A pocos días de terminar un nuevo año, qué mejor despedida del 2017 con una semblanza amplia de lo que dejó el 18 Buenos Aires Rojo Sangre. Nuestro colaborador Juan Samaja tuvo asistencia perfecta y en este informe te cuenta su nueva experiencia en el mundillo del terror, lo bizarro donde nuestro cine siempre deja que hablar.
Por Juan Alfonso Samaja
El 10 de Diciembre finalizó el 18o encuentro del Festival Buenos Rojos Sangre, espacio de reunión ya consagrado en nuestro país entre los amantes del cine de género. Como todos los años ha contado con la visita de realizadores internacionales (Mike Harris), talleres, workshop y conferencias de diverso tipo. En cuanto a las exhibiciones, hemos priorizado como otros años la producción nacional, en particular y latinoamericana en general.
A continuación pasamos revista de los títulos visionados, con algunos comentarios críticos, y como broche de oro de esta cobertura las reflexiones en torno a algunos tópicos del llamado Cine Gore.
Un corto y una quebrada
Historias del fin del mundo (Cortos Argentinos)
El Eternauta (Damián Crescenti: 17’)
El relato presenta una situación post-apocalíptica ya sucedida y pretende mostrarnos el estado de barbarie y desolación de un mundo que ha llegado a su extremo. Puesto que ha omitido toda referencia a las causas del mentado apocalipsis, una descripción más comprometida de la situación penosa de los sobrevivientes. En particular, se siente demasiado la ausencia de evocaciones a la vida cotidiana de los personajes en la etapa pre-apocalipsis, lo cual hubiera permitido establecer trazos más efectivos a las psicologías individuales. La historia tampoco presenta una resolución satisfactoria al conflicto planteado, y el desarrollo se va diluyendo sin gran eficacia visual.
Una guerra (David Paez; 4’)
El relato muestra un futuro distópico en el cual la ausencia de agua ha llevado a una pelea de los sobrevivientes por ese recurso vital (el film lleva impreso el título en inglés -A war-, con el cual propone un juego de palabras queriendo referir a la guerra por el agua, estrategia por demás torpe e innecesaria). La narración se focaliza en la acción de una niña que en un gesto de humanidad se sacrifica para conseguirle agua a otro niño. La premisa, sin ser todo lo potente que ameritaría una propuesta tan escueta, saca poco provecho de la situación dramática nuclear: el sacrificio de la niña por el muchachito sediento. El relato ni presenta un desarrollo básico de la premisa ni establece, en su lugar, un concepto lo suficientemente fuerte como justificar tan corta duración.
La vida es basura (Gonzalo D. Dobal; 18’)
Según la sinopsis de los realizadores, el relato está centrado en el nacimiento de un nuevo súper-héroe surgido del odio y el desprecio de lo más oscuro de la sociedad. Son destacables la fotografía y la musicalización. La narración es poco clara y resulta difícil ubicar a los personajes en el contexto del relato. No me parece acertado desde el punto de vista estratégico del producto mostrar el material en un contexto de presentación de cortos. Un trailer es un cortometraje sólo desde el punto de vista del formato, debido a la duración, pero no es un corto en el sentido narrativo. El trailer es un anticipo de un relato mayor, y como tal no requiere ni la presentación de la premisa, ni mucho menos un desarrollo. Requiere, sí, la claridad suficiente como para plantear con la fuerza necesaria una situación y el conflicto que luego motorizará el relato. Pero ello no termina de ocurrir de un modo eficaz. Se ha puesto mucho énfasis en la estética y bastante menos en la estrategia narrativa para vender la idea.
El días más rosado de la historia (Joaquín Sanchez; 10’)
Dos amigos están mirando la televisión y de repente todo el cielo se tiñe de rosado sin explicación aparente, y las calles quedan misteriosamente vacías. Los dos muchachos quedan aislados e incomunicados en el departamento.
El relato presenta una idea simple y potente, cuyo desconocimiento de los detalles y las causas de lo ocurrido, es el justo y necesario para desarrollar una situación de suspenso que no termina de aprovecharse en toda su potencialidad. El desarrollo del planteo es correcto, aunque hubiera sido preferible enfatizar más el acontecimiento, y desviarse menos en algunas situaciones cómicas que son meramente distractivas. El final queda un poco deslucido y adolece de un golpe de efecto.
