Por Mónica Grau Setó, corresponsal en España
Alpha ha sido la película inaugural de la 58ª Edición del Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya, tras su paso por el Festival de Cannes. La directora francesa Julia Ducournau, ya había dividido las opiniones del público en Sitges en anteriores ocasiones, con títulos como la visceral Crudo (2016) o la desconcertante Titane (2021), con la que ganó la Palma de Oro en Cannes. Y es una realidad que sus propuestas no dejen indiferente a nadie, polarizando al público hacia los extremos, o amas sus filmes o los aborreces.
Con Alpha, la cineasta francesa Julia Ducournau continúa explorando su fascinación por el cuerpo como campo de batalla emocional, físico y social, pero suavizando el tono sin abandonar la incomodidad, el malestar ni el dolor como vehículos narrativos. Esta vez, bajo una envoltura distópica y profundamente humana, nos ofrece una clara alegoría del SIDA que transcurre entre la marginación, el miedo y la necesidad urgente de amor y pertenencia. Quedando palpable este paralelismo con la aparición de los primeros casos de SIDA en EE.UU. en 1981, volviéndose en una de las principales causas de mortalidad entre los jóvenes americanos, y recordando el trauma social que aun arrastramos tras las consecuencias del COVID.

La historia está ambientada en una versión alternativa de los años 80 y 90, Alpha sigue a una adolescente rebelde de 13 años que, tras una noche de fiesta, descubre una A tatuada en su brazo. Esta herida no cicatriza, y pronto se convierte en un signo de exclusión y sospecha, en esta delicada etapa de búsqueda de identidad y experimentación con alcohol, drogas y sexo. Esa A se asimilará a la marca de la letra escarlata, creando desconfianza hacia su herida y exclusión, culpabilizándola en caso de que pueda estar infectada y aislándola en el instituto.
En este universo donde una infección transforma literalmente la piel en mármol, Ducournau nos sumerge en una metáfora clara del estigma asociado al virus del VIH/SIDA y sus primeros años de pánico social. Sin embargo, lo que podría haber sido un relato puramente fantástico o distópico, se revela como una radiografía íntima del trauma familiar, el miedo a la pérdida y la incapacidad de proteger a los seres queridos.
Una madre que sostiene el mundo
Lejos de centrarse en la adolescente protagonista Mélissa Boros, Alpha encuentra su fuerza en el personaje de la madre, interpretada con dolorosa contención por Golshifteh Farahani. Médica de profesión, y marcada por la imposibilidad de salvar a su hermano adicto (un demacrado y excelente Tahar Rahim), ella encarna la figura del cuidador extenuado, incapaz de amar sin que ese amor duela o destruya. Su desesperación por evitar que su hija repita el mismo destino la lleva a actos de amor tan extremos como ambiguos, reflejo de una sociedad que no sabe cómo amar a quien considera “manchado”. Una madre monoparental dispuesta a hacer cualquier sacrificio por amor por su familia.

Horror físico y herencia simbólica
El enfoque de Ducournau sobre la figura materna representa una evolución dentro de su filmografía, y aunque podríamos pensar que la historia se centra en la adolescente, realmente el conflicto no gira en torno a la rebelión adolescente o la mutación como liberación, sino al peso abrumador de la culpa, el legado familiar y el miedo heredado. Esta es, quizá, la cinta más empática, emocional y hasta personal de la directora, y también la más accesible en su mensaje.
Otro aspecto es el legado cultural y familiar, la directora con raíces bereber, comparte este origen con la familia del filme, y además es hija de médicos, concretamente su padre es dermatólogo, y tal vez pueda explicar su obsesión por la carne y la piel en sus filmes, el “body horror” siempre está presente, aunque más contenido y al servicio del drama, vemos agujas, heridas, costras pero no es ni mucho menos Cronenberg. Las escenas de transformación corporal, de heridas que se rompen en pedazos o carne que se endurece como si fueran estatuas de mármol, funcionan como metáfora del estigma social y del dolor que se incrusta en la piel.
Destaca la magnífica fotografía de Ruben Impens, con su paleta entre lo térreo y lo clínico, marcado por blancos y azules, entre el recuerdo y la pesadilla, acompaña con eficacia los saltos temporales y emocionales del relato, viajamos a los 80 con la aparición de la infección y a los 90 con el estigma y el miedo a la sangre. Curiosamente rueda con Alexa mini LF, creando imágenes oníricas y otras más duras y frías, permitiendo diferenciar momentos del pasado y del presente.
Aunque el diseño visual se ve interrumpido por demasiados recursos musicales, que resultan incómodos por ser demasiado estridentes e innecesarios, especialmente en algunas escenas cargadas de tensión emocional.

Un discurso que pierde fuerza
Alpha no alcanza, sin embargo, el nivel de provocación ni la carga simbólica de las anteriores obras de su directora. Su desarrollo cae en una cierta reiteración temática: deformación, rechazo, muerte. Esta estructura, que en sus primeras apariciones resulta inquietante y conmovedora, acaba por perder fuerza debido a su repetición. La progresión emocional se estanca, y el simbolismo, aunque potente, no siempre evoluciona con la historia.
Además, la figura de Alpha, pese a dar nombre a la película, resulta sorprendentemente pasiva. El peso dramático recae casi por completo en los adultos que la rodean, lo que genera un desequilibrio narrativo. Es posible que esta elección sea intencional —la infancia como receptor silente del trauma transgeneracional—, pero resta fuerza a su arco personal.
Alpha es una película visualmente impactante y emocionalmente compleja, pero no alcanza la radicalidad de Titane ni la crudeza de Crudo, aunque sí consolida a Julia Ducournau como una autora comprometida con la exploración de los límites del cuerpo y del alma humana.
Más que una película sobre una enfermedad y su origen, Alpha es una meditación sobre el amor incondicional de la familia en tiempos de miedo y muerte y sobre la cicatriz como marca identitaria, mostrando la dificultad de crecer como adolescente cuando el mundo que la rodea la abandona, margina y señala con recelo.
Alpha (Francia/Bélgica, 2025).
Guion y dirección: Julia Ducournau.
Intérpretes: Mélissa Boros, Golshifteh Farahani, Tahar Rahim, Emma Mackey, Finnegan Oldfield, Frédéric Bayer Azem y Louai El Amrousy.
Duración: 128 minutos.
Película inaugural del Festival de Sitges 2025.

