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sábado, 27 abril 2024
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King Kong: El retorno del Rey… por dos

Por Juan Blanco

-Este no es sólo un cuento de aventuras…-”, dice un personaje en una escena clave de King Kong. Se refiere a “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, libro que dicho personaje había venido leyendo durante parte del relato; pero claro, en realidad la referencia es extra-cinematográfica y la hace Peter Jackson sobre su propia obra para darnos cuenta de que su nueva película trasciende discursivamente el artificio del género en el que, teóricamente, habría inscripto Conrad su epopeya. Y lo hace por sobre todas las cosas a nivel emocional.

Hay algo que hoy es seguro: después de El Señor de los Anillos, Peter Jackson nunca volverá a tener “mal gusto”, padecer de “muerte cerebral” ni se lo verá en compañía de “criaturas celestiales” en el marco del cine independiente neozelandés, por más que el imperio consolidado a partir de la saga del anillo, que incluye al estudio de efectos visuales Weta, aún le de a este director suficiente autonomía como para considerarlo un semi-independiente. En los años por venir, a Jackson no le aguardará otra cosa que cine a gran escala, tanto tecnológica, anecdótica o narrativamente. Y la prueba viva de ello es su más reciente megaproyecto: ni más ni menos que la imponente y extraordinaria remake de King Kong, el clásico de 1933. Una película tan grande como el simio que la protagoniza y a la vez como el artista que la dirige. El retorno del Rey por dos; vuelven Jackson (el Rey contemporáneo y absoluto del cine –no sólo- de aventuras) y Kong (el Rey de aquella selva prehistórica por los años de la gran depresión norteamericana).

Hasta el momento King Kong era la historia del descubrimiento de un simio gigante en una isla remota, de su captura y posterior asesinato en Nueva York tras la masiva destrucción perpetrada por el animal en un fallido cautiverio. Hoy, de la mano maestra de Jackson, el clásico es mucho más que un cuento de aventuras y que una película catástrofe con monstruos gigantes que destruyen cosas. La versión de Peter Jackson es por sobre todo una incondicional historia de amor; el mítico romance entre la bella (en este caso una hermosísima actriz desempleada) y la bestia (un gorila de más de diez metros de altura). Pero King Kong versión milenio también es una celebración y reflexión sobre el proceso creativo del cine (y de sus diferencias con el teatro), una crítica mordaz sobre la burocracia cinematográfica, al tiempo una mirada tristemente nostálgica sobre la gran depresión norteamericana de los 30 y en última instancia una condena moral hacia el hombre y su capacidad destructiva en directa proporción con su naturaleza marcada por el belicismo y la ambición.

La historia, en efecto, se repite con todos los elementos de la original, pero hoy se renueva casi por completo y alcanza un nivel emocional nunca antes visto. Está el equipo de cineastas (que incluye a un soberbio Jack Black como el excéntrico director Carl Denham y a un galante Adrien Brody como el guionista Jack Driscoll) junto al grupo de marinos aventureros en busca de la isla Calavera, el ecosistema prehistórico, la tribu aborigen adoradora del gran simio y la hermosa rubia Anne Darrow (una inmejorable Naomi Watts) que enamorará a éste último y más tarde lo llevará a la muerte en las alturas del Empire State. Todo parece igual, pero es distinto. Aquello que alguna vez fuera un vehículo para emociones puramente físicas, ligadas con la adrenalina que emana de la aventura y el frenesí de la acción, ahora es algo completamente trascendental a lo meramente coreográfico.

Jackson dotó a sus personajes, sobre todo a Kong (Andy “Gollum” Serkis magnífico de nuevo y al servicio del gorila), con una humanidad que sobrepasa el artificio ostensible del cual la película hace gala durante más de tres horas. Los efectos especiales son muchos, en su gran mayoría excepcionales, y las instancias de acción física también; pero Jackson va incluso más allá de los tantos desbordes tecnológicos priorizando la tantas historias que involucran a sus criaturas emocionalmente entre si. Incluso, los mayores aciertos de King Kong tienen que ver justamente con las emociones en relación con la inevitabilidad de la tragedia y nuestro conocimiento previo sobre la misma. El momento más fuerte que ilustra esta idea es la imagen en que vemos a Kong sosteniendo a Anne en las alturas de Empire State mientras aparecen, allá a lo lejos sobre el horizonte color naranja, los aviones que –sabemos- momentos más tarde marcarán el fin de la odisea. Un plano que deja, literalmente, sin aliento.

Si hay algo peor que presenciar la muerte de Kong es esperar el momento que ha de llegar tan certeramente. Y la conciencia del realizador sobre esta anticipación le imprime a su película una carga emotiva increíble. A lo largo del relato subyace esta idea de que todos los personajes viajan rumbo a un destino marcado, como si algo más grande y fuerte que todos ellos los aguardara de manera inevitable. Y Jackson, a través de un sinfín de prodigiosos procesos estéticos (que van desde la fotografía, la música y el propio tono del relato), nos explica que eso tan fuerte y grande es el cine mismo y la tradición del clásico. Para cuando nosotros, desde la butaca, reparamos en este recurso, ya estamos absorbidos por una de las mayores obras que haya brindado el séptimo arte en años. Bajo las armas del mismísimo Jackson (es uno de los pilotos que tirotean a Kong) este año el magno mono morirá de nuevo, pero luego de haber vivido como nunca.

Título: King Kong.
Título Original: Idem.
Dirección: Peter Jackson.
Intérpretes: Naomi Watts, Adrien Brody, Jack Black, Thomas Kretschmann, Jamie Bell, Lobo Chan, Kyle Chandler, Colin Hanks, Evan Parke y Andy Serkis.
Género: Remake, Acción, Aventura, Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 187 minutos.
Origen: EE.UU./ Nueva Zelanda / Alemania.
Año de realización: 2005.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 15/12/2005.

Puntaje: 9 (nueve)

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