Por Aleix Sales, corresponsal de Nueva Tribuna España
La actualidad nos ha demostrado estos días que el refinamiento y racionalidad con la que comúnmente pensamos que deben cometerse los robos en museos puede fácilmente desmitificarse con el caso del robo de las joyas del Louvre. En lugar de un enrevesado y calculadísimo plan, los saqueadores plantaron una vistosa plataforma elevadora, la alzaron hasta la ventana que les interesaba, la rompieron y se llevaron el botín, todo a plena luz del día. Del mismo modo que en la realidad existen múltiples formas de ejecutar el delito, el cine también posee un amplio abanico de posibilidades para representarlo y, como en el caso de la institución parisina, varias de ellas buscan desmitificar el estereotipo de un género en sí mismo. En esta línea va el nuevo trabajo de Kelly Reichardt, quien realiza su particular film de atracos desde su habitual puesta en escena observacional.

La cineasta estadounidense juega con los cánones establecidos en la historia de un carpintero de familia bien venida a menos con cuatro hijos, JB Mooney, que roba unas piezas de un centro de arte local en la década de los 70. Al ritmo de unos compases de jazz constantes, Reichardt construye un film que atrae por sus formas pausadas y silentes, recordando al hieratismo de las aproximaciones de Jean-Pierre Melville, mezclado con el espíritu del nuevo cine americano de la época en la que se sitúa, pasado por el filtro depurado de la directora. Con una primera parte magnífica pormenorizada (concerniente al hurto en cuestión), de una lentitud envolvente capaz de generar tensión, la película luego se va desinflando y presentando irregularidades en su ritmo en la huida hacia adelante del protagonista, encarnado por un siempre cautivador Josh O’Connor, que aquí está listo para saltar a los años 80 de La quimera (Alice Rohrwacher, 2023). El problema aquí es que, más allá de esta tesis de personaje errático, inmaduro e incapaz de asumir sus errores, a los sucesivos encuentros de JB con diferentes personajes les falta más profundidad para acabar creando un retrato más persistente de los Estados Unidos de entonces, trasladables también a la actualidad. Esto también influye en un cierto desaprovechamiento de algunos intérpretes, como sería Alana Haim, de quien no explota su carisma y aura.

Así pues, Mente maestra se queda corta en conflicto dramático, decepcionando por el contrastado potencial de Reichardt y su prometedor inicio, pero remonta en un desenlace con pulso y muy irónico, aunque demasiado abrupto. Al margen de estos puntos débiles para una obra que podría haber sido grande y definitoria, la película acaba siendo una de las puertas más accesibles al mundo de una directora de sello muy personal, que siempre tiene, en mayor o menor medida, algo estimulante que aportar. Y aquí, a nivel de dirección, ambientación y, por supuesto, O’Connor, hay clavos a los que agarrarse.
Título: Mente maestra.
Título original: The Mastermind.
Dirección: Kelly Reichardt.
Intérpretes: Josh O’Connor, Sterling Thompson, Alana Haim, Jasper Thompson, Bill Camp, Hope Davis, Eli Gelb, Cole Dorman, John Magaro, Gaby Hoffman y Matthew Maher.
Género: Drama, Crimen.
Calificación: AM 13 años.
Duración: 110 minutos.
Origen: EE.UU.
Año de realización: 2025.
Distribuidora: Maco Cine.
Fecha de estreno: 16/10/2025.
Puntaje: 6 (seis)
