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sábado, 27 abril 2024
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El día que comenzamos a creer que el hombre podía volar

Por Juan Alfonso Samaja

Será esta una nota atípica; comenzaré diciendo lo que no será esta reseña. No voy a analizar Superman: la película (1978), que acaba de reponerse en cines de la Argentina, no voy a sintetizar su argumento. No voy a cometer la torpeza de recomendarla, ni mucho menos la impostura de señalar algún defecto. Es más, ni siquiera voy a hablar de la película, o no será ella, en todo caso, el centro de la nota. En su defecto, me centraré en el personaje; en su increíble singularidad en el mundo de la historieta en general, y en el de la cinematografía de superhéroes, en particular. En todo caso, si tematizo la película, es porque esta constituye una parte decisiva de la consagración cinematográfica del personaje. Porque cualquier persona que siente admiración por el superhéroe sabe que, entre las inauditas y afortunadas circunstancias que rodearon esta producción (contar con Marlon Brando en la cima absoluta de su genio actoral, el mejor Lex Luthor de cualquier tiempo posible, la insólita participación del autor de la novela “El Padrino”, Mario Puzo, en la confección del libreto cinematográfico, y con la fotografía virtuosa de Geoffrey Unsworth), la labor del excepcional Christopher Reeve merece todo un capítulo aparte, no sólo por su magnífica presencia corporal, sino porque fue el primero, y a mi juicio el único, que se tomó en serio al personaje, componiendo una psicología estricta del personaje como la de su alter ego.

Hagamos un poco de historia, sólo para enmarcar la producción que nos sirve de excusa. Superman es un personaje de historieta creado en 1938 por Jerry Siegel y Joe Shuster. Cuando se estrenó la película a fines de la década del ’70, la historieta contaba ya con diversas recreaciones en radio, cine y serie de televisión. La primera versión fue realizada para la radio en 1940 (The Adventures of Superman) y un año más tarde, los hermanos Max y Dave Fleischer realizaron la primera versión en dibujo animado (Superman). En 1948 se produjo en una versión en formato de serial cinematográfico (Superman), protagonizada por Kirk Allyn y Noel Neill, quienes ostentan el título de ser los primeros Superman/Clark Kent y Lois Lane; en 1951 se produce una primera versión en largometraje titulada Superman and the Mole-Men, con George Reeves encarnando a Superman, quien un año más tarde continuaría interpretando al superhéroe en la primera versión televisiva (Adventures of Superman). El personaje tendrá nuevamente una versión en dibujo animado en 1966 (The New Adventures of Superman), y, finalmente, la versión cinematográfica de 1978.

He dicho que no voy a hablar de la película, sino indirectamente. Es otro el tema que aquí me convoca; me interesa hablar del personaje y de una condición o circunstancia muy particular y muy sensible. Cualquier lector gustoso de las historietas de Superman conoce este tema, y sabe que es un asunto serio, aunque, por lo general, prefiere no hablar de ello. Sabe –aunque poco le importe- que en cualquier reunión donde se hable del personaje, sus detractores cuestionarán el temperamento solemne, legalista del personaje; sabe que se mofarán de su mundo de valores asociados, excesivamente ingenuo e inadecuado (demasiado frágil) para el mundo real en que vivimos, donde los personajes oscuros ambivalentes e imperfectos nutren exitosamente las taquillas. En este mundo desencantado y realista, Superman desentona con su ostensible perfección a prueba de balas. Es un emblema del bien absoluto, y de la justicia en los marcos de la legalidad burocrática. No sólo es súper poderoso, además es moralmente perfecto; representa algo que nunca otro superhéroe ha representado tan cabalmente como él: el ideal puro y absoluto. Sin embargo, el lector, amante de Superman, no se preocupa por estas objeciones; no se mosquea cuando se lo acusa al personaje, y al lector de las historietas, de infantilismo. Soporta estoicamente los disparos, porque en el fondo de su corazón sabe que los ideales valen por su posición de idealidad, y no por su capacidad periodística de reflejar la vida tal cual ella es.

Pero aun el amante de Superman, más inmune a los detractores, conoce su kryptonita; sabe que existe un tópico que él mismo considera vergonzante. Todo conocedor y fanático del personaje sabe que el disfraz del superhéroe es anatema.