Rebelión camino al sur (Martín Paris Fiorda; 18’)
Relato perteneciente a la liturgia del mundo zombie, sin mayores novedades en la temática. Se comete aquí el mismo error estratégico de presentar un trailer en el contexto de un festival de cortos de narración independiente. El relato es simple y está correctamente realizada, pero carece de la contundencia necesaria para generar el deseo de conocer más sobre los acontecimientos.
Competencia Bizarra
La noche del virgen (España. Roberto San Sebastián; 2016)
En una fiesta de fin de año, Nico, un muchacho virgen y poco avispado, es seducido por una mujer madura que lo invita a su casa con la promesa de una noche de lujuria. Pero allí las cosas comienzan a complicarse y a enrarecerse de modo superlativo, hasta que descubre que lo han llevado engañado para un extraño y horrible ritual de violación diabólica, por medio de la cual será preñado él mismo, albergando a la demoníaca criatura.
La idea del film es realmente buena y son muy logradas las actuaciones. El relato peca de una duración excesiva, y con media hora menos hubiera resultado un tanto más efectivo.
Tacuaremboense inmortal (Uruguay. Fabricio Camargo; 2017)
Un grupo de jóvenes es asesinado en extrañas condiciones, luego de invocar a un espíritu que resulta ser el fantasma de Carlos Gardel, que viene a atemorizar a los uruguayos de Tacuarembó que pretenden vivir parásitamente del turismo invocando el nombre del cantor ríoplatense.
El film presenta un tema que se hubiera ajustado mejor a un formato de cortometraje. El tema es interesante, y hay momentos graciosos en el marco de una anécdota que linda con el absurdo desopilante; Sin embargo, la actuación extremadamente deficiente, y una falta de pericia para narrar con medios visuales (todo se deja librado al diálogo), malogra las potencialidades de la propuesta.
Competencia internacional
Los olvidados (Argentina. Luciano y Nicolás Onetti; 2017)
El relato narra la historia de un equipo de filmación que se dirige a la localidad de Epecuén, el pueblo sumergido, para realizar una filmación sobre las ruinas del poblado ahora que las aguas han cedido. En las inmediaciones del pueblo entran en contacto con unos vecinos de la zona que regentean una pulpería semi-abandonada, que será el comienzo del fin de esta historia. Una vez llegados a las ruinas advierten que se han quedado sin combustible por una rotura de la manguera. Allí varados, son atacados por los vecinos del lugar, una familia de sádicos enloquecidos que pretende vengar su desgracia y la indiferencia del resto del país, secuestrando, torturando y matando a quienes pasan por allí. Y así como el agua devoró la vida del pueblo, la familia es ahora la que anega la vida de quienes por allí pasan.
Es excelente la fotografía de los comienzos en donde las ruinas de Epecuén adquieren estatuto de entidad diabólica e impersonal. Es de lamentar que la preponderancia que asume este espacio resulte finalmente excesiva a los efectos de la trama que se impone; y la promesa de una temática centrada en la desgracia “sobrenatural” del pueblo sumergido de Epecuén, muta finalmente a una replicación en exceso convencional de Masacre en Texas. Si bien la premisa pretende conectar Con la historia de la familia de los asesinos Y con la situación marítima que el pueblo ha padecido, la justificación resulta en extremo pobre y forzada, resultando ambos elementos exteriores uno respecto del otro. Hubiese resultado más orgánico emplear un Escenario neutro del cual nada se esperase, en el marco de la consabida premisa de que el mayor de los terrores puede estar ocurriendo allí donde menos se lo espera; el problema de Epecuén es precisamente que de él esperamos demasiado.
La escena de la pulpería regenteada por una brillante Mirta Busnelli, que permiten trazar un cuadro de personajes pintorescos y bizarros con notable economía de recursos, es lo mejor del film. Es de lamentar que el director abandone también esa tesitura del mundo freaks.
