back to top
miércoles, 8 mayo 2024
InicioDossierDossier David Mamet: Mentiroso de corazón

Dossier David Mamet: Mentiroso de corazón

Por Juan Blanco

Pensar en David Mamet sólo en relación al cine de trampas y engaños, sería tan erróneo como limitarse a vincular a Hitchcock con el suspenso y abandonar ahí mismo. Aunque después de todo, llamarlo mentiroso no estaría tan desubicado, al igual que a Alfred no podía negársele jamás su virtuosa capacidad de hacer sufrir de los nervios al espectador, cuando así lo deseaba.

David Mamet, el ilustre

David Mamet es un director/escritor con una uniformidad de criterio cual artista del Hollywood clásico. Mañero, calculador, obsesivo, capaz de ser tan claro como sospechoso a gusto, magnífico en el tratamiento de sus formas narrativas, y extremadamente prolijo (en el sentido más glorioso del término). Se trata de un autor cuya más notable característica es lograr colocar el ojo por debajo de la mirada standard de la sociedad. Si por la calle la gente camina apurada y nadie parece notar los conflictos que cruzan esos andares frenéticos, Mamet percibe las anomalías y las cosecha. Se encarga de la gente extraordinaria con porte de ciudadano común frente a la inocencia despreocupada del otro costado de la sociedad; un cine de víctimas y victimarios. Así como Joe Mantegna abusándose de Lindsay Crouse en Casa de Juegos (1987), Debra Eisenstadt -la alumna- extorsionando a William H. Macy -el profe- en Oleanna (1994), Steve Martin trampeando a Campbell Scott en Prisionero del peligro (1997), o bien esa “comunidad del engaño” de Cuéntame tu historia (2000), capaz de revolucionar con mentiras la apacible vida de un ingenuo sector de Maine.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pero no en todos los casos la víctima y el victimario son dos personas distintas. En el cine de Mamet siempre hay personas en constantes pujas internas, pero siempre en relación con las mentiras y engaños, aunque introyectadas hacia uno mismo. Tal es la relación plagada de secretos y prohibiciones familiares de El honor de los Winslow (1999), la cobardía del personaje de Joe Mantegna (actor fetiche de David) en Identificación de un homicidio (1991), donde un policía judío se negaba a sí mismo sus propios orígenes frente a una sociedad llena de prejuicios. Y por qué no la amistad bajo presión entre Mantegna y Don Ameche en Las Cosas Cambian (1988), donde un un pobre zapatero que se vende por miedo y un mafioso de poca monta que se niega a sí mismo su bondad, se cruzan en una relación de amistad más que peligrosa.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Eso es Mamet: dramas con personas presionadas por una vida que quizás no eligieron, pero para la que de alguna manera nacieron hechas a medida. Aquel que no mienta, habrá de ocultar, y el que no perpetre lo anterior, habrá de negarlo todo y jamás terminará de fingir, aún cuando no esté de servicio (véase al actor dentro y fuera del cine de Alec Baldwin en Cuéntame tu historia, en particular luego del incidente del auto y la menor de edad). Pero en el cine de Mamet cada engañador termina reconociendo o pagando su engaño, aún cuando es interno: en Casa de juegos y Prisionero del peligro se pagan los delitos, en El honor de los Winslow se asumen las pasiones, en Identificación de un homicidio se sacrifica el confort del anonimato, en Las cosas cambian la frialdad del crimen se transforma –cual condena- en una cálida amistad, y en Cuéntame tu historia “Hollywood” aprende a minimizar los criterios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En esa trascendencia anecdótica se encierra en verdadero David Mamet; en esa que no se conforma con una trama, sino que busca más allá de la puesta en escena utilitaria y alcanza a dibujar verdaderos sentimientos para darle más dimensión a las historias. El cine de Mamet también habla de pasión, de dejarse llevar a pesar de que nuestro instinto de preservación nos obligue a buscar lo seguro. Crouse cuando busca el peligro en Casa de juegos, Scott cuando decide entrar al “club” en Prisionero…, Mantegna cuando se juega por una amistad comprometida en Las cosas cambian o cuando suelta su carrera a cambio de recuperar sus peligrosos ideales en Identificación…, Jeremy Northam cuando declara su amor a Rebecca Pidgeon (esposa y actriz obligada del director) en El honor de los Winslow, o bien cuando Philip Seymour Hoffman se aventura a un amor que cambiaría su profesión ermitaña por completo en State and Maine. Son relatos de riesgo, de prueba y error.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Se trata de un cine complejo, frío quizás en su compostura externa pero cálido en su composición interna; los films de Mamet suelen contar con una dosis de artificio ostensible, cuya reminiscencia al Hollywood clásico no puede ocultar su importancia, y que se traduce desde algunos de sus mismos géneros, como el suspenso Hitchcockiano (Casa de juegos), el policial con una pizquita de negro (Identificación de un homicidio), el drama de época (El honor de los Winslow), la buddy movie (Las cosas cambian) o el screwball comedy (Cuéntame tu historia), hasta los propios desempeños actorales de aquellos artistas a cargo de representar sus historias (¿a quién le costó reconocer alguna vez, por ejemplo, a Bogart en Mantegna?).

Pero a pesar de su asumida cinefilia, el autor de Los Intocables no es uno de esos directores anclados a décadas pasadas y despreocupado por los placeres y necesidades del público contemporáneo (como puede serlo en ocasiones Brian De Palma; aunque lo adore tengo que reconocerlo). Como si faltara decirlo, David Mamet es un conocedor de la tradición absoluta del séptimo arte, pero con perfecta conciencia de los cánones cinematográficos del presente. A pedido de pruebas, si será un artesano y autor vigente que hasta influenció, hace tan sólo un par de años por nuestros pagos, a la joyita sorpresa Nueve Reinas.

Gracias a Dios hay Mamet para rato, incluso hay uno fresquito (al menos en nuestro país) y grande, como siempre, aunque distribuido –mal, muy mal- como sólo saben hacerlo los locales: se trata de Heist (acá titulado Un plan perfecto), un Mamet más de robos, engaños y móviles cruzados, que harán al espectador sentir ese placer culpable que implica pasar del lado del hampa y creerse un héroe de capa oscura luchando entre sus peligrosos semejantes.

NOTAS RELACIONADAS

Dejar una respuesta

Please enter your comment!
Please enter your name here

ÚLTIMAS PUBLICACIONES

León: Un laberinto emocional