Por Omar Tubio
Cuando las nuevas ideas no abundan siempre es redituable exprimir al máximo las que ya funcionaron en su momento. El exorcista (1973) de William Friedkin fue no sólo un éxito de taquilla, sino que estableció un parámetro en su género que jamás ha sido superado. 
Semejante fenómeno fue aprovechado por la industria cinematográfica inspirando dos secuelas que dieron vergüenza ajena: El hereje (1977) de John Boorman y Exorcista III (1990) de William P. Blatty (el autor de la novela original).
Con la saga ya agotada y su protagonista muy crecidita (Linda Blair ya debe ser abuela) sólo quedaba echar mano de la moda impuesta por George Lucas: la precuela, o sea el antes de la historia. Para ello debía resolverse cómo enlazar una historia que entroncara con la original, y la única manera o el único personaje que servía para tal fin era el Padre Merrin, encarnado en ese entonces por Max Von Sydow. Y así fue.
La película nos retrotrae a fines de los años cuarenta y al continente africano (Kenia), donde un mucho más joven Merrin (el también sueco Stellan Skärsgard) ha dejado los hábitos debido a una crisis de fe ocasionada por terribles sucesos padecidos por él durante la Segunda Guerra en algún campo de exterminio nazi. El ex-sacerdote es ahora un arqueólogo convocado para estudiar una Iglesia del siglo V enterrada bajo tierra, de la que se dice esconde oscuros secretos y en la que habría caído Lucifer al ser expulsado del Paraíso. Un enviado del Vaticano y una doctora del lugar lo ayudarán en tamaña expedición en la que Merrin deberá enfrentar no sólo a sus demonios internos sino a la mismísima encarnación del Mal.
Exorcista: el comienzo es un proyecto que vino mal barajado desde su mismo inicio. El director elegido para hacerse cargo era John Frankenheimer (un cineasta perteneciente a la misma camada de Friedkin), quien murió repentinamente sin siquiera haber ocupado su silla. Paul Schrader (guionista de Taxi Driver y director de Gigoló americano) lo sustituyó, pero el producto final no convenció a los productores, quienes en un acto de arrojo contrataron a otro director y la volvieron a filmar… ¡toda de nuevo!
La tarea de Schrader –con suerte- se podrá ver en una futura edición en DVD y allí se podrá apreciar con justa razón si era para tanto, mientras tanto podemos juzgar la realizada por Renny Harlin, el director elegido por la Warner para llevar al producto pendiente a buen puerto. Justamente dicha elección se convierte en un problema para la película misma.
Harlin es un amante de la aventura y su filmografía lo demuestra. Gusta del ritmo
trepidante, la acción coreografiada y de los movimientos de cámara ampulosos, y de alguna manera ese es su sello como autor. Queda demostrado en el montaje final convirtiendo a Exorcista: El comienzo en un film más de acción y aventuras al estilo de las Momias que una de horror existencial como la original a la que se pretende unir.
Por lo tanto, como película de terror pochoclera cumple su función especifica, que es provocar algún que otro sobresalto condimentado con golpes de efecto y una saludable dosis de gore. Ahora, si se trata de componer un todo y establecer una conexión real con su “hermana mayor” la misión naufraga por completo.
Tanto sus fallidas secuelas como esta supuesta vuelta al pasado lo único que logran es engrandecer y volver a erigir a El exorcista como lo que es: una obra maestra única en su género, que soporta estoicamente el paso del tiempo y que no necesitaba convertirse en saga para pasar a la historia.
Título: Exorcista: El comienzo.
Título Original: Exorcist: The Beginning.
Dirección: Renny Harlin.
Intérpretes: Stellan Skarsgård, James D’Arcy, Izabella Scorupco, Julian Wadham, Remy Sweeny, Ben Cross, James Bellamy.
Género: Precuela, Terror.
Clasificación: Apta mayores de 13 años.
Duración: 114 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2004.
Distribuidora: Warner Bros..
Fecha de Estreno: 07/10/2004.
Puntaje: 5 (cinco)
