarse en el panorama mundial. No estoy seguro de estar de acuerdo con vos, puede ser, pero la verdad es que no estoy seguro. El asunto es que el cine de género de presupuesto medio y bajo (que es el que nos involucraría), está creciendo muchísimo en el mundo. De la mano de los festivales de cine de género, de las páginas web, los críticos especializados, los programadores que encuentran ahí un material siempre estimulante. Y porque empieza a requerirse ese material en una industria, donde los valores son mucho menores que en la industria más estáblishment, pero existe, hay agentes de ventas, distribuidores, canales de tv, plataformas online, interesados en comprar estos materiales. Por lo que aquello que arrancó más como bardo, como reacción gritona adolescente, está encaminándose hacia otro orden, más cuidado en la estética, en los dispositivos narrativos, en las historias, en cuidar de no repetir fórmulas, o por lo menos repetirlas del modo más personal posible. Esa evolución también nos tiene a los argentinos como parte activa. El cine de género argentino está creciendo muchísimo, no sólo en cantidad de espectadores y directores, sino también en edad, está madurando digamos, o está por lo menos permitiendo que hayan películas más maduras en su entorno. Y como yo soy más viejo que la mayoría de los que hacen cine de género acá, me gusta que eso suceda, porque el repetir esquemas adolescentes (como narrador o como espectador), me empezó a aburrir hace rato.