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martes, 18 noviembre 2025
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Crónicas de la 58ª edición del Festival Internacional de Sitges: Día 2

Por Joan Segovia, corresponsal en España

Sitges 2025 – Día 2: Entre tumbas y huesos rotos

El segundo día amaneció irreconocible. Después de la tormenta apocalíptica del jueves, el cielo decidió redimirse y se vistió de un azul descarado. El calor volvió como si el festival hubiera convocado al mismísimo verano. Las calles se llenaron de gente con gafas de sol y chaquetas en las manos. Por fin, las paraditas de merchandising estaban abiertas al cien por cien: montones de camisetas, pósters, DVD y Blu-rays de todas las rarezas posibles, gente revolviendo cajas y cazando ediciones limitadas. Sitges en modo completo.

Por falta de tiempo, y porque algunas sesiones se solapaban entre sí en distintas salas, no pude ver todo lo que me llamaba la atención. Pero voy a mencionarlas igual, por si alguien quiere echarles un ojo. The Infinite Husk, de Aaron Silverstein, es de esas rarezas que dividen al público: mezcla de ciencia ficción y horror existencial, donde un alienígena se cuela en el cuerpo de una mujer afroamericana en Los Ángeles y el resultado parece más hipnótico que coherente. Vieja Loca, de Martín Mauregui y con Carmen Maura al frente, juega con el terror doméstico y la locura cotidiana, algo así como ¿Qué pasó con Baby Jane? en un piso madrileño. La hermanastra fea, estrenada en Argentina el pasado jueves, retuerce el cuento de Cenicienta en clave grotesca, entre cirugías imposibles y trauma estético; The Home, lo nuevo de James DeMonaco (creador de la saga de La Purga) lleva el terror a un asilo donde nada es tan inocente como parece; Slanted, dirigida por Amy Wang, mezcla body horror con crítica social y cirugía étnica, aunque luego oí que se queda en tierra de nadie y se parece más a una película de Disney Channel; y Memory Hotel, de Heinrich Sabl, promete animación stop-motion preciosa y ritmo de pausado, para los que disfrutan perderse en lo simbólico.

Dead lover, segundo largometraje de Grace Glowicki luego de Tito (2019), arranca bien pero se desinfla rápido

Con ese panorama de fondo, mi día arrancó a media mañana con Dead Lover, una comedia negra canadiense dirigida, escrita y protagonizada por Grace Glowicki. La idea es buena: una sepulturera que, incapaz de superar la muerte de su amado, decide resucitarlo. Hasta ahí, un homenaje divertido y retorcido a Frankenstein. Durante la primera hora, la película tiene su gracia, un humor absurdo y un punto de romanticismo mórbido que se deja ver si eres permisivo con sus fallos. El problema llega después. La producción es mínima: tres actores que se disfrazan para hacer todos los papeles, decorados de cartón piedra y una puesta en escena que parece más de teatro escolar que de festival internacional. Cuando el chiste se alarga más de la cuenta, el encanto se evapora. La última media hora es una cuesta arriba interminable, lenta, predecible y sin chispa. Una lástima, porque la idea tenía potencial, pero se desinfla con el paso de los minutos.

La súper acción llegó de la mano de Kenji Tanigaki en The Furious, una propuesta tan intensa como creativa.

Por la tarde cambié de registro con The Furious (Huo zhe yan, 2025), y ahí sí que el festival me dio lo que venía buscando. Una película de acción con todas las letras, llena de combates coreografiados y una energía que no afloja. Dirigida por Kenji Tanigaki, es una explosión de kung fu moderno con ecos del cine clásico de Jackie Chan: cada pelea aprovecha el escenario como si fuera un personaje más. Mesas, barandillas, farolas e incluso bicicletas, cualquier objeto sirve para romper huesos. Hay sangre, sudor y ritmo. Pero lo mejor es que no se limita a copiar fórmulas: las coreografías son creativas, sorprendentes, y el resultado tiene un punto de brutalidad divertida que hacía tiempo no veía en el género. Me recordó mucho a SPL2 (2015), tanto por su pulso físico como por la sensación de estar viendo algo vivo, directo, sin concesiones.

Con el sol cayendo sobre la playa y las calles otra vez llenas de gente, el ambiente del festival empezaba a estabilizarse. Sin apagones ni chaparrones, con el bullicio de las colas, las risas en los bares y los fans cargando bolsas de Blu-rays de films asiáticos y de serie B, Sitges recuperaba su cara más amable. Un día de contrastes: de las tumbas de Dead Lover a los puñetazos de The Furious, del cartón piedra al acero. El festival, ahora sí, había encontrado su ritmo.

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