Por Joan Segovia, corresponsal en España
Sitges 2025 – Día 3: La Zombie walk re-animada
Este sábado comenzó con un aire distinto: el sol ya no titubeaba, las nubes parecían haber huido en dirección al mar, y Sitges volvió a vestirse de festival total —con colas, risas, empujones para coger butacas y gente desayunando con el programa temblando de emoción. Las tiendas seguían funcionando a tope y ya se respiraba en el aire que era el día más esperado por muchos: la Zombie Walk.

Por la mañana me lancé con All You Need Is Kill. Ver esta nueva versión, esta vez animada, conociendo ya de antemano la historia me generaba escepticismo, pero terminé sorprendido: la animación 3D no solo está bien hecha, sino que combina con el resto de la película de forma orgánica. No hay costuras visibles: trajes, escenarios, efectos de luz, todo fluye con naturalidad. Las secuencias de combate se sienten vivas, afiladas y contundentes. La música y los efectos de sonido no están para robar foco, sino para apoyar: no te distraen, te empujan hacia dentro. Y lo que más me atrapó fue la relación entre Rita y Keiji: no son héroes perfectos, son gente golpeada y rota, buscándose entre la desesperación, y esa humanidad los salva de caer en la repetición vacía del bucle. Cierto es que en el tramo final el guion se vuelve un poco más romántico de lo que me habría gustado, pero no entorpece la tensión ni desequilibra el clímax.

Por la tarde tenía Gaua, la nueva película del director vasco Paul Urkijo Alijo, que era uno de los títulos más comentados del día. Urkijo ya había dejado huella en Sitges con Errementari (2017), para mí la mejor de sus obras, esa fábula oscura inspirada en la mitología vasca, y con Irati (2022), su ambiciosa epopeya medieval que mezclaba leyenda, paganismo y fantasía heroica. Ahora vuelve al terreno que mejor domina: los mitos del País Vasco y el folclore como fuente de horror. Ambientada en el siglo XVII, durante las persecuciones de brujas, la historia sigue a Kattalin, una mujer que se adentra en el bosque y se cruza con tres misteriosas narradoras cuya relación con lo sobrenatural no está clara. Filmada íntegramente en euskera y con su característico cuidado artesanal por la luz, los decorados y la ambientación, combina el terror atmosférico con una mirada poética sobre la memoria y la represión religiosa. Una propuesta muy en línea con la filmografía de Urkijo: oscura, simbólica y profundamente arraigada en su tierra.

Al salir ya se sentía en el ambiente: la Zombie Walk se convertía en ceremonia urbana. Zombies maquillados, sangres falsas, gruñidos al paso de espectadores, gritos en esquinas inesperadas. El apocalipsis ocupaba las aceras, plazas y calles, y por un rato Sitges dejó de ser ciudad para volverse escenario de terror. Los maquillajes, en general, estaban por encima de las expectativas este año. El recorrido cambió para hacerlo más impactante, y hubo guiños a Re-Animator con presencia de su equipo. Aunque este acto genera una masificación incómoda en Sitges, da gusto ver cómo cada año miles de personas viven el evento y se lo trabajan durante meses antes para tener los disfraces más impactantes.

Por la noche entré al pase doble de Fuck My Son! y Flush. La primera, de origen estadounidense, viene del cómic de Johnny Ryan y está dirigida por Todd Rohal. La premisa ya te alinea: una madre mayor rapta a una mujer y su hija para que su hijo mutante pueda “hacer lo suyo”. Sí, esa película existe. Me pareció una de esas películas que son diseñadas para poner a prueba la paciencia y el cuerpo del espectador. Hay momentos en los que lo grotesco se vuelve repetitivo, como si Todd Rohal quisiera comprobar hasta dónde aguanta uno sin apartar la vista. La provocación está ahí, pero no siempre con propósito: a veces se siente como un chiste interno que se alarga demasiado. El uso de efectos digitales y trucos de IA no ayuda, rompe la textura sucia que la historia parecía buscar. Sin embargo, hay que reconocerle cierta coherencia en su demencia: el tono es incómodo, agresivo, y hay secuencias tan delirantes que terminan siendo hipnóticas. Fuck My Son! es cine extremo, de serie B, claro, en el límite entre lo grotesco y lo autoparódico.

Después vino la francesa Flush, con dirección de Grégory Morin, que tiene esa idea loca que solo el cine de Sitges parece permitirse: la cabeza de un hombre se queda atascada en un inodoro de un bar y debe lidiar con una rata drogadicta. Terror escatológico puro, escenario único, juego de claustrofobia + humor negro, lo tiene todo para parecer repugnante. La premisa suena chiflada y lo es, pero sorprende para bien: si aceptas quedar encerrado en lo ridículo, puede convertirse en algo muy memorable. La mezcla de absurdo y horror la colocan entre lo más retorcido del festival de este año.
Esa noche salí con los oídos zumbando, el estómago algo revuelto por la grotesquería de Fuck My Son! y una sonrisa recordando el baño infernal de Flush. Sitges se vive así: no siempre ves todo lo que quieres, pero lo que ves lo recuerdas. Un tercer día, en definitiva, diferente de lo normal.