Yo, por el contrario, de manera temeraria e insolente voy a afrontar la cuestión sin tapujos, con el convencimiento de que lo vergonzoso no reside en los elementos narrativos y figurativos del personaje, sino en el hecho de que jamás se haya tomado en serio la cuestión; el verdadero anatema no es el disfraz, es el análisis de una decisión sobre la modalidad del disfraz. Y esto es lo que yo pretendo tematizar en esta nota.

Christopher Reeve como el superhéroe que lo convirtió en leyenda

Si analizamos muy superficialmente el mundo de las historietas de superhéroes, se apreciará que casi todos ellos se desenvuelven en dos esferas: el campo de la acción, donde ponen en acto sus habilidades, y el campo de la socialización, donde discurren como cualquier otro ciudadano común. Este desdoblamiento lleva necesariamente implicada la presencia de un alter ego. Si ahora profundizamos con la mirada en una especie de segunda capa de las historietas podremos, además, advertir que las estrategias que emplean los superhéroes para pasar desapercibidos se reducen tres tipos: 1) el personaje, al momento de ejercer como superhéroe, se cubre –parcial o totalmente- el rostro con un antifaz o máscara (Casos célebres: Batman, Spiderman, entre otros); 2) el personaje ejerce como superhéroe a rostro descubierto, pero no se lo puede identificar porque protagoniza una fabulosa metamorfosis física (Hulk, Firestorm, etc.). Es importante enfatizar un rasgo común que tienen estas dos primeras estrategias, a saber, que operan en el ejercicio de la actividad: estos personajes se disfrazan al ejercer de superhéroes. Y, finalmente, 3) tenemos al personaje que se disfraza cuando no ejerce de superhéroe; por lo tanto, su estrategia se pone en acto en la esfera de socialización. Hay únicamente dos personajes que pertenecen a este conjunto: Superman y la Mujer Maravilla. Pero si advertimos que la Mujer Maravilla aparece en el mundo de la historieta 3 años más tarde (1941), y en la misma DC Comics, no parece demasiado audaz reconocer que el diseño narrativo de la Mujer Maravilla probablemente se haya visto influido por el de su par precedente.

Existen, de hecho, varios isomorfismos entre los personajes, no sólo en relación a la modalidad del disfraz, que ya mencioné, sino también por los mundos idealizados, de donde ambos son oriundos. Los mundos de ambos superhéroes se presentan como lejanos y antiguos en el tiempo y en el espacio. Diana es una amazona, y su mundo de origen proviene de la misma sociedad antigua que dio vida al mito de las amazonas: la antigua Grecia. Kal-El viene de otro planeta, no sólo alejado en el espacio, sino en el tiempo (recuérdese que cuando la nave llega a la Tierra, la explosión de Krypton ya ha ocurrido hace varios miles de años). Los mundos de ambos han sido ideados bajo la mítica proyección de la sociedad helénica, y su democracia aristocrática, su lógica de castas, etc. En ambos casos, encontramos el origen mítico por excelencia, que no es otra cosa que el mundo idílico de la infancia. Pero aun si no queremos reconocer la influencia de Superman en la confección de la trama de la Mujer Maravilla, sí deberá al menos reconocerse que Superman tiene el mérito de haber sido –hasta la irrupción de Diana- el único superhéroe que se disfraza cuando no ejerce de tal.

El mítico Marlon Brando en el rol de Jor-El. A su lado, Susannah York.

Vamos a detenernos ahora en el tema disfraz, que es lo que aquí me interesa.

¿En qué consiste la estrategia de Superman? ¿Cómo pretende ocultarse a los ojos del mundo cuando deja de volar por los aires? Todos conocemos esta respuesta: se pone un traje de oficinista por encima de su ropa de superhéroe, y para desorientar a todos, se calza unos anteojos. Claro, dicho de este modo, resulta obvio que nadie en su sano juicio podría tomarse en serio este disfraz, y, lo que es más importante: todo el mundo se daría cuenta de que Superman y Clark Kent son la misma persona.

