Por Mónica Grau Seto, corresponsal en España
*Se advierte al lector que la nota contiene spoilers
Érase una vez una directora noruega —Emilie Blichfeldt— que decidió debutar en el cine pisando fuerte: sin hadas madrinas, sin calabazas, sin príncipes azules y con bisturís afilados. La hermanastra fea, estrenada la semana pasada en cines de la Argentina, es una propuesta diferente y feminista contra la tiranía de la belleza, y con un presupuesto inferior a los cinco millones de euros, ha sorprendido en festivales como Sundance o Berlín, participando en la sección Oficial Fantástic Competició dentro del Festival de Cine Fantástico de Sitges.
Resulta inevitable compararla con La sustancia (2024), esa otra joya viscosa que ya sacudió Sitges el año anterior. Si allí el enemigo era la vejez y la ambición de la fama, aquí lo es el cuerpo: la carne imperfecta, la nariz demasiado ancha, los muslos poco dóciles. El body horror se cuela entre corsés y bisturís en una reinterpretación feroz del mito del patito feo.

Cenicienta sin azúcar (ni anestesia)
Blichfeldt se atreve con lo que Disney nunca haría que es volver a las raíces crueles del cuento: recordemos que la tradición oral nos traslada a China con Yeh Shen (Siglo IX), para pasar a los escritos, con una de las primeras adaptaciones como cuento de mano del italiano Giambattista Basile y las posteriores versiones de mano del francés Charles Perrault (XVII) y los Hermanos Grimm (siglo XIX), donde la madre forzaba a las dos hijas a cortarse parte de los pies, la primera unos dedos y las segunda su talón para que estos pudieran encajar en el zapato.
Pero esta vez el protagonismo recae en una de las hermanastras, ella es Elvira, la menos agraciada, soñadora y dispuesta a todo por conquistar al príncipe Julián. Todo significa todo: operaciones sin anestesia, ayunos extremos y automutilaciones en nombre del amor o más bien el estatus familiar.
Su madre, más cerca del Dr. Frankenstein que de madrastra, es el verdadero personaje malvado de la función, un ser tóxico que la empuja hacia el sacrificio estético. Su hermana Alma observa horrorizada, consciente de que en este cuento no hay magia, sino bisturíes oxidados y hambre. La película no solo retrata finales de siglo XVIII inicios del XIX, sino que, con precisión quirúrgica, disecciona nuestra propia época: aquella en la que los filtros de TikTok sustituyen los espejos y la belleza aún es una forma de poder.

Del quirófano al baile
La cinta arranca cuando Lord Otto muere dejando a su familia arruinada. A partir de ahí, empieza una carrera contrarreloj para conseguir marido y salvar el apellido. El baile real, ese escaparate matrimonial digno de un episodio de Los Bridgerton, se convierte en una pasarela donde las jóvenes compiten como reses perfumadas. Y Elvira, acomplejada y desesperada, se entrega a los procedimientos del siniestro Dr. Esthetique, que despliega su catálogo de torturas con la frialdad de un influencer recomendando remedios milagrosos.
Blichfeldt documenta estos métodos con sorprendente rigor histórico: rinoplastias que sustituyeron a las antiguas prótesis de cobre, corsés homicidas y dietas tan efectivas como letales. A finales del Siglo XVIII/XIX la medicina estética como la conocemos aun no existía, más bien se trataba de procedimientos reconstructivos como la rinoplastia y estos conocimientos provenían de la India, donde se cortaban narices a ladrones y mujeres adúlteras. La anestesia tampoco existía y los pacientes debían soportar estas intervenciones muy dolorosas, que además se realizaban por etapas. Hasta entonces quien en una batalla había perdido la nariz utilizaba prótesis de cobre. Aunque hubo estudios anteriores sobre medicina reconstructiva, el caso más conocido fue el del profesor de medicina en Bolonia, Gaspare Tagliacozzi, que en 1597 publicó un libro y tratado titulado “Una nueva cirugía en el arte, hasta ahora conocido por todos, de reparar la falta de narices, orejas y labios, mediante el injerto de piel del brazo”. Tagliacozzi además creó una serie de herramientas para esculpir el nuevo tabique nasal, junto a los pasos del proceso postoperatorio.
En la época victoriana para mantener la figura de reloj de arena se utilizaban los terribles corsés, creando problemas digestivos y menstruales, pero además antes del Ozempic existían métodos bastante peligrosos para mantener la figura, y muchas jóvenes se tragaban huevos de tenia para estar delgadas, ese gusano iba creciendo en el intestino, aunque el precio a pagar era muy alto para salud como vómitos, desnutrición, meningitis, epilepsia y la muerte. Otras opciones fueron el uso de cápsulas de arsénico y beber abundante vinagre. Un gran seguidor de esta dieta fue Lord Byron.
Todo esto se muestra en un envoltorio de cuento gótico, fotografiado con la belleza enfermiza de Marcelo Zyskind y con un vestuario de ensueño creado por Mahon Rasmussen, siendo una mezcla decadencia y delirio a partes iguales.

Un cuento cruel sin final feliz
Elvira, interpretada de forma magistral por Lea Myren, pasa de ser el patito feo a un cisne desquiciado. Su metamorfosis es física, sí, pero también mental: cuanto más hermosa parece, más se descompone su interior. No hay príncipe que la salve ni hada que la consuele, solo un espejo que devuelve la imagen de una locura cuidadosamente esculpida.
La banda sonora, anacrónica y llena de sintetizadores, recuerda que esta historia, aunque vista con pelucas empolvadas, habla de nosotras: de la obsesión contemporánea con la perfección, del culto al cuerpo y de la necesidad de ser deseadas, ya sea por un príncipe o por redes sociales.
La hermanastra fea no es una película de terror, aunque duela como una. Es un drama sobre el desamor y la mutilación emocional que implica querer encajar. Blichfeldt extirpa cualquier rastro de romanticismo, dejando al descubierto una sociedad podrida que disfraza su crueldad con brocados y bailes de salón.
El resultado es un filme incómodo, precioso y despiadado. Un espejo deformante donde las mujeres del siglo XVIII y las del XXI se reflejan con la misma cicatriz. Porque, al fin y al cabo, la belleza sigue siendo el cuento más oscuro jamás contado.
Festival de Sitges 2025 – Oficial Fantàstic Competició
Título: La hermanastra fea. Título original: Den stygge stesøsteren. Dirección: Emilie Blichfeldt. Intérpretes: Lea Myren, Ane Dahl Torp, Thea Sofie Loch Næss, Flo Fagerli, Isac Calmroth, Malte Gårdinger, Ralph Carlsson, Isac Aspberg, Albin Weidenbladh, Oksana Czerkaszyna, Katarzyna Herman, Adam Lundgren, Willy Ramnek Petri, Cecilia Forss, Kyrre Hellum, Agnieszka Żulewska, Staffan Kolhammar y Philip Lenkovsky. Género: Terror, Gore, Body Horror. Calificación: AM 16 años. Duración: 109 minutos. Origen: Noruega/ Dinamarca/ Rumanía/ Polonia/ Suecia. Año de realización: 2025. Distribuidora: BF+Paris Films. Fecha de estreno argentino: 09/10/2025.
Puntaje: 7 (siete)

