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sábado, 27 abril 2024
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Bastardos sin gloria: La idiotez y la gasolina

Por Emiliano Fernández

Quentin Tarantino es un idiota, dicho esto en el sentido estricto del término. Es decir, nos referimos a una persona que ha atravesado un proceso de crisis, depresión y estabilización de sus capacidades cognitivas a temprana edad. Por supuesto todas las apreciaciones contrapuestas que surjan de su conducta infantil, errática y casi siempre patética, estarán determinadas por la aceptación u omisión de esta premisa base. Así se comprende que gran parte de la crítica boba y seudo progresista infle sus excreciones cinematográficas al considerarlas caprichos bombásticos en manos de un “buen salvaje”. Bastardos sin gloria (Inglourious Basterds, 2009) viene a confirmar una decadencia artística ya percibida en su opus anterior y un estado mental palpable desde su generosa intervención en Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation! (2008), vista ésta en el último BAFICI.

Estamos ante uno de esos casos en los que se debería implementar la metodología del “cortar y pegar”. Todo lo dicho acerca de A prueba de muerte (Death Proof, 2007) se aplica a esta nueva y tediosa ensalada que pretende pasar por un exponente cool de la clase B magnificada con presupuesto, aunque sin el más mínimo encanto o la acción característica. Aparentemente el señor de la cita eterna quiso hacer una remake “no oficial” de Doce del patíbulo (The Dirty Dozen, 1967), aquella obra maestra del genial Robert Aldrich, pero algo no tan divertido sucedió camino al foro: este guiso recalentado de film noir, spaghetti western y película bélica no llega ni a los talones del original y para colmo demuestra hasta qué punto el realizador desconoce por completo el subgénero centrado en los comandos psicóticos con misiones suicidas (de hecho, reconoció en entrevistas este pequeño detalle).

Otra vez tenemos vacuidad conceptual, cleptomanía descontrolada, muchas estupideces intrascendentes, un par de disparos a discreción y un puñado de escenas hiper dialogadas que no bajan de los 20 minutos cada una. Aquí más que nunca la verborragia se extiende a lo largo de las dos horas y media para ocupar un rol central aún por sobre el desarrollo de una trama inexistente, un tono narrativo extremadamente monocorde y las innecesarias referencias cinéfilas. Sólo en una secuencia vemos actuar a los “bastardos” del título, un grupete de soldados judíos americanos que se dedica a matar alemanes en la Francia ocupada por los nazis. El resto de la alicaída propuesta se divide en un atentado contra la cúpula de las fuerzas invasoras, algunos flashbacks bastante mediocres y una historia colateral de venganza muy similar a la de Volumen 1 (2003) y Volumen 2 (2004) de Kill Bill.

La interesante apertura, una combinación explícita de Érase una vez en el Oeste (C’era una volta il West, 1968) y El bueno, el malo y el feo (Il buono, il brutto, il cattivo, 1966), pronto da paso a una serie interminable de espasmos egocéntricos, sonseras arty, frases hechas del ayer, trivialidades que se repiten como samplers, artilugios posmodernos poco inspirados y situaciones fallidas que no consiguen incrementar la tensión y/ o caer simpáticas al espectador, cansado de tanta pavada trasnochada que además de aburrir carece de sustancia (de cualquier tipo de sustancia…). Resulta hilarante la presencia en un contexto tan naif y edulcorado de “Cat People (Putting Out Fire)” de La marca de la pantera (Cat People, 1982): el apologista del robo en vez de incluir la versión de David Bowie del “Let’s Dance”, toma prestada la inferior de Giorgio Moroder para sumar otro anacronismo más al montón.

Hoy parece que los antojos, arbitrariedades y desvaríos ya no movilizan como antes. Esto es así al punto de que todavía no ha logrado contratar a su admirado Ennio Morricone, a quien nunca le faltan razones para negarse (también quiso convencer sin éxito a Nastassja Kinski). Hasta perdió el favor de los Weinstein, conflicto sobre la duración de por medio. Los únicos factores elogiables son la anhelada desaparición de los saltos temporales y el correcto desempeño del elenco; al respecto bien podemos afirmar que se hizo justicia en el último festival de Cannes cuando se le entregó a Christoph Waltz el premio al mejor actor. Diane Kruger, Brad Pitt y sus muchachos impulsan el no- relato de esta soporífera Segunda Guerra Mundial. Al fin y al cabo queda la sensación de que Tarantino debería escuchar al Duque Blanco y apagar el fuego con gasolina para ver si su obra vuelve a generar el interés del pasado (la metáfora berreta del cine determinando la suerte del conflicto bélico deja al descubierto esa suprema idiotez que señalábamos al principio). Proyectos irreverentes fueron Perros de la calle (Reservoir Dogs, 1992) y Tiempos violentos (Pulp Fiction, 1994), lo que queda despierta intermitentemente lástima y vergüenza ajena. Quizás sirva para algo la desnudez del monarca: de esta forma podremos identificar a los que aplauden a su paso.

Título: Bastardos sin gloria.
Título Original: Inglourious Basterds.
Dirección: Quentin Tarantino.
Intérpretes: Brad Pitt, Christoph Waltz, Mélanie Laurent, Diane Kruger, Michael Fassbender, Daniel Brühl, Eli Roth, Til Schweiger, B.J. Novak, August Diehl y Mike Myers.
Género: Aventura, Drama, Bélica.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 153 minutos.
Origen: EE.UU./ Alemania.
Año de realización: 2018.
Distribuidora: UIP.
Fecha de Estreno: 03/09/2009.

Puntaje: 3 (tres)

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