Sin embargo, yo pienso que sí funciona el disfraz. Y voy a ir más allá, incluso: voy a sostener que es el mejor disfraz en el mundo de las historietas; el más complejo, el más sutil, el más original. Para probar esto, veamos cuál es la pregunta correcta que debemos realmente hacer para afrontar esta situación. En efecto, no me preocupa mostrar extensivamente que el disfraz puede funcionar, es decir, que ninguno de los habitantes de Metrópolis advierte el engaño; me alcanzará con un caso ejemplar: Lois Lane. ¿Y por qué es ese personaje fundamental para este asunto? Porque ese personaje tiene 3 características fundamentales, originarias desde el primer libro de historietas, hasta cualquiera de sus versiones audiovisuales: a) es un personaje especialmente interesado en conocer este secreto, pues está enamorada de Superman, b) trabaja con Clark Kent y, por lo tanto, lo tiene diariamente delante de sus narices, c) es una periodista especializada en descubrir secretos de gente poderosa. Si el disfraz de Clark Kent funciona con ella, podemos asumir que funciona con cualquiera.

La pregunta que haré, entonces, es la siguiente: ¿cómo es que Lois Lane, siendo quien ella es, y trabajando con quien trabaja, no se da cuenta de que Clark Kent/Superman son la misma persona? Antes de responder lo que yo pienso, voy a presentarles dos hipótesis que existen actualmente sobre el tópico: a) la primera -y la más popular- sostiene que en el mundo de la historieta el disfraz funciona porque se trata de una ficción, debido a una mera licencia poética inverosímil, pues en el mundo real esto no podría suceder; esto significa que Lois no se da cuenta porque sus creadores no han querido que suceda. Según esta hipótesis de lectura, los creadores del personaje se preocuparon más por los súper poderes espectaculares (volar, levantar automóviles sobre su cabeza) que de la vestimenta, quedando el disfraz relegado a una petición de principio: funciona porque le decimos a usted que funciona; b) La segunda hipótesis afirma que Lois, en tanto no se da por enterada, debe ser la mujer más estúpida de la galaxia. Esta hipótesis apareció en The Adventures of Lois & Clark; episodio 18 de la segunda temporada).

A mi entender, ambas hipótesis fallan, y pueden refutarse con cierta facilidad, ya que resultan inconsistentes con los elementos que la propia historieta ofrece.

a) La licencia poética vergonzante

Respecto de esta hipótesis, cabe decir lo siguiente: Superman es el único héroe moderno que se disfraza de esta manera atípica; mientras todos los demás (anteriores y posteriores a él) se disfrazan para trabajar en su misión de hacer el bien, Superman se disfraza cuando deja de hacerlo. Como se menciona en el film de Tarantino, el ser que define a los otros personajes es el del ciudadano civil: Batman es Bruce Wayne, como Spiderman es Peter Parker. Ellos necesitan convertirse en superhéroes, tienen que disfrazarse con una vestimenta ad hoc que es un signo. Por el contrario, Superman no se viste de “Superman”, es Superman, la ropa de Superman  no es el disfraz, lo es el traje de palurdo oficinista con el que se desenvuelve en las grises oficinas del diario El Planeta; Superman no se disfraza de Superman, sino de Clark Kent. En este rasgo, el personaje es único. [ver escena de Kill Bill 2]

Personajes de historieta con súper fuerza encontramos a montones en el mundo de la historieta, como encontramos también numerosos personajes que desafían la ley de la gravedad, o pueden arrojar rayos láser desde sus ojos. En esto, Superman no es nada original. Sin embargo, el modo en que define su ser (se define por la esfera de la acción, y no de la socialización), y el modo en que se disfraza (cuando descansa de su función heroica) es un rasgo exclusivo del personaje,  aquello que hace de Superman un carácter realmente excepcional. Una decisión tan original sobre la identidad del personaje, y en torno a su vestimenta del superhéroe, no se condice con la hipótesis de la licencia poética pedestre; es tan especial y tan única esta condición, que no resulta creíble que sus creadores hayan descuidado el aspecto que diferencia de modo absoluto a Superman de todos los otros personajes del mundo de la historieta.

