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sábado, 27 abril 2024
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El niño de barro: Víctima/victimario

Aún el más despistado de los argentinos debe recordar alguna de las tantas historias siniestras que se le atribuyen al Petiso Orejudo, el primer asesino serial documentado de nuestro país. Cayetano Santos Godino (1896-1944) fue en principio una víctima más de la terrible pobreza en la que fue criado por un padre alcohólico y abusador, al que no le temblaba la mano para castigarlo físicamente cuando los efluvios de la bebida o las secuelas de la sífilis se lo permitían. Y la misma suerte corría tanto su madre como cualquiera de sus numerosos hermanos. Cuando contaba con apenas siete años Cayetano atacó a un nene de veintiún meses, al cual golpeó salvajemente para luego arrojarlo sobre un lecho de espinas. De no mediar la intervención de un policía podría haber sido su primera víctima. De todas maneras el asesinato, inexorable, llegó un año después cuando intentó estrangular a una niña a la que luego enterró viva. La escalada de violencia de ahí en más se fue incrementando sin pausas ni descanso hasta su detención en 1912. Además de tres asesinatos –todos ellos infantes- se le imputaron once agresiones graves y no sé cuántos incendios premeditados. Porque Cayetano también era un pirómano y le encantaba ayudar a los bomberos a apagar los fuegos que él mismo había iniciado. Este personaje trágico, funesto, horripilante por donde se lo mire, había sido postergado por la cinematografía local debido quizás a la crueldad de su modus operandi. El niño de barro, co-producción entre España y Argentina, intenta empezar a pagar esa deuda con un relato discreto e imperfecto -técnicamente superior a la media- que pese a sus falencias logra transmitir una sensación de horror y desasosiego.

La película apela a la ficción inventando un chico antagonista, Mateo (Juan Ciancio), quien a raíz de un incidente traumático en la infancia padece de pesadillas sumamente vívidas en las cuales observa los ataques y posteriores muertes de los menores. Las violentas visiones preocupan a su madre española Estela (una siempre digna de ver Maribel Verdú), que le pide ayuda a su pareja Octavio (César Bordón), policía de la Federal. Octavio se ofrece a llevar al niño con el médico forense Soria (Chete Lera) para que lo revise. Al enterarse de que Mateo “sueña” con los crímenes –y que estos son reales- interviene el comisario Patrié (Daniel Freire), quien se ocupa personalmente del caso dada la gravedad de los sucesos. En este punto los guionistas, entre los cuales se encuentra el director madrileño Jorge Algora, aprovechan para sembrar la duda sobre la responsabilidad de Mateo en los hechos delictivos. ¿Es el niño un cómplice, el mismo asesino o sólo un pobre desgraciado que vivencia lo ocurrido de forma inexplicable? De a poco la trama va bifurcándose, revelando así las intenciones de sus creadores (no cometeré el error de enunciarlas). El final es tan perturbador como cabía esperarse y buena parte del mérito es atribuible al notable desempeño de Abel Ayala, recordado protagonista de El Polaquito (2003; Juan Carlos Desanzo). Me parece excesivo, en cambio, el cruce de venganzas que funcionan como contrapunto dramático a la historia principal. Pero es sólo una apreciación personal, discutible desde luego.

Donde evidentemente falla la mano del director es en la formulación audiovisual. El niño de barro hace gala de una reconstrucción de época perfecta y se nota a la legua que la producción no escatimó recursos para que el producto luzca sólido, compacto. El tema es que en ningún momento se observa un tratamiento cinematográfico en la puesta en escena. Las imágenes resultan planas, carentes de inventiva, lo que redunda en una monotonía imposible de erradicar por más que se trate del caso más sangriento en los anales de las crónicas amarillas.

El niño de barro hubiese necesitado de una mayor tensión en las escenas claves. Todo el periplo que atraviesan sus protagonistas no pasa del medio tono y eso resiente el saldo final, que tampoco es como para descartar. Más allá de los desaciertos mencionados y algunas actuaciones acartonadas o sobreactuadas, queda en pie una película que podría haber sido muy superior con un director más ducho para el género. Una aproximación fallida pero digna.

Título: El niño de barro.
Título Original: Idem.
Dirección: Jorge Algora.
Intérpretes: Maribel Verdú, Daniel Freire, Chete Lera, Juan Ciancio, César Bordón, Abel Ayala y Sergio Boris.
Género: Crimen, Drama, Terror.
Clasificación: Apta mayores de 16 años.
Duración: 103 minutos.
Origen: Argentina/ España.
Año de realización: 2007.
Distribuidora: Buena Vista.
Fecha de Estreno: 06/09/2007.

Puntaje: 6 (seis)

El staff opinó:

Pese a algunos desajustes narrativos, el film procura abordar la historia de este serial killer porteño con un enfoque poco habitual: desde la periferia, desde las resonancias de sus atroces actos, como lo hiciese décadas atrás el clásico M, el vampiro, homenajeado aquí desde el inicio. La truculencia sin exabruptos y los elementos del cine de género -con una ajustada reconstrucción de época- suman aspectos positivos que la sólida dirección consigue maximizar.Pablo E. Arahuete (7 puntos)

Los crímenes del petiso orejudo no logran cobrar vida en El niño de barro; una nueva muestra de acartonamiento narrativo de nuestra cinematografía nacional (a pesar de ser una co-producción con España huele a cine argentino rancio) en clave de “película de género” con todas las costuras a la vista. A pesar de que este intento local de hacer otro tipo de cine -que no sea el melodrama y/o la comedia de costumbres de siempre- quizás valga a priori de cualquier resultado, no dejan de avergonzar ciertas deficiencias de criterio inadmisibles a esta altura de la historia del séptimo arte. Muy mal actuada (salvo por Maribel Verdú…), torpemente estructurada y por momentos filmada con el pulso de un proyecto escolar amateur…-. Juan Blanco (4 Puntos)

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