Finalmente, resulta un poco arbitraria la presencia del personaje de Gustavo Garzón, cuyo carácter se desdibuja excesivamente por una aparición inoportunamente tardía en el decurso del argumento, y cuya ambigüedad inicial frente a su lugar en los sucesos no ha sido aprovechada con eficacia.
Trauma (Chile. Lucio A. Rojas; 2017)
Cuatro muchachas viajan a una zona rural de Chile y durante la noche son brutalmente atacadas por un hombre y su hijo. Luego toman la decisión de enfrentar a los criminales para salvar a una niña pequeña que los hombres han raptado del pueblo.
Dos grandes puntos de interés queremos destacar de esta producción: 1) la tematización de la dictadura pinochetista, que resulta novedosa como elemento en el género. Es verdad que dicha contextualización está pobremente articulada con el relato, y parece ser más una excusa exterior para explicar la depravación de los criminales. Y en este sentido, se pierde una preciosa oportunidad de profundizar en la complicidad del pueblo y sus autoridades respecto de la situación histórica misma y respecto de la impunidad de los criminales; sobre todo, de insistir en una de las ideas más elementales, puras y efectivas (aunque irónicamente menos explotadas) en la historia cinematográfica del género, a saber: que el terror verdadero somos nosotros y en lo que podemos convertirnos para otros.
2) El otro punto destacado e interesante es el foco de identificación entre víctima y espectador. El hecho de asumir un punto de vista emocional centrado en la víctima y no en el del victimario impide que los episodios de tortura y violación puedan ser vehículo para el goce, transformándolos en vehículo expresivo para develar la barbarie.
La realización es muy buena, y las actuaciones son correctas, aunque por momentos resultan inverosímiles las reacciones de las mujeres dada la crudeza de los acontecimientos. En términos genéricos, tiene más de thriller psicológico que de terror clásico, y quizás el lado más flaco de la película sea precisamente la falta de incertidumbre en torno a los acontecimientos: al espectador sólo le resta esperar que se confirmen cada una de las espantosas situaciones que ocurrirán. Esa capacidad omnisciente por anticipar el devenir es el principal obstáculo en el decurso dramático de los eventos.
Si bien la película no presenta al manos de modo explícito un tono moralizante en torno a las mujeres que manifiestan conductas homosexuales, resulta muy llamativo que sean precisamente ellas las que mueren brutalmente en la película, y dos de ellas las que han sido seleccionadas para la violación. La única muchacha heterosexual queda eximida de ambas fatalidades que por algún extraño motivo recae sobre las mujeres homosexuales.
Matar a Dios (España. Pintó & Caye; 2017)
En una cena de fin de año se reúnen dos hermanos con su padre, reciente viudo. Con el correr de las horas escuchan un ruido en el baño y descubren que en la casa se ha metido un indigente. El harapiento sujeto se presenta y les dice que es Dios y que ha venido a pedirles una misión fundamental; que vistas las cosas del mundo como están, se ha decidido por exterminar a la humanidad, pero va a dejar que sobrevivan sólo dos personas, y ellos en esa casa tienen que escribir en un papel quiénes serán estas dos personas. Una vez que Dios se ha dormido, los familiares se confabulan y deciden matarlo para salvar a la humanidad.
La idea es interesante, pero el desarrollo es un poco desparejo; en primer lugar hubiera sido un aporte significativo la presencia de una pareja más que reforzara la polémica entre los hermanos. En segundo lugar, se podría haber jugado más con las miserias humanas que la situación propone así como con la ambigüedad de si se trata o no de Dios. La primera escena, al margen de que está desarticulada con el resto parece tener únicamente la función de mostrarnos que se trata en efecto del creador. Finalmente, peca de un desenlace un poco brusco.
Perra negra (Argentina. Gustavo Postiglione; 2017)
Una mujer, cansada de los ataques a las mujeres, decide tomar riendas en el asunto y transformarse en una vigilante nocturna calzándose un disfraz de Robin, el compañero de un Batman tercermundista y envejecido. Al enterarse de las aventuras de la muchacha el “Batman local” siente que está afectando la imagen que ha querido dejar en su labor de los tiempos ya pasados y concerta una entrevista con ella para poner algunas reglas.