b) La presunta estupidez de Lois Lane

Esta segunda hipótesis es la más débil de todas, y la más fácil de refutar; es suficiente con analizar cómo se presenta el personaje de Lois Lane desde el cómic original. ¿Cuáles son los rasgos que la caracterizan? Es fría y calculadora. Esto significa dos cosas: tiene una poderosa menta deductiva, pero además no se deja llevar por sentimentalismos, que se consideran –en aquel mundo de 1938- como exclusivos de la condición femenina. Se presenta como una mujer independiente, que no vive con sus padres, ni está casada. Es la reportera estrella del diario El Planeta, es la que genera tendencia. En todo plano posible, es representada como una mujer excepcional, fuera de serie, como alguien que no es como cualquiera. Es el correlato femenino de un superhombre. Ella es una supermujer. Es evidente que Lois Lane lejos está de ser la mujer más estúpida de la galaxia; es, de hecho, el personaje más inteligente de Metrópolis, y no es infrecuente que sea incluso mostrada como superando al propio superhéroe en su capacidad de razonamiento (la versión de Superman II, de 1980, con el corte original de Richard Donner, es una muestra cabal de la superioridad intelectual de Lois sobre Superman).

Christopher Reeve como Clark Kent y Margot Kidder como Lois Lane

He mencionado esta segunda hipótesis (obviamente inverosímil desde toda consideración posible) únicamente porque tiene el mérito de poner el acento en el personaje de Lois. El disfraz parece funcionar por un problema que reside en ella. Y creo que esto es el hallazgo de la segunda hipótesis. Yo no creo, sin embargo, que el problema sea la inteligencia del personaje, pero sí estoy convencido de que si el disfraz funciona ello es debido a una limitación particular del personaje.

Mi hipótesis sostiene que, para develar la estrategia, no es significativo atender al disfraz ni a los movimientos que Superman realiza cuando se viste de Clark Kent. Por el contrario, debemos atender los efectos resultantes de esa estrategia, pues de los efectos podremos inferir la causa. Lo decisivo es analizar lo que Lois Lane hace cuando Superman se presenta frente a ella. Y lo que Lois hace es resultado de lo que aquél representa para ella.

El problema ontológico en Lois Lane y su punto ciego

¿Quién es o qué representa Superman para Lois Lane? Es fácil deducirlo: un ser extraordinario, fuera de lo común, incomparable con cualquier otro sujeto. En otras palabras: alguien que no es como cualquiera. Téngase presenta que, hasta la irrupción de Superman, a Lois no se le conocen deseos románticos, no se le conoce otra pareja, etc. Superman no sólo ha caído en el mundo como un meteorito, sino que ha impactado de manera rotunda en el corazón de Lois; literalmente, ha conmovido sus cimientos.

Es tan llamativo que Lois tenga un flechazo de estas características (tan alejado de su diseño narrativo), que en algunos casos se ha tematizado expresamente. Por ejemplo, en el episodio piloto de las Aventuras de Lois & Clark, vemos en la escena final entrar por la ventana a Superman volando, con Lois en sus brazos mirándolo embobada. Frente a esa escena, se encuentra su compañera, Cat Grant, quien siempre ha envidiado a Lois Lane, pues a ésta se le encomiendan los trabajos más interesantes, mientras que Cat ha estado siempre relegada a la sección de chismes de la ciudad. En ese momento, y, ante la vista del héroe que entra volando por la ventana, Cat, con ojos muy abiertos, exclama: “Lo veo, pero no lo creo”, a lo cual una compañera a su lado pregunta “¿Qué? ¿Un hombre que vuela?”, “No. Lois Lane, al final, literalmente ha perdido la cabeza”.

Adviertan cuál es el sentido del diálogo: “resulta más verosímil ver entrar a un hombre volando por la ventana, que a Lois Lane perdiendo la cabeza por un amor”. Esto último refuerza el hecho de que Superman es para Lois Lane alguien absolutamente único, excepcional, fuera de parámetro. Y esto mismo se tematiza en la célebre escena del vuelo de Lois y Superman en la película de 1978. En esa escena, por medio de la voz en off, entramos en contacto con los pensamientos íntimos de Lois, revelándose lo que para ella representa el superhéroe: “Aquí estoy, como una niña, cogida de la mano de un dios. Puedes volar, perteneces al cielo. Me pregunto por qué eres tan maravilloso como eres”.

En síntesis, para Lois Lane, Superman es: un no-hombre del montón. Y si se analiza desde la psicología del personaje, se estará en condiciones de advertir que ésta es precisamente la condición objetiva para que el disfraz de Superman funcione, pues… ¿de qué elige Kal-El disfrazarse? De un hombre del montón (hombre-muchedumbre). Para decirlo de manera categórica: Superman se disfraza de lo que ella no puede/quiere ver, de lo que no está dispuesta a aceptar.

