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sábado, 27 abril 2024
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El silencio de Lorna: La vida tiene sus limitaciones…

Por Emiliano Fernández

Lorna (Arta Dobroshi) es una inmigrante albanesa en Bélgica que desea abrir un bar junto a su novio Sokol (Alban Ukaj). Para ello ambos deciden aceptar el convite que les ofrece Fabio (Fabrizio Rongione), un mafioso de los suburbios: casarse primero con un pobre diablo, el adicto Claudy (Jérémie Renier), para conseguir la ciudadanía, divorciarse y luego hacer lo propio con el “cliente real”, un ruso que pretende obtener la nacionalidad belga. Pero lamentablemente las cosas no salen del todo bien para ninguno de los involucrados.

La última película de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, la muy interesante El silencio de Lorna (Le silence de Lorna, 2008), es quizás su obra más consistente, directa y cercana al cine de género, el thriller en este caso. La experiencia acumulada en ficción ha generado un bienvenido refinamiento. Una vez más aparecen los mismos componentes característicos de siempre aunque ahora mucho mejor encausados. La explotación, la marginalidad, el abandono y la desesperación existencial vuelven a ser los ejes principales.

Los belgas siguen obsesionados con ofrecernos pequeñas anécdotas acerca del calvario de personajes grises en busca de una felicidad que nunca llega. Este “Tercer Mundo dentro del Primer Mundo” es retratado a través de determinadas marcas formales que se repiten de film en film casi como un ritual: planos extensos, cámara en mano, ausencia de música incidental, cortes abruptos y actuaciones crudas a cargo de actores que tratan de no parecerlo. A pesar del realismo documental, las historias abrazan el melodrama meticuloso.

La conciencia social y los alcances de la moral son puntos ineludibles en la aproximación despojada de los cineastas. Como ocurría en Rosetta (1999), las sentencias éticas elevadas se desvanecen de a poco para dejar paso a la urgencia de las necesidades cotidianas, con todo su pragmatismo a cuestas. El excelente Renier ya había trabajado con los Dardenne en La promesa (La promesse, 1996) y El niño (L’enfant, 2005), sin embargo aquí se destaca la gran composición de Dobroshi encarnando a una mujer tan contradictoria como fascinante.

El silencio de Lorna se mueve en la frontera entre el misterio construido por circunstancias nunca manifiestas y la tragedia latente en cada gesto de los protagonistas. Aún con sus aciertos, nuevamente preocupa la falta de originalidad en el planteo y esas resoluciones bressonianas que se ven llegar con demasiada anticipación. Detrás de la gravedad se asoma el estereotipo: el “modelo temático estadounidense” se opone al “europeo”. Si por allá celebran con hedonismo las cúspides de la vida, por este lado lloran todas sus limitaciones.

Título: El silencio de Lorna.
Título Original: Le silence de Lorna.
Dirección: Jean-Pierre Dardenne, Luc Dardenne.
Intérpretes: Arta Dobroshi, Jérémie Rénier, Olivier Gourmet, Fabrizio Rongione, Alban Ukaj, Morgan Marinne, Anton Yakovlev, Grigori Manoukov, Mireille Bailly, Stéphanie Gob, Laurent Caron, Alexandre Trocky, Baptiste Somin.
Género: Drama.
Clasificación: Apta mayores de 13 años, con reservas.
Duración: 105 minutos.
Origen: Bélgica/ Francia/ Italia/ Alemania..
Año de realización: 2008.
Distribuidora: Distribution Company.
Fecha de Estreno: 14/05/2009.

Puntaje: 7 (siete)

El staff opinó:

Otro cuento moral de los realizadores belgas pero esta vez apelando a la distancia de la observación con sus personajes y no a la proximidad física de la cámara en mano como un sello de estilo inconfundible. En constante diálogo con La promesa (1996), primera obra que se conoció de los hermanos Dardenne en nuestro país, que también giraba en torno de los inmigrantes como ésta, el planteo ético frente al pragmatismo es lo que define las acciones de la protagonista. Lorna es una inmigrante albanesa que se casa con un belga heroinómano para obtener la ciudadanía. Transcurrido un tiempo, planea deshacerse de su marido para contraer un nuevo matrimonio con un ruso mafioso dispuesto a pagarle para recibir su ciudadanía. Eso no es más que el comienzo de este drama moral que coquetea con algunos elementos del policial más clásico y que sirve de excusa ideal para que los realizadores belgas claven sus aguijones en la espina dorsal de un sistema de valores ya corrompido por el avance de un mundo globalizado salvaje y poco solidario…- Pablo E. Arahuete (8 puntos)

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