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sábado, 27 abril 2024
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Napoleón: No me llores, Francia mía

Por Juan Alfonso Samaja

El relato tematiza el ascenso y caída de Napoleón Bonaparte. Napoleón es un general en ascenso, hábil estratega, que consigue vincularse a los sectores de poder en medio de una Francia convulsionada por los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios. En ese escenario conoce a Josephine, el gran amor de su vida.

Crítica

La estructura del relato busca narrar un paralelismo (algo torpe e infantil) entre la aventura amorosa y militar/imperial de Napoleón; el surgimiento y el ocaso de un temperamento pasional que cae debido a su propio peso. Sin embargo, esta pretensión no se sustenta materialmente en una estructura sólida y equilibrada. La línea narrativa vinculada al romance fagocita, finalmente, cualquier otro elemento de conflicto ajeno a ese universo emocional; y esto no ocurre sólo como consecuencia de la prioridad que se le brinda a este elemento biográfico, sino por la puerilidad y torpeza con que se afronta la situación histórico-político-militar.

Una línea sentimental confusa y deslucida

Priorizar la historia de amor puede ser criticable desde una perspectiva histórico-social (para quien estuviese interesado en la dialéctica entre lo personal y lo contextual que atraviesa de modo tan especial a los líderes individuales de cualquier época), pero en sí mismo no conlleva a ningún denuesto respecto de una propuesta cinematográfica en el contexto del cine comercial. El problema es que la trama asociada a lo sentimental presenta varios inconvenientes, entre los cuales el más grave, a mi juicio, es que el relato no termina de definir nunca los sentimientos que unen a Napoleón con Josefina. La dinámica de esa relación es incomprensible del modo en que está planteada. El personaje de Napoleón pareciera expresar una especie de esquizofrenia entre lo que enuncia respecto de su afecto por esta mujer, y toda la gama de acciones que realiza junto a ella. No hay un solo gesto de ternura, de amor gentil que resulte al menos adecuado al grosor de las palabras rimbombantes con que Napoleón pretende envolverla.

Una dimensión histórico-contextual menos que decorativa

Si la dimensión sentimental resulta dramáticamente defectuosa para el desarrollo de la película, no sólo para llevar adelante una trama amorosa sobre la cual se pretende hacer foco, sino para delinear incluso el verosímil psicológico del personaje principal, el contexto situacional de la convulsionada situación revolucionaria de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX constituye un hecho escandaloso.

Sobre la aventura política de Napoleón no hay más que unas chapuceadas ímprobas, y sobre las causas de su caída y el abandono posterior por parte de sus correligionarios… los motivos resultan acaso más esotéricos y escurridizos que los vaivenes de la relación entre Napoleón y Josefina. Lo cual me lleva a esbozar la siguiente premisa: es evidente que sobre ambas aventuras (la amorosa y la política), sobre el proceso de surgimiento y declinación, los realizadores no saben y no quisieron saber nada, y no parecen tener ningún tipo de prurito en ocultarlo.

No pretendo que una película sea un tratado filosófico de las relaciones amorosas de nadie, ni, mucho menos, una tesis de historia política, pero que –desde un punto de vista narrativo- el espectador no pueda jamás hallar una motivación consistente; que todas las ocurrencias se presenten como arbitrariedades, casualidades, o caprichos, etc. habla más de los realizadores y de su posicionamiento, que de los eventos consignados.

No se puede amar lo que realmente se ignora

El resultado fundamental del tratamiento defectuoso de las pasiones del personaje, la incomprensión profunda y la ignorancia de las fuerzas que mueven a un líder a amar u odiar es que el relato hace foco y toma como sujeto principal a un personaje con el cual el espectador no puede empatizar, pues no se puede empatizar con lo que no se comprende. Como afirmó el genial San Agustín allá en la primavera de la Edad Media, nadie puede amar lo que no conoce; no es posible amar lo que no se sabe qué es, ni porqué hace lo que hace. Y el problema fundamental de todo esto, es que esta mirada desapasionada genera, en última instancia un hecho estético enfermizo y torpe. El resultado es una película, confusa en su lineamiento, lenta, de una duración excesiva que no tiene ninguna justificación dramática alguna. Y todo ello sucede por un motivo muy simple: el realizador no muestra amor o fascinación alguna por un personaje, y por este motivo las decisiones del protagonista se le antojan incomprensibles (y así las muestra) y las ambiciones, excesivas y monstruosas (y así las narra). Comete el peor de los pecados: aburre con aquello que ha decidido mostrar.

Como si a un director inglés se le encomendara realizar una película sobre el conflicto entre Argentina e Inglaterra en relación a Malvinas, pero preservando de manera unilineal los intereses de la Corona Británica, y encima lo hiciera mal. Ni Lloyd Webber se atrevió a tanto.

Una recomendación al margen

Quien sienta alguna curiosidad por ver una película que haga justicia mínima a la dimensión histórica de este personaje, hará bien en mirar la película de 1925 del genial realizador Abel Gance. Este pionero francés del cine mudo podrá haber cometido excesos de heroicidad para enaltecer a un personaje, omitiendo todas sus posibles oscuridades, pero en los primeros 2 minutos de película logra lo que Ridley Scott no consigue en los 160m de película: articular la historia individual con la historia de Francia.

Pensaba terminar esta nota haciendo el comentario compensatorio de que, al menos, las escenas de batalla habían sido realizadas de un modo realista y virtuoso. Pero confieso que volví a mirar la película Napoleón, de Abel Gance ([1925] en la versión restaurada de 2016, con una duración de 5 horas), y la verdad es que sin hacer siquiera referencia a la célebre secuencia final (realizadas con el sistema innovador de triple pantalla), sólo la primera escena de la batalla de las bolas de nieve entre un Napoleón niño y sus compañeros, sólo con esa secuencia de montaje inicial, Gance supera la media de virtuosidad técnica con la que se maneja visualmente la película de Ridley Scott. Por lo cual, insisto en que lo mejor que se puede hacer es volver a Abel Gance, que, aunque no se lo pueda liberar de la acusación de parcialidad, nadie podrá tampoco liberarlo de la pasión visceral que sentía por todo aquello que ponía delante de la cámara.

Título: Napoleón.
Título original: Napoleon.
Dirección: Ridley Scott.
Intérpretes: Joaquin Phoenix, Vanessa Kirby, Tahar Rahim, Rupert Everett, Edouard Philipponnat, Catherine Walker y Ludivine Sagnier.
Género: Biopic, Drama histórico, Acción, Bélica.
Calificación: Apta mayores de 13 años, con reservas.
Duración: 158 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2023.
Distribuidora: UIP – Sony.
Fecha de estreno: 23/11/2023.

Puntaje: 2 (dos)

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