En Lois se advierte el conflicto entre dos deseos contrapuestos: 1) deseo de descubrir dónde está el superhéroe al que ama, cuando no está salvándola a ella; 2) deseo de mantener la figura del superhéroe idealizada, pues sólo conservando la idealización se conserva el deseo. Lo que le ocurre a Lois es que el segundo deseo es más potente, y no sólo justifica la pertinencia y la necesidad del anterior (porque se ha idealizado hasta el exceso, es que se anhela acceder a él) sino que incluso es capaz de anular su posibilidad empírica de concreción por sostener el deseo del objeto idealizado. Resolver el deseo 1 implicaría anular el deseo 2 y viceversa. Esto significa que Lois Lane está imposibilitada de ver la verdad de Clark Kent porque se niega a creer que Superman pueda ser ese hombre ordinario, un hombre como cualquiera, y por eso mismo no ve aquello que tiene delante de sus narices, pues ella sólo es capaz de ver lo que está dispuesta a admitir como mundo posible para ella. La potencia heurística de su plano de observación es también el límite ontológico de su representación.

Llegado a este punto, estoy en condiciones de concluir con mi posición inicial, según la cual la estrategia de ocultamiento que pone en acto el personaje, lejos de ser la más torpe, estúpida, e inverosímil, es la más compleja, la más sutil, la más original y la más efectiva posible. La sutileza y complejidad de la estrategia consiste en que Superman opera sobre las limitaciones representacionales de los seres humanos que lo rodean; asume la forma misma de esos límites interpretativos. La forma insólita que escoge el personaje para ocultarse es una inversión lógica de la noción de disfraz; el disfraz no es ya el traje y los anteojos que un personaje se pone encima (esa es la manera habitual en la que asumimos por defecto el “disfrazarse”); Superman nos muestra que existe otra forma de engañar, aquella donde el que disfraza no es el engañador sino el engañado. Es Lois quien disfraza a Superman, ella es quien no lo quiere ver realizando las actividades cotidianas que cualquier mortal tiene que realizar. Admitir esa ordinariedad, aniquilaría el deseo.

Se dirá que esto no es posible más que en la historieta, o en la ficción, que nadie en el mundo real podría ser tan ciego como Lois. Yo digo que sí, y digo que el mundo de la Ilusión y la magia son el mejor ejemplo que tenemos. ¿En qué otra cosa consiste la actividad del ilusionista, sino en convencer a su auditorio de ciertos puntos de vista estratégicos? El principal hecho de prestidigitación de un mago no está en sus manos, está en su capacidad de convencernos de mirar donde él ha querido que miremos. El mejor éxito de la ilusión ha sido convencernos de no buscar donde no imaginamos que está el truco, o como expresó magistralmente Baudelaire (recreado magníficamente en la carne de Keiser Söze) “El truco más espectacular del Diablo fue convencernos de que no existe”.

Con esta nota he pretendido mostrar que el tema del ocultamiento de Superman es un tema serio, si lo tomamos verdaderamente en serio. Pretendo también haber honrado una decisión narrativa excepcional, que toca resonancias epistemológicas de gran interés, pues tematiza nuestras condiciones límites para observar desde los modelos interpretativos que asumimos. Pero me conformaré con algo infinitamente más modesto: haberle dado herramientas al admirador/gustoso/fanático del personaje de Superman para que ya nunca más sienta vergüenza frente a los detractores de siempre; para que pueda levantar los ojos y mirar al cielo para afirmar de modo categórico que Superman, con su método de ocultamiento, se eleva, se eleva, y va más lejos que ninguno.

Título: Superman: La película.
Título Original: Superman: The Movie.
Dirección: Richard Donner.
Intérpretes: Christopher Reeve, Marlon Brando, Gene Hackman, Margot Kidder, Ned Beatty, Jackie Cooper, Glenn Ford, Trevor Howard, Jack O’Halloran, Valerie Perrine, Maria Schell y Terence Stamp.
Género: Basada en cómic, Ciencia-ficción, Aventura, Acción.
Clasificación: Apta para todo público.
Duración: 143 minutos.
Origen: EE.UU./ Reino Unido/ Canadá.
Año de realización: 1978.
Distribuidora: Warner Bros.
Fecha de Estreno (Argentina): 24/05/1979.
Fecha de reestreno (Argentina): 22/09/2022.

 

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