Por Juan Blanco
Peter Jackson realizó con la trilogía de El Señor de los Anillos una de las más grandes proezas cinematográficas de todos los tiempos, y todavía nadie recuerda su nombre como corresponde. Quizás Jackson debería morirse 
realizado, ya que claro está que una vez muerto, el artista suele recibir ese reconocimiento negado durante la mayor parte de su existencia como profesional de oficio. Ojalá que Peter no tenga que llegar a tanto; ojalá que después de que se estrene El Retorno del Rey, El Señor de los Anillos sea un cuento que obligue a recordar a Peter Jackson más rápido que a J.R.R. Tolkien, porque el tipo se lo merece. El gordo ya es oficialmente El Señor de los Anillos.
Pero estamos recién en la segunda entrada de la payada, conocida como Las Dos Torres, y Jackson todavía hace agua. Esto hoy molesta, pero mañana la molestia habrá de convertirse en admiración ante la obra terminada. Cuando culmina Las Dos Torres, la primer sensación que se tiene es la de haber presenciado algo despampanante que se nos escapa de las manos; algo que posiblemente nos ató algunos cabos sueltos de la primera parte, La Comunidad del Anillo, pero que seguro nos duplicó el número de interrogantes para resolver recién dentro de un año.
La comunidad está rota, y los ocho sobrevivientes de la primera parte de la travesía (porque Gandalf vuelve bañado y perfumado) están desparramados por pares -todavía con el mismo objetivo-, cosa que obliga a Jackson a emplear el montaje alterno para poder atender a cada miembro del grupo en sus respectivos avatares paralelos. Como consecuencia, Las Dos Torres ya no maniobra en la línea recta de La Comunidad del Anillo, sino que la quiebra en pedazos para dar cuenta de lo que una verdadera adaptación significa por sobre cualquier ilustración de una novela. Jackson esta vez se tomó demasiadas licencias como para que los fans de Tolkien lo perdonen fácil (capítulos defasados, cambios de tono, caracteres manipulados y más), y lo hizo con toda la noble libertad representativa que el cine mismo merece adjudicarse como arte autónomo. Para Jackson la única escapatoria posible como director de cine ante semejante escrito era la improvisación, superación y adaptación (término afanado a Clint Eastwood en El Guerrero Solitario). Y así lo hizo.
Peter Jackson no se detuvo a pensar en Tolkien, lo que no quiere decir que no 
haya respetado el espíritu de su texto. Las Dos Torres por momentos suena apurada, tosca, pero porque Jackson supo transformar las impertinencias descriptivo-decorativas del libro en una dinámica impagable. Desde ya, por instantes esto choca, en tanto no se tiene demasiado tiempo para procesar algunos de los nuevos personajes (la criatura Gollum sería la excepción, como el más trascendente y dedicado de todos), así como también muchas situaciones; algo que quizás sí concedía la primera parte. Pero la dinámica de Las Dos Torres se convierte en un mal necesario para que la aventura se devore a la anécdota, y no lo contrario, así como también para que la película se devore a la novela y no dependa de ella. Se trata de tres horas a puro frenesí, con todo el respeto y la habilidad de un tipo que sabe interpretar cualquier lectura, y hacer en la traducción que sus propias imágenes creen todo un imaginario por sí solas.
Título: El señor de los anillos – Las dos torres.
Título Original: The Lord of the Rings: The Two Towers.
Dirección: Peter Jackson.
Intérpretes: Elijah Wood, Viggo Mortensen, Ian McKellen, Sean Astin, Andy Serkis, John Rhys-Davies, Orlando Bloom, Bernard Hill, Miranda Otto, David Wenham, Dominic Monaghan, Billy Boyd, Christopher Lee.
Género: Basado en novela, Fantasía, Acción, Aventuras.
Clasificación: Apta todo público.
Duración: 179 minutos.
Origen: EE.UU./ Nueva Zelanda.
Año de realización: 2002.
Distribuidora: Warner.
Fecha de Estreno: 01/01/2003.
Puntaje: 9 (nueve)