Del director de “El asadito”, aquella propuesta minimalista, genuina y efectiva, llega esta propuesta que aborda el tema del universo del comic en el tercer mundo, como acaso hiciera el film Kryptonita de Nicanor Loreti. Cuesta entender la lógica del relato y hay escenas sin articulación clara con el argumento. Se detiene demasiado en el aspecto policial (el más trivial y menos atractivo) y descuida en cantidad y calidad la confrontación de los superhéroes, que es lo más interesante de la historia. La actuación del héroe anciano es deficiente, en lo artístico, e inverosímil desde el punto de la vista de la cronología propuesta, debería ser bastante más decrépito de lo que se lo muestra.
Mala vida (Argentina. Fernando Diaz y Mad Crampi)
Una estrella pop ha desaparecido sin dejar rastro. Dos ladrones de medio pelo encuentran a la muchacha en el sofá de la casa de jefe de la banda con un bolso repleto de dinero. Creyéndo muerta a la cantante, intentan hacer desaparecer su cuerpo. Mientras todo esto ocurre, una banda de estafadores pretende aprovecharse del notable parecido físico que tiene una muchachita con la cantante, pedir un rescate, cobrar el dinero y darse a la fuga.
Excelente fotografía y música. Tiene una sólida estructura cómica cuya potencialidad no consigue aprovechar. Las historias podrían estar mejor articuladas. Los personajes y la situación más atractiva (la de los asistentes que descubren el aparente cadáver de Heidi, la cantante secuestrada) es la menos se ha desarrollado, centrándose en la línea romántica, que es la menos atractiva.
Competencia Internacional de Cortos
Cara o cruz (Federico Sanchez Samperi; 2016)
Inspirada en la leyenda urbana que rodea la canción “Jijiji” de los Redonditos de Ricota, el relato representa el brutal asesinato de una muchacha y el descubrimiento del cuerpo por parte de sus amigas durante la mañana al regresar de la disco.
Buen montaje paralelo en la secuencia del crimen. Las actuaciones son poco eficaces; el desenlace carece de potencia, y el crimen mismo se presenta desarticulado con el resto de los elementos del film, sobre todo teniendo en cuenta que el rostro del asesino se revela desde la primera escena en el micro que lleva a las muchachas hacia la costa.
La peste (Uruguay. Guillermo Cárbonell; 2017)
Una muchacha ve como las fuerzas policiales entran a su casa para buscar a su anciano padre, y es testigo del asesinato por parte de uno de los policías. Consternada frente al cuerpo del padre, el policía le explica que en realidad ya lo había matado en el geriátrico, pero se niega a morir, y que lo han rastreado hasta esta casa para encerrarlo. La actuación es buena, interesante la idea pero daba para mayor desarrollo.
Onion (Argentina. Juan Pablo Zaramella; 2016)
Una muchacha, novia de un pelafustán, nuevo rico y prepotente, asiste a una clase de meditación para relajarse, con la excusa de que la primera clase es gratis. Sin embargo durante la clase llega a un estado de iluminación imprevisto y adquiere -sin saberlo- el poder de transformar el mundo. Excelente la idea, excelente el desarrollo. Las actuaciones muy cuidadas.
Competencia Iberoamericana
Malvinator (Argentina. Pablo Marini; 2017)
En un distópico Buenos Aires del 2026, habiéndose agotado gran parte de los recursos hídricos y naturales en el mundo, y quedando sólo algunos pocos territorios como último bastión (entre ellos las islas Malvinas), un Macri eternizado en el poder toma la decisión de invadir las islas colonizadas. Malvinator es el agente especial que han enviado para interceptar y destruir una terrible arma que han creado los ingleses para destruir lo que queda de la Argentina.
En comparación con otras producciones anteriores de Pablo Marini vinculadas al género, se advierte en Malvinator un mayor énfasis en la idea o premisa narrativa, que en la estética autoconsciente de otras producciones de bajo presupuestos que hemos conocido, propias y ajenas al director: Goretech; Los Superbonaerenses; Dos locos en Mar del Plata y Masacre Marcial. En todas esas producciones se advierte una decisión estratégica de exhibir su condición de producción de bajo presupuesto, y hasta cierto carácter amateur de la propuesta, que no sólo se materializa en lo casero de ciertos efectos, sino en interrupciones de la diégesis con interpelaciones a cámara y complicidad interna con el público iniciado.
Si bien este giro ya se había manifestado en su anterior producción (Grasa; 2015), en el film que nos ocupar encontramos una forma más acabada de este proceso, que no sólo es resultado de una factura técnica más cuidada probablemente a costas de un presupuesto de mayor envergadura, sino a la personalidad de su realizador; se aprecia un relato más sólido y maduro, una orquestación fílmica mejor encauzada y sostenida por un actor de gran eficacia en este género, como es Vic Cicuta.
Por otra parte, resulta sintomático de este mismo proceso el hecho de que haya disminuido (aunque sin desaparecer del todo) aquel elemento paradiegético, que tanto se expresa en una comunicación cuasi-personal con el público presente (por medio de guiños y alusiones de complicidad hacia una platea de concurrentes que puede no diferir del reparto de actores que participan de la película), como en una participación muy activa por parte del público, la cual se expresa en comentarios y “notas al pie” que anclan el sentido cómico de una situación que aislada de dicha performance no resultaría tan eficazmente graciosa. La mencionada disminución de este factor que hace depender la comicidad mayormente de la recepción que del producto en sí, lleva a que en este film los elementos de comicidad dependan en grado superlativo de los elementos internos de la narración, resultando de ello un fenómeno de mayor autonomía cinematográfica. Hemos dicho que este factor disminuye considerablemente, pero no ha desaparecido, pues el prolegómeno de las marchas patrias que lleva al público iniciado a entonar las canciones, se presenta en el evento como la liturgia vital y necesaria para entrar en la lógica de ese estado exultante que el film requiere para su disfrute: la cohesión de una comunidad de seguidores).
Deseo deseo (México. Eduardo M. Clorio; 2017)
Basado en la idea ya conocida del Jumanji, el juego que no es un juego, y que lleva al terreno de lo real lo que se propone en el ámbito de lo puramente lúdico, este relato presenta la historia de unos primos que llegan a la casa de la abuela ya fallecida para vaciar la casa que se ha vendido. En tales circunstancias encuentran un extraño juego en donde hay que pedir hasta 3 deseos, cada deseo se cumplirá si se paga el precio que el juego pide, pero de no pagarse el precio se sigue un castigo espantoso. Los muchachos empiezan a darse cuenta de que el extraño juego se torna ominosamente descriptivo de lo que empieza a ocurrir respecto de los deseos, los pagos y los castigos por no pagar, lo cual llevará a una escalada de deseos que los comprometerá cada vez más hasta que se autodestruyan.
La premisa seminal del film puede expresarse en la máxima “cuidado con aquello que deseas”, y se relaciona con la fatalidad que persigue a quienes tienen la extraña oportunidad de solicitar deseos a entidades demoníacas. La idea si bien es potente, no resulta por completo novedosa, vale recordar aquí la excelente producción argentina “Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo” (Mariano Cohn; 2011), y la muy floja producción norteamericana “Al diablo con el diablo” (Bedazzled; 2000). Sin embargo, y a pesar de no constituir la premisa una innovación en toda su ley, la recreación en un marco genérico como el Terror, otorga cierta frescura a la narración.
Lamentablemente la película no llega a la altura de su propuesta, siendo su principal defecto que la película resulta aniquilada por la potencia de su propia premisa, a la que no ha sabido dosificar y desarrollar de un modo eficiente. Presentada la situación la película no tiene más que ofrecernos, y sólo resta esperar que se materialicen todos y cada uno uno de los desenlaces que el juego ha mencionado en las primeras escenas.
Novedades
Mayhem (EE.UU. Joel Lynch; 2017)
Un virus artificial produce la desinhibición de los individuos, y la caída de toda barrera y represión de las conductas, lo cual provoca una serie de desmanes. El gobierno ha decidido poner en cuarentena los espacios en los que descubre la contaminación. En este caso, un buffet de abogados de alta gama. A nuestro protagonista le hacen una cama y pretenden echarle la culpa de una estafa que no le corresponde, lo cual llevará a un despido con pérdida de su matrícula. En su peripecia para hablar con los jefes máximos, el edificio es puesto en cuarentena y todos los que allí están comienzan a padecer los síntomas del nefasto virus.
Potente premisa y muy buen desarrollo. El final un poco previsible. Falta condimento sexual y se podrían aprovechado mejor los personajes secundarios.
-El Gore y su estatuto genérico-
Una de las características más notables de ese conjunto de films se vienen produciendo desde hace por lo menos 30 años, denominados slasher, splatter, gore, etcétera, es la explicitación y exaltación de una violencia que se expresa fundamentalmente en la concepción analítica del acto criminal, es decir, exhibiendo cada uno de los momentos que constituyen el episodio sangriento; desde la tortura, violación y mutilación hasta el asesinato. Es, desde todo punto de vista, una exhibición obscena de los cuerpos; y es a través de esta característica, que podemos denominar como obscenidad analítica de la corporeidad (exhibición de los cuerpos, violentados, penetrados, cortados, etc.) que se conforma una comunidad especial entre la pornografía cinematográfica y estas nuevas vertientes vinculadas de modo equívoco con el cine de terror, como trataremos de justificar.
Es verdad que tiene en común con el llamado cine de terror, la referencia a lo truculento, y los golpes de efecto (visuales y sonoros), así como la eventual presencia de lo que denomina genéricamente “monstruos” o seres demoníacos. Pero del mismo modo que la iconografía y/o los motivos de un western (caballos, pistolas, sombreros, el escenario del viejo oeste incluso) sacados de contexto no resultan suficientes para definir el estatuto genérico de una narración, la mostración de sangre, situaciones violentas, y golpes de efecto de una película (aspectos puramente enunciativos) no alcanzan para justificar su participación en la estructura narrativa. Si nos remitimos a algunos estudiosos célebres del género, como Todorov, resulta que es indispensable el desconocimiento y la conservación de la incertidumbre en torno a las causas que provocan el fenómeno violento, de modo tal que el relato debe abundar en torno a los efectos, pero carecer de explicación en torno a las causas. De manera tal que la intención formal del cine de terror, orientada a provocar miedo y terror a un receptor, parecería requerir como condición básica una ausencia de conocimiento fundamental. En efecto, somos la única especie viviente que se angustia y sufre frente ante la nada.
Otra característica clásica del género, y probablemente vital para la generación del efecto-terror, es la angustiosa situación de un espectador puesto en lugar de la víctima. Si en el cine clásico en general la identificación primaria con el héroe resulta fundamental para que el espectador, no sólo comulgue con los valores representados, sino además sufra la lesión de dichos valores, en el cine de terror ha sido una invariante la identificación con la víctima, que permite al espectador vivir con el máximo realismo una situación violenta. Dicho de manera simple, en el terror clásico las cosas parecen funcionar como deben porque la enunciación del film está diseñada de modo tal que el espectador se identifica con la víctima, por quién sufre por anticipado y durante las situaciones de terror. Y es aquí, precisamente, donde -a mi juicio- estas producciones recientes se alejan en mayor grado de la intención formal del género. La característica eminente de estos films, no es sólo la explicitación de la sangre, y de los ataques, o en todo caso no es ése el aspecto más significativo según entiendo, sino el desplazamiento que se da desde la clásica identificación con la víctima que padece el terror, a la contemporánea identificación con el victimario que lo produce. Este sadismo, por medio del cual, el victimario como el espectador gozan de un mismo cuerpo, es -a mi juicio- el aspecto más problemático para defender el estatuto genérico. Habría que indagar si el público afecto a estas producciones siente en efecto “terror” o miedo, o más bien un goce morboso. En este sentido, las nuevas complicidades enunciativas, pueden ser leídas no tanto como genuinos episodios de experimentación del terror, sino como episodios “bulling”, en donde el victimario y el espectador disfrutan sádicamente del sufrimiento del débil.