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lunes, 29 abril 2024
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El cazador de Wolf Creek: Al infierno sin escalas

Hace unos treinta años dos creadores de fuste como Peter Weir y Bruce Beresford atrajeron la mirada del mundo sobre la cinematografía australiana con dos films tan recordados como La última ola y La fiesta de Don. Era el comienzo de una movida artística que nos depararía varias experiencias límite por la alucinante incorporación de unos paisajes de extraña sugestión al clásico relato de suspenso o de acción. A los adelantados Weir y Beresford les siguieron otros realizadores de, quizás, menor renombre pero que hicieron su aporte a la industria antes de emigrar en muchos casos a los Estados Unidos. La lista es interminable pero basta con nombrar a George Miller (la saga Mad Max), Richard Franklin (Patrick), Gillian Armstrong (Mrs. Soffel), Brian Trenchard-Smith (Los bicivoladores), Russell Mulcahy (Razorback), Simon Wincer (Arlequín), Paul Cox (Mi primera esposa) o Colin Eggleston (Fin de semana mortal) para empezar a comprender el alcance de esta talentosa camada de cineastas (aunque no todos ellos, valga la aclaración, nacieron en Oceanía). Greg McLean, quien debuta en el largometraje con El cazador de Wolf Creek, puede ser considerado un digno sucesor de los primeros trabajos de Weir, Mulcahy o Eggleston, en los cuales algunos parajes aislados e indómitos sirvieron de adecuado marco para generar climas de tensión prácticamente insuperables hasta el día de hoy.

Tras la falsa apariencia de una película de terror al uso, El cazador de Wolf Creek se revela como una feroz metáfora sobre el primitivismo del hombre que se siente compelido a tomar lo que quiere o necesita sin ningún tipo de planteo moral mediante la violencia más descarnada. La idea surge de las enigmáticas desapariciones de turistas en las inmediaciones de un inmenso cráter que, de acuerdo al folklore, se formó allí con el aterrizaje de un OVNI (por eso su forma circular, siempre según la frondosa imaginación popular) en décadas lejanas. Greg McLean, también guionista, se preguntó qué o quién podría ser responsable de tan inexplicables sucesos y como consecuencia nació el siniestro personaje del título nacional (demasiado explícito para mi gusto).

Para los que analizan una historia a partir de la estructura narrativa de su guión y de la denominada curva dramática, el film escapa bastante al modelo tradicional. La

presentación de los personajes se extiende más allá de lo debido, aunque se agradece el cuidado con el que fueron desarrollados y, especialmente, lo bien escogidos que están los actores. No hay aquí adolescentes estúpidos ni descarriados, sino simples personas metidas en graves problemas. Por ende nos preocupamos por su suerte de una manera casi inédita para el género. Es verdad que las escenas de terror más dramáticas acontecen muy avanzada la proyección (en ese sentido Wolf Creek me recuerda a la británica El descenso), pero como McLean ha sabido involucrarnos en su narración desde el vamos, ese desequilibrio no molesta en nada. Finalmente, es genial como va alternando el director el punto de vista del relato en el tercer acto de la película. Lo imprevisible que resulta el guión en ese clímax espeluznante colma todas las expectativas del fanático del terror más exigente. ¿Qué mejor halago se le puede hacer?

Título: El cazador de Wolf Creek.
Título Original: Wolf Creek.
Dirección: Greg McLean.
Intérpretes: John Jarratt, Cassandra Magrath, Kestie Morassi, Nathan Phillips, Guy O’Donnell, Andy McPhee y Geoff Revell.
Género: Horror.
Clasificación: Apta para mayores de 16 años.
Duración: 99 minutos.
Origen: Australia.
Año de realización: 2005.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 18/01/2007.

Puntaje: 7 (siete